Guiso de ratas (1)
Hydrochoerus hydrochaeris es una especie de roedor del tamaño de un
perro mediano, de la familia de las caviidae. Entre los roedores es el
de mayor tamaño, habita en América Central y del Sur, en los ríos y
pantanos. Sobre todo en el Orinoco, Amazonas y Paraná. El nombre
científico deriva del griego y quiere decir “puerco de la tierra”. El
nombre que se le da en las orillas del Paraná en el litoral, Carpincho,
proviene de la palabra guaraní kapiÿva. Wikipedia es genial.
Las ratas y los ratones se han ganando, convengamos, el odio que nos generan. Pero aunque parezca algo tonto decirlo, no todas las ratas son iguales.
Según anécdotas que se cuentan en el campo (de poca rigurosidad) varias décadas atrás, además de luchar contra las langostas las colonias dedicadas a la producción de maíz sufrían con estas ratas gigantes que llegaban a través de las precarias canalizaciones de riego.
Lo que sí es comprobable es que en muchos campos de maíz cerca del río Paraná se les paga a los pescadores para que cacen los carpinchos de la zona. Como habitan en manadas dispersas, de este modo se los aleja.
El carpincho se come y el cuero se vende, generalmente en negro. Porque entre los pescadores, los dueños de campos y los peones está muy extendida la leyenda de que el carpincho es una especie en extinción. Y los guardafaunas y la policía rural suelen incautar –sin mucho papeleo y más bien para consumo personal- a los carpinchos cazados.
Es todo mentira lo de la extinción, por supuesto.
Los roedores sobrevivieron a los dinosaurios y a las bombas nucleares, y si pescadores de sábalo –actividad que sí se regula- pretenden haberle ganado la batalla al carpincho, se equivocan.
En las mismas zonas cerca del río, hay historias de gente mordida por ratas (de las comunes, las negras, -Rattus rattus- no los carpinchos) mientras dormían. Una mordedura de esas ratas deriva en una infección, y en las islas te podés morir por una infección. Las constantes inundaciones llevan a que sea frecuente dormir sobre el piso, mientras el agua amenaza la puerta del rancho y los colchones se mojan y se pudren. A esas ratas, las inmundas, se las combate con perros guardianes. El problema es que con la inundación los perros, a veces, quedan desorientados.
Los roedores en general han ganado la dura batalla que les planteó el hombre a lo largo de centurias, aún antes de que existan los regimientos especializados y las armas de destrucción masiva (los fumigadores urbanos, los raticidas, etcétera). Las ratas negras (los carpinchos son marrones) tienen eyaculación precoz: el coito dura dos segundos, pueden tener hasta veinte crías, el embarazo dura un mes y a las cinco semanas de tener crías ya pueden parir de nuevo. No hay estadísticas fiables de mortalidad infantil, pero sin los sistemas sanitarios de Suecia, las ratas negras tienen mejores indicadores.
Las ratas son un horror, pero no todas las ratas son iguales. Están las ardillas de los dibujitos de Disney, estuvo en mi infancia ese programa que se llamaba Tincho Carpincho (un hombre vestido de carpincho que recorría las islas junto al Abuelo Lobato: genial).
El cuero del carpincho se paga a precio de euro a los pescadores, fundamentalmente porque se vende a gente de la ciudad que macanea diciendo que se va a Europa a vender el pellejo.
Las ratas y los ratones se han ganando, convengamos, el odio que nos generan. Pero aunque parezca algo tonto decirlo, no todas las ratas son iguales.
Según anécdotas que se cuentan en el campo (de poca rigurosidad) varias décadas atrás, además de luchar contra las langostas las colonias dedicadas a la producción de maíz sufrían con estas ratas gigantes que llegaban a través de las precarias canalizaciones de riego.
Lo que sí es comprobable es que en muchos campos de maíz cerca del río Paraná se les paga a los pescadores para que cacen los carpinchos de la zona. Como habitan en manadas dispersas, de este modo se los aleja.
El carpincho se come y el cuero se vende, generalmente en negro. Porque entre los pescadores, los dueños de campos y los peones está muy extendida la leyenda de que el carpincho es una especie en extinción. Y los guardafaunas y la policía rural suelen incautar –sin mucho papeleo y más bien para consumo personal- a los carpinchos cazados.
Es todo mentira lo de la extinción, por supuesto.
Los roedores sobrevivieron a los dinosaurios y a las bombas nucleares, y si pescadores de sábalo –actividad que sí se regula- pretenden haberle ganado la batalla al carpincho, se equivocan.
En las mismas zonas cerca del río, hay historias de gente mordida por ratas (de las comunes, las negras, -Rattus rattus- no los carpinchos) mientras dormían. Una mordedura de esas ratas deriva en una infección, y en las islas te podés morir por una infección. Las constantes inundaciones llevan a que sea frecuente dormir sobre el piso, mientras el agua amenaza la puerta del rancho y los colchones se mojan y se pudren. A esas ratas, las inmundas, se las combate con perros guardianes. El problema es que con la inundación los perros, a veces, quedan desorientados.
Los roedores en general han ganado la dura batalla que les planteó el hombre a lo largo de centurias, aún antes de que existan los regimientos especializados y las armas de destrucción masiva (los fumigadores urbanos, los raticidas, etcétera). Las ratas negras (los carpinchos son marrones) tienen eyaculación precoz: el coito dura dos segundos, pueden tener hasta veinte crías, el embarazo dura un mes y a las cinco semanas de tener crías ya pueden parir de nuevo. No hay estadísticas fiables de mortalidad infantil, pero sin los sistemas sanitarios de Suecia, las ratas negras tienen mejores indicadores.
Las ratas son un horror, pero no todas las ratas son iguales. Están las ardillas de los dibujitos de Disney, estuvo en mi infancia ese programa que se llamaba Tincho Carpincho (un hombre vestido de carpincho que recorría las islas junto al Abuelo Lobato: genial).
El cuero del carpincho se paga a precio de euro a los pescadores, fundamentalmente porque se vende a gente de la ciudad que macanea diciendo que se va a Europa a vender el pellejo.
Hace algunos años llegué a un ranchito frente a las islas del norte
entrerriano y estaban haciendo un guiso de carpincho (2). Me había
comprometido a llevar una damajuana y con elegancia hasta comí un poco.
No es justo condenar a todos los ratones y meterlos en una bolsa de gatos. Cinturones, mocasines, guisos y milanesas nos perderíamos por esta falta de sutileza.
Como en esas zonas isleñas no hay luz eléctrica y nadie tiene heladeras, la carne hay que hacerla en el momento –puede pesar hasta 60 kilos el carpincho- y comen varias familias, siempre y cuando acerquen algunas verduras para el guiso.
En Colombia el sábalo se come como un bife, así que la pesca industrial se hace con redes para peces más chicos del tamaño legal y entonces escasea en el Paraná. Y los pobladores de la zona pescan menos, comen menos y venden menos.
Así que una vaca robada en las islas –donde ilegalmente se las lleva a pastar- o un carpincho que traiga un baqueano es una fiesta para el caserío entero.
Las familias de dinero que viven arriba de las barrancas jamás reconocerán que hacen carpincho al escabeche o milanesas de ñandú –que le venden los hacheros: especie, los hacheros, verdaderamente en extinción- porque lucen mocasines de carpincho y porque saben que hay que creer que todas las ratas son malas.
¿Creerán las ratas que todos los hombres son malos? ¿Sabrán diferenciar entre Machito Ponce y Frank Zappa?
Nosotros creemos que no. Por lo que sabemos de ellos, los roedores, hasta ahora, suponemos que no reconocen más que estímulos y respuestas. Puede que mañana sepamos más. Puede que al conocer más a las ratas, nos llevemos alguna sorpresa.
Así que por las dudas, conviene ir encontrando matices, diferencias, sutilezas, comprender que hay quienes se ponen felices con algunas ratas. Y las respetan, en euros, en mocasines, en guisos.
Y aunque faltan escuelas entre los baqueanos del río, está claro que no meten cualquier rata en la olla, y por eso no odian a las ratas en conjunto, sino a algunas, las que no les son funcionales, las que los atacan sin piedad, a esas, parientes de las ratas gigantes que traen la fiesta al caserío.
No es justo condenar a todos los ratones y meterlos en una bolsa de gatos. Cinturones, mocasines, guisos y milanesas nos perderíamos por esta falta de sutileza.
Como en esas zonas isleñas no hay luz eléctrica y nadie tiene heladeras, la carne hay que hacerla en el momento –puede pesar hasta 60 kilos el carpincho- y comen varias familias, siempre y cuando acerquen algunas verduras para el guiso.
En Colombia el sábalo se come como un bife, así que la pesca industrial se hace con redes para peces más chicos del tamaño legal y entonces escasea en el Paraná. Y los pobladores de la zona pescan menos, comen menos y venden menos.
Así que una vaca robada en las islas –donde ilegalmente se las lleva a pastar- o un carpincho que traiga un baqueano es una fiesta para el caserío entero.
Las familias de dinero que viven arriba de las barrancas jamás reconocerán que hacen carpincho al escabeche o milanesas de ñandú –que le venden los hacheros: especie, los hacheros, verdaderamente en extinción- porque lucen mocasines de carpincho y porque saben que hay que creer que todas las ratas son malas.
¿Creerán las ratas que todos los hombres son malos? ¿Sabrán diferenciar entre Machito Ponce y Frank Zappa?
Nosotros creemos que no. Por lo que sabemos de ellos, los roedores, hasta ahora, suponemos que no reconocen más que estímulos y respuestas. Puede que mañana sepamos más. Puede que al conocer más a las ratas, nos llevemos alguna sorpresa.
Así que por las dudas, conviene ir encontrando matices, diferencias, sutilezas, comprender que hay quienes se ponen felices con algunas ratas. Y las respetan, en euros, en mocasines, en guisos.
Y aunque faltan escuelas entre los baqueanos del río, está claro que no meten cualquier rata en la olla, y por eso no odian a las ratas en conjunto, sino a algunas, las que no les son funcionales, las que los atacan sin piedad, a esas, parientes de las ratas gigantes que traen la fiesta al caserío.
(1) Publicado hace algunos años acá.
(2) El guiso de carpincho que comí, junto a Marcelo Faure, fue en el rancho de Pablo Darós, el de la foto. Recientemente, Pablo, abrió su blog con imágenes muy lindas de las islas y la costa, desde donde coordina una merienda para más de 100 gurises costeros, muy pobres. Sería bueno -ya que resulta casi imposible conseguir hablar con alguien serio en el Ministerio de "Desarrollo Social"- que alguien se copara con alguna donación, fundamentalmente, de leche y yerba, comunicándose con la dirección del blog de Pablo.
Páááhhh...! Como estaremos de desesperados los K's sin oposición, que hasta Metralleta Carrasco se volvió Osopandista!!! jajaja!
ResponderBorrarhttp://youtu.be/Gk4R0ToTg7I
ResponderBorrarUhh milas de carpincho, riquísimas.
ResponderBorrarMi vieja comió casi todos los bichos de la isla. Cuis, Ardilla, etc.
negrito.