martes, diciembre 14, 2010

El equilibrio del mundo



Quiénes son los zorros que están haciendo quilombo en el ministerio de trabajo, por dios, si pueden protestar, pero en silencio, y por carta, para no despertarme, gracias. Acá, en el sillón. Decime, Lorena, qué hago en el sillón, dos de la tarde. Así nunca podrá funcionar el Argentina Trabaja, donde trabaja la madre de Najla, qué tal señora, un gusto. Qué noche. Traje, de vuelta, la artillería. Hubo, sí, algunas bajas, pero, ojo, Dolores, te juro, te quiero. Un montón. Somos grandes. No nos vamos a andar peleando en los taxis. Recuento de víctimas, pocas. Tengo la revista Noticias, toda escrita con chistes (si volvió hasta la birome), una maravilla. Los que duermen en la calle se despiertan, también, por los bombos. Familias con pibes, frazadas sucias, un plato para pedir monedas. En el rincón de la cocina, pidiendo auxilio, el helecho quiere que no le tire una anchoa, viene, pobre, del desierto del olvido. Un vaso -casi limpio- de agua lo devuelve a la vida. De ese marrón del olvido. Le hablo, Maia, al helecho. Le pregunto por vos. Tengo esa rareza, qué se yo. ¿Andás bien, pequeña? Necesitás agua, ahí, en la maceta. Todo fue muy rápido. Te cuento algo: mi helecho, el de la cocina, está a favor de la eutanasia. Uh, Franco. Ahí te llamo. Listo. Ya voy para allá. Je, tengo mi libro El Eternauta, premio en la cena anual de la Oesterheld, gracias Martín García, sos lo más (atención Perfil, eh, que el presidente de Télam sigue rompiendo con reivindicar a los militantes, medio periodistas, pero medio nomás, eh, todos oscuros, impresentables, en fin, saludos!)
 La libreta que me regaló Pablo. Todo empezó en el bar al que voy demasiado. Una vieja, con una libreta, pidiendo monedas. Es la mamá -me contó Camila- de un drogón que, detrás de la merca, le empeña a la madre hasta la vida. Que sale a mendigar. Peluquero, el hijo, pero gran merquero. No, señora. Rompen las bolas. Amiguita, todo bien, pero te voy a confesar algo: Mariano me parece un pajero. Importante. No cualquiera va con una remera adolescente a trabajar, re puntual, a una multinacional. De cuarta. Agachando la cabeza. Jugándola de parakultural, berreta, más berreta que el original. Pero, gracias, conservé la Rolling, estaba agotada, por el Indio Solari, aunque yo quiero leer lo que enojó tanto a Patucho. Acabo de gritar por la ventana si pueden, señores manifestantes, bajar el volumen de los bombos, muy amables. Esteban, ponete las pilas. Querenos, no somos tanta basura arriba de la alfombra, o bien, ni más ni menos, qué se yo. Que si nos organizamos. Bien, Martín.
Tengo el libro Mentes Criminales, de  Luciano Saracino. Se lo saqué a Hank. No hice, fijate, ningún quilombo de importancia, aunque siempre que me junto con Hank, pasa algo. Anoche, la noche que terminó a las 11 de la mañana, no. Y hasta conservo tu libro, Hank. Una maravilla. Los astros deberían alinearse. Junto a las flores de los parques, el cielo abrirse, a un día peronista, lleno de gracia, de viveza, un día hermoso, la previa a una noche espectacular. Deberían suceder tantas cosas. Deberíamos ser, por hoy, definitivos. Y bailar como adolescentes, arrancándonos los botones del guardapolvo, deberíamos, tantas cosas. Me voy a almorzar. A cruzar la avenida, el viejo ritual. En Paraná hay una esquina que se llama 5 esquinas. Cruzando las 5 esquinas se me vino, una vez, la idea, potente, arriesgada, ahí fue, eureka, y me paré, hubo bocinazos, pero se me ocurrió, no lo había pensado: estoy enamorado de vos, Paola; ok, llevábamos más de un año de novios, pero no lo había pensado al asunto, y sí, es así, ey!, te grité, vos seguiste, enojada, caminando, decidida y terca.  Me quedé meditando. Los bocinazos, un camionero se bajó, un taxista me puteó, desde los bares de todas las esquinas del mundo se me reían, mi vieja te quería, Paola, pero yo, ahora que lo pienso, también. Era un boludo. No tenía mucho sentido quererte. Un año después me dejaste por otro. Hiciste bien, si lo pienso objetivamente, pero, escuchame, pobre pibe, yo, no da, me parece, que me hagas eso, ok, ya pasó, lo odié tanto a tu nuevo novio, pero con los años tuve mi venganza: me di cuenta que ese gil anduvo de novio con vos, ja ja, qué banana hay que ser, sabelo: te deseé lo peor y se cumplió. Ojalá hayas sufrido tanto como yo.  Basta, hace un par de días los encontré a Ricardo. Sigue jodiendo con escribir novelas, Pao. Eso ya fue, siempre llega tarde, hasta a tus labios llegó tarde. Ya estaban usados, hechos un taxi, pasaron por estos brazos, papá. El helecho revivió y me guiña un ojo. Los bombos, abajo. Cuando me acuerdo de vos, Paola, es sexo, el único recuerdo, después los celos y los insultos. No mucho más. La cafetera chilla, como solterona. Digo yo, porqué es tan difícil encontrar un lugar donde hagan los ñoquis como mi abuela, porqué. Es uno de los grandes dilemas de la humanidad. Un misterio de policial negro. Una cagada.
Me voy a comer, con el crucigrama del diario: sí, un signo de que avanza mi patetismo conceptual.
¿Y?

2 comentarios:

  1. Sillón compañero nacional y popular.
    Lorena

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  2. A veces las cosas pasan tan rápido que te flashean la cabeza, con fuertes críticas al gobierno. Entre la tristeza, la xenofovia, los fierros, los textos digitales, la muerte y toda la mierda histórica. Encima, uno tiene que cargar con uno, con lo que es, lo que fue, lo que sería, lo que hubiera sido, lo que ya nunca, y así por el estilo. Todo un gran quilombito volador, como ese invento al que llamaron tiempo. Igual seguí agitando, loco, algo bueno va a quedar. En una de esas, las piedras del camino sirvan como huella. Un abrazo.

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