Una idea. Puede tener potencia, pero ya no me convence tanto: como contrapunto al policial inglés, de intriga y acierto
deductivo, en un mundo burgués que se ve alterado por la presencia del mal
hasta que un genial detective –quizás más, apenas, más astuto que la honesta policía, que la ingenua policía (¿o acaso un mundo de armonía burguesa no requiere de una policía inexperta, ingenua ante las atrocidades que son, claro, anormales?)- aparece
la novela negra para revelar la crueldad inherente al capitalismo, a la
urbanidad que acelera el proceso de individuación (conocido, en la historia humana y hasta hoy, como asociada e inherente al capitalismo), el mal que seguirá a pesar de los atajos –no siempre legales, por
cierto – que se tome la justicia o, mejor dicho, el justiciero. Chandler contra
Ágata Christie.
Puede ser.
Historizado.
Habrá que ver cuánta potencialidad queda en esos relatos, ahora que emergen con la popularidad que otrora tuvieron estos libros de bolsillo, una variación que sólo da roscas a los dos géneros y amplía la visión del mundo paranoica: los thriller. No hacia una síntesis, pero sí una mezcla algo rara: la cotidianeidad de la paranoia como elemento indisociable de la urbanidad, la individuación y, por tanto, el capitalismo.
Habrá que ver cuánta potencialidad queda en esos relatos, ahora que emergen con la popularidad que otrora tuvieron estos libros de bolsillo, una variación que sólo da roscas a los dos géneros y amplía la visión del mundo paranoica: los thriller. No hacia una síntesis, pero sí una mezcla algo rara: la cotidianeidad de la paranoia como elemento indisociable de la urbanidad, la individuación y, por tanto, el capitalismo.
Vivimos bajo amenaza.
La tierna estudiante que tontea en el campus universitario, la plácida familia tipo que duerme en un country, el inversor de bolsa, el taxista de color en la noche movidiza.
No debe ser casualidad esta prepotencia angosajona por narrar lo social desde una visión policial y violenta.
Una conspiración que se vuelve
como una bofetada contra sí mismo. Una electricidad violenta y rápida. Un mundo
donde el mal no se acaba, donde hay cosas por descubrir, donde se vuelve de
algún modo siempre al mismo lugar. Y la velocidad, entrecruzada por los vértigos comunicacionales de la cotideaneidad del lector, claro.
Están los protagonistas geniales de la novela negra y de la novela de misterio, y están los misterios cercanos del segundo, y la violencia artera y sin sentido de los primeros. Los dos componentes se cruzan, se mezclan, y en tanto relato político –teniendo en cuenta que se producen principalmente en los EEUU- hay generalmente un fuerte cuestionamiento a las instituciones represivas (el vaticano, la Cía, el pentágono, el presidente, los senadores, los narcos extranjeros) pero las cosas sólo se resuelven desde adentro. Como en las novelas de espías. En la mismidad, como una dialéctica negativa, está el mal y su solución. Bah, el mal y su resolución, temporaria,en cierto modo, aleatoria -lo aleatorio gana terreno como momento de éxtasis, supongo que este elemento proviene principalmente del cine, pero vaya uno a saber. Igual, la novela negra, por más orígenes que lo disgregan del positivismo epistemológico, está ligada al cine. Sería buena la hipótesis contrafáctica de pensar la novela negra sin el cine, antes del cine. Cuando los miedos sociales se conjuraban en leyendas o en creencias místicas.
No hay un afuera, en los thriller, que pueda derrotar el mal, no hay alternativas: ahí radica el anclaje de la conspiración, en que no hay un afuera. Y el thriller es la confabulación latente
Acaso la visión del mundo unipolar, de la caída del muro, no sólo dejó a las novelas de espías a la zaga: también parece haber dejado huérfanas e ingenuas a las novelas negras después de Psicópata Americano y las películas de Hollywood.
Están los protagonistas geniales de la novela negra y de la novela de misterio, y están los misterios cercanos del segundo, y la violencia artera y sin sentido de los primeros. Los dos componentes se cruzan, se mezclan, y en tanto relato político –teniendo en cuenta que se producen principalmente en los EEUU- hay generalmente un fuerte cuestionamiento a las instituciones represivas (el vaticano, la Cía, el pentágono, el presidente, los senadores, los narcos extranjeros) pero las cosas sólo se resuelven desde adentro. Como en las novelas de espías. En la mismidad, como una dialéctica negativa, está el mal y su solución. Bah, el mal y su resolución, temporaria,en cierto modo, aleatoria -lo aleatorio gana terreno como momento de éxtasis, supongo que este elemento proviene principalmente del cine, pero vaya uno a saber. Igual, la novela negra, por más orígenes que lo disgregan del positivismo epistemológico, está ligada al cine. Sería buena la hipótesis contrafáctica de pensar la novela negra sin el cine, antes del cine. Cuando los miedos sociales se conjuraban en leyendas o en creencias místicas.
No hay un afuera, en los thriller, que pueda derrotar el mal, no hay alternativas: ahí radica el anclaje de la conspiración, en que no hay un afuera. Y el thriller es la confabulación latente
Acaso la visión del mundo unipolar, de la caída del muro, no sólo dejó a las novelas de espías a la zaga: también parece haber dejado huérfanas e ingenuas a las novelas negras después de Psicópata Americano y las películas de Hollywood.
Es raro que el nuevo mounstruo "mundial" -el musulmán radicalizado de ex colonias europeas- no tenga aún consolidado su género literario para denostarlo.
Los negros, los latinos, la clase trabajadora, los "bajos fondos" de la miseria de la crisis del 30, tuvieron su novela negra para brutalizarlos.
El posmodernismo se infiltra por los poros de la literatura y tenemos, entonces, los asesinos posmodernos, los policías posmodernos, la represión posmoderna. ¿Pero dónde están los malos musulmanes, el terrorismo, la guerra biológica, las cartas envenenadas con antrax, los aviones chocadores? En el género de ciencia ficción abundan, y suelen anticiparse a la demonización, pero no resultan hoy muy populares en la literatura. Así como, fuera del cine, las novelas con soviéticos malos no fueron creadoras de un género literario. Aunque El Expreso de Medianoche pudo haberse convertido en el fundante de la literatura de no ficción -con la misma arbitrariedad con que lo fue A Sangre Fría en vez de Operación Masacre- no sucedió.
El posmodernismo se infiltra por los poros de la literatura y tenemos, entonces, los asesinos posmodernos, los policías posmodernos, la represión posmoderna. ¿Pero dónde están los malos musulmanes, el terrorismo, la guerra biológica, las cartas envenenadas con antrax, los aviones chocadores? En el género de ciencia ficción abundan, y suelen anticiparse a la demonización, pero no resultan hoy muy populares en la literatura. Así como, fuera del cine, las novelas con soviéticos malos no fueron creadoras de un género literario. Aunque El Expreso de Medianoche pudo haberse convertido en el fundante de la literatura de no ficción -con la misma arbitrariedad con que lo fue A Sangre Fría en vez de Operación Masacre- no sucedió.
Falta un género genial y de paso funcional a los sustentos culturales hegemónicos con que los anglosajones -y toda su maquinaria- narren desde la literatura el mundo.
Me parece, qué se yo.
Pero es como, no sé, un clima de circularidad, de repetición, de variacones en rojo en el género policial.
Un sabor amargo, relativo, nos deja sólo como opción la velocidad, la tecnología de los relatos como un subterráneo donde no hay tiempo de mirar las caras y las personas y las cosas detenidamente, sólo se avanza, se pasa de pantalla, se corre hacia algún lado que no es precisamente el final, porque aunque el libro termine siempre habrá otros libros y otros finales y otras posibilidades de lo mismo. Una infinita posibilidad de lo mismo.
Acaso James Hadley Chase haya anticipado esto, por sus finales abiertos, por su cumpulsión a la sorpresa, por su productividad, por sus audacias, por su cosificación industrial, por ser mi ídolo, también, ya que estamos. Acaso la relación, de la cual Hollywood fue la vanguardia, entre cine y literatura, se haya profundizado y no haya vuelta atrás. De ser así, hay que recordar los que anunciaron la muerte de la literatura poniendo como asesino al cine, y más acá, más reciente, los que mataron al libro y descubrieron a internet como el asesino: y no sólo los libros sino también los diarios, y no sólo eso, sino que mataron la literatura y hasta llegaron a matar al lector.
Pero como escribió Walsh: hay un muerto que vive.
Un sabor amargo, relativo, nos deja sólo como opción la velocidad, la tecnología de los relatos como un subterráneo donde no hay tiempo de mirar las caras y las personas y las cosas detenidamente, sólo se avanza, se pasa de pantalla, se corre hacia algún lado que no es precisamente el final, porque aunque el libro termine siempre habrá otros libros y otros finales y otras posibilidades de lo mismo. Una infinita posibilidad de lo mismo.
Acaso James Hadley Chase haya anticipado esto, por sus finales abiertos, por su cumpulsión a la sorpresa, por su productividad, por sus audacias, por su cosificación industrial, por ser mi ídolo, también, ya que estamos. Acaso la relación, de la cual Hollywood fue la vanguardia, entre cine y literatura, se haya profundizado y no haya vuelta atrás. De ser así, hay que recordar los que anunciaron la muerte de la literatura poniendo como asesino al cine, y más acá, más reciente, los que mataron al libro y descubrieron a internet como el asesino: y no sólo los libros sino también los diarios, y no sólo eso, sino que mataron la literatura y hasta llegaron a matar al lector.
Pero como escribió Walsh: hay un muerto que vive.
Aunque hastiado y a la espera.
Feinmann, el bueno, diferencia los subgéneros policiales de enigma y negro así: “En la primera no es la sociedad que está enferma, es el asesino, y una vez descubierto éste todo vuelve a la normalidad de una burguesía que desarrolla su poder histórico sin sobresaltos; en la segunda la enferma es la sociedad, el crimen responde a su lógica interna y no al desvarío e una conciencia individual”
ResponderBorrarEn el latínoamericano de antemano no hay una “enfermedad”, lo corrupto es quien lauda, qué es lo enfermo, el corrupto es el médico que diagnostica, el propio estado. En Operación masacre está claro eso. Pero (sigue Feinmann): “… el dinero, como fuerza corruptora, asesina y esencialmente capitalista, expande sus dominios hasta contaminar la existencia toda”, es por eso que “¿Quién mató a Rosendo?”, pese a que la acción se desarrolla en un ámbito sindical se puede inscribir en la lógica del policial negro por esto del dinero como bien ha señalado Bertranou. Tampoco Walsh es parejito, hay una distancia entre estos dos trabajos y la distancia es la del mismo Autor. Mientras que en OM no hay autor sino alguien que escribe las crónicas, que poco importa, solo hay testimonios y a medida que la obra se va reeditando los personajes van tomando vida (real) ganándole todavía más terreno al Autor. En ¿QMR? Estamos a mitad de camino, hay una personificación en Rosendo, también hay testimonio pero Tomás Eloy Martínez, en Santa Evita se encarga de desmitificar esto de los santos testimonios. Martínez falsea a propósito los testimonios a lo periodista para que parezcan verídicos, como una burla a la pulcritud de Walsh y de alguna forma mirando el Central Park corrige la lógica inversa y desviada de Walsh en donde el criminal es el Estado y el detective es el pueblo.
En un caso extremo del procedimiento walshiano se ubicaría el policial islámico recordando a Alejandro en aquel post perdido en donde Ud. Planteaba lo mismo que aquí “creo que no puede haber novela policial allí (el mundo árabe) porque no hay concepto de individuo. No existe la posibilidad de un Poirots porque no hay culpables individuales sino colectivos. Hay atentados a las torres gemelas más que al presidente.”
Imagino su thriller donde la OTAN decide atacar a Gadafi, para reponer un régimen democrático, hay una primera incursión vía twitter y Facebook que logra poner en la calle una caterva de manifestantes que andan buscando el significante vacío. La cacatúa mediática reproduce titulares donde a Gadafi se lo significa con el “Si quieren venir que vengan”. La incursión armada internacional tiene lugar, toman Trípoli y matan a Gadafi, pero se dan cuenta que ese país no tiene estado, ni siquiera gobierno, que es una red totalmente distribuida en donde hay tipos que se la tienen jurada al jefe pero como el mellizo se la tenía a Riquelme. No hay un Satán Hussein ni un Bin Laden, incluso no se lo puede contruir, ni siquiera hay novela porque la misma novela es un género burgués, puede haber un “Diario de un periodista en Trípoli” y no un best seller “Los últimos día del tirano”. Esto tiene que ver con las redes jerárquicas involucradas con lo lógica del conflicto este-oeste. No, la que viene ahora que es una lógica norte sur explícita, en donde las redes son distribuidas como en el peronismo argentino, en las naciones Bolivianas de Evo, en la república Boliviariana de Chaves o en Libia que fue la primera en mantenerse por 40 años.
Los trhillers deberán entenderse con el populismo ahora, con un enemigo colectivo que hasta ahora lo ha venido combatiendo fagocitándoselo, lo que Ud. Dice, como hizo con el nazismos, donde no hay afuera. Para reimponer la lógica de la realpolitik debe haber una tesis y una antítesis y eso es imposible sin una individuación del enemigo. La dispersión populista es el principal enemigo de las jerarquías, si no fíjese quién le gana a la iglesia católica apostólica romana, millones de cultos religiosos distintos dispersos por ahí pero necesarios que se hacen llamar evangélicos. El bazar le gana a la catedral
Haa me olvidaba, desde mi burguesía estoy armando una novela sobre Walsh
ResponderBorrarCHE LUCAS QUE BIEN ESCRIBIS !!!
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