miércoles, diciembre 15, 2010

Por soñar y apostar



Y en algún momento de la noche, le dije. Y aceptó. Zambayonny, eso sí, por dios, hagamos la mejor canción del mundo. La mejor. La más triste, la que llene de emoción, la que divierta, que sea un himno. Que las chicas nos tiren bombachas y guardapolvos, que los viejos tiren flores por la calle Arenales, que sea el túm túm de las peñas universitarias, que nos hagan la venia en los sindicatos, que venga, la que te conté, de ojos rubios, y como disculpada y humilde, la cervical encorvada, que me de un beso en la mejilla, y una flor, además. Una flor. Tierna y cursi como una flor.
Por esa verguenza ajena que me dieron los hombres que no fui. Por tu voz, cantor. Por las palmas. Y los palmares de Entre Ríos. Que sea la mejor canción del mundo. Un mensaje de texto de Luisana Lopilato, un casorio de barrio, un día hermoso, una gran canción. Por raros, por boludos.
Algo que sepa decir: se pueden ir todos a la mierda.
Algo que le guste a mi vieja y a mi primer novia.
Algo de lo que estar orgulloso.
Algo que contarle a mis nietos. En la costanera de Paraná, cuando el río crece y no hay playas, esos días tontos que tiene diciembre.

Je. Aunque el entrerriano termine borracho y peleando mientras el cantautor recapacita con un matafuegos defendiendo las cortinas ardiendo, aunque sea así, qué buena historia ésta, no?, hay un puñado de gente que va a estar esperando nuestra canción. La que haga llorar. Y reír. Y cantar. Aplaudiendo. Rompiendo un vaso contra el espejo. Mojándole la oreja a los aburridos. Es groso, reírse así, un miércoles; por locos, por ingenuos, por lo que sea. Qué ancha y extensa es mi risa, qué ancha y extensa es.

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