jueves, enero 20, 2011

El síndrome de Rasputín



Buenos Aires se viste de freak 
por Alejandra Zina

La narrativa argentina está dando un vuelco feliz.  Y algo de culpa
tienen el policial y sus hermanos de sangre: el terror, el suspense, las
aventuras, el western, el fantasy, etc., etc.
Después  de  muchos  años,  la  narrativa  local  vuelve  a  ocuparse  de
contar  una  historia.  Y de  contarla  bien.  Tras  haber  consumido
toneladas  de  posmodernismo chatarra,  ficciones  escuálidas  y altas
dosis  de  solemnidad,  muchos  lectores  recibimos  con  frescura  el
regreso de estas narraciones que, trajeadas con géneros populares, nos
cuentan  algo.  Así  de  simple  y  así  de  difícil.  Historias  con  personajes  vivos  que  tienen
pensamientos, creencias y emociones autónomas. Y no los títeres de un escritor fanfarrón que
usa a sus personajes para mostrar lo inteligente que es y decir lo que piensa del mundo y sus
alrededores.
Bien. En esta ola que surge y que no sabemos qué altura va a alcanzar, se destaca El síndrome
de Rasputín del  escritor  entrerriano Ricardo Romero (1976).  La suya es  una de las  cuatro
novelas que dio el puntapié inicial al sello Negro Absoluto, dirigido por Juan Sasturain, creador
del legendario inspector Etchenike.
Corre el año 2010, vísperas del Bicentenario de la Independencia, y Buenos Aires es un paisaje

que recuerda la devastación de 12 Monos. Entre incendios, bombas ocultas y lluvia incesante,
tres  amigos  que  padecen  un  extraño  síndrome  se  ven  involucrados  en  una  seguidilla  de
crímenes y conspiraciones. Los personajes de El síndrome de Rasputin parecen haberse fugado
también del Brazil de Terry Gillian: estafadores, artistas de variedades, judíos expulsados de la
colectividad por  hacer  el  saludo nazi,  villeros  y okupas  que  habitan túneles  subterráneos,
enfermeras románticas,  pornógrafos,  un gigante ruso,  varios pares de gemelos,  fantasmas  y
extras andan por la ciudad actuando su papel.
Así, Los 7 locos que Roberto Arlt imaginó en la Buenos Aires de 1930 se multiplican por mil en
la Buenos Aires que fabula Romero. Pero el néctar de su novela no es la extravagancia, sino el
afecto y la amistad. Frente a hermanos que se odian, tenemos amigos que se eligen hermanos.
Lazos adoptivos, entrañables e intensos se reproducen como un juego de cajas chinas.
Como cuando éramos chicos, seguimos el pedaleo de las bicicletas de Maglier y Muishkin por
las calles resbaladizas de la ciudad. Como cuando éramos chicos, deseamos que nuestros héroes
se salven cuando se meten en problemas y desenmascaren a los villanos que les tienden las
trampas.
Consciente de la fascinación por el  folletín,  la novela de Romero se desgrana en capítulos
breves, con títulos tan deliciosos como Viaje al principio del día o Las cosas que la luna ve y
remates que nos dejan picados de intriga. Todo lo que saboreamos de una excelente película de aventuras,  lo encontrarán en esta historia de un futuro tercermundista,  donde tres amigos se
convertirán en detectives a su pesar.
Veremos qué nos deparan los siguientes libros de la saga. Porque esto, señoras y señores, recién
empieza.

3 comentarios:

  1. Leí dos libros de la colección Negro absoluto: muy buena iniciativa.

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  2. está bien le voy a creer a Alejandra y si consigo el broli, lo compro. Muero por leer una historia como la gente; uia dije gente, será el icc será.
    Pero si no me gusta, te mando la factura Luquitas...

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  3. Así sí, con ese entusiasmo que contagia, trataré de conseguirlo y leerlo.
    Nada como ese género, y con ese escenario.
    Saludos!

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