sábado, marzo 12, 2011

Y hay gente que lee esto



Recién me crucé con un chanta. Un chanta de los buenos, un viejo amigo, que vende humo por distintos países. Me cae bien. Coincidimos en la ciudad donde vive, muy viejita, todavía, su madre. Tomamos un café. Lo encontré de casualidad. Por la calle. A veces me entero, le cuento, de su vida, por los diarios. Extranjeros. Me hace reír. Dice que, de mí, se entera por lo que le cuentan los amigos en común. Que ahora trabajan, tienen hijos, problemas, menos horas, más años, y siguen ahí, desparramados con ese montón de cosas y esos huecos de hastío que es la vida de uno, de cada uno, de los amigos en común, de los viejos adversarios, de algún descolocado que esté, en este momento, leyendo esto, la vida tiene esas cosas. De encontrarse en la esquina, tomar un café, sonreír. Vendiendo ilusiones. Comprando ilusiones. Qué lindo, las calles polvorientas, la siesta, los vestidos de las chicas, la vida de los otros. Agua mineral, la ventana, el buzón de la esquina. Yo sé, y vos sabés, acá andamos.
A veces hay un vacío. A veces digo boludeces. La mayoría. La internaron a mi vieja, se le salió, de nuevo, la prótesis. Mañana está anunciado lluvia, es cierto, estoy fumando mucho. Cómo me hiciste reír cuando te vi, en esa foto, disertando en la universidad de, naaa, éste es mi amigo, pensé. Una tierna carcajada, en serio. Me hiciste reír.
No, me dejó. Bah, viste cómo son estas cosas. Creo que sigue viviendo ahí, hace mucho que no la veo, a veces me escribe. ¿Te acordás de la flaca que nos decía que se iba al norte para encontrarse a sí misma, la que rompía las pelotas con las religiones, que se hizo medio indígena y tenía las tetas más lindas del barrio? Ah, ya sabías. Yo me enteré recién ayer. Se la veía tan llena de vida, de vitalidad. ¿Cómo era el nombre? Uno no se imagina, pero bue, hace muchos años ya. ¿La madre vive? Pobre. Bah, qué se yo, supongo que es mejor vivir, a morir. Pero el ciclo natural es que primero mueran los padres. No sé. Acá estaba bueno porque nunca se hacía tarde, nunca llegábamos tarde, es cierto, tampoco llegábamos a ningún lado, pero quiero decir, cuando éramos pendejos no teníamos tanta prisa, toda esa urgencia, esa ansiedad, los sueños desmedidos que sí teníamos eran de otra materia prima, de otro peso, no sé si me entendés, como con menos responsabilidades, mas despojados, ahora, qué se yo,  se van calmando, como que se duermen, no sé si se acaban, si ya fue, si de esto -solamente- se trataba. En cierto modo. Sí, capaz que sí. Vivir, bueno, es así. Nada más. O es bueno creerlo así: hacemos lo que podemos, a las trompadas, y así salen, a los ponchazos, las cosas. Y a veces ni eso. Pero sí, obvio, tampoco es tan importante. Nada es tan importante. O sí. No sé. Lo que te digo, digo muchas boludeces. Y digo y digo y sigo diciendo, sigo diciendo digo. Vos también. Y encima, vivimos de eso. En el fondo, no sé, cargás nafta, mirás al empleado, o tenés al cartero, un oficio, el de cartero, me parece, casi en extinción. Lo ves al cartero, va al buzón. ¿En qué otra ciudad quedan buzones? Abre el buzón. Las ciudades ya no tienen viejos carteros ni viejos buzones ni viejas cabinas telefónicas. Las jubilaciones siguen en 900 pesos y pico. La garrafa de gas aumenta y todavía hay mucha gente en las calles durmiendo, y faltan cloacas y empleo para los jóvenes y, sabés qué, esto me preocupa y te juro que me siento un boludo porque no sé cómo explicarlo, yo veo una bomba de tiempo; no, no en la economía en sí, como la entienden los que trafican con ese chamuyo: altas tasas de crecimiento, lento pero algo de distribución hay, y los que rasqueteamos el fondo de la olla sabemos en qué campo simbólico (cómo me puse, che, con eso del campo simbólico) se puede dar la pelea, pero yo veo una bomba de tiempo y no sé cómo explicarla: se renunció a pensar el país como totalidad, en el sentido de tipo ideal, se discuten boludeces, hay mucha información, datos reales y otras cosas que son pescado podrido, se aprende a leer los medios de comunicación, es genial, jamás lo soñamos posible, acá está, esto se respira, pero, otra cosa: hay que demoler el Teatro Colón y mudar el Conicet a Formosa, para desactivar la bomba de tiempo. Pero no sé cómo mierda explicarlo y me enredo y no me dan bola y entonces me pongo a provocar y me gano enemigos al pedo y así. Yo creo que la renuncia a pensar el país implica alimentar la bomba de tiempo. Prender la mecha de quienes van a quemar las naves en veinte años, porque por suerte tendrán fuerza y noe starán desnutridos. Sí, ya sé, es un país medio en el culo del mundo y son las tendencias globales del capitalismo pero desde acá se puede, hay que intentarlo, esto tiene, ja, perdón por lo que voy a decir, pero esto contiene el germen de su propia autodestrucción. La negación de la negación, te acordás. Y nadie me da bola. Debo ser yo el que está equivocado. Entonces aflojo, estoy más diplomático, qué se yo, más táctico, capaz, o más cansado y podrido. La puta madre. Che, tengo que irme. Te paso mi teléfono y pasame el tuyo, que total nunca vamos a volver a llamarnos. Acá quedaron los mejores recuerdos. Y los peores. Acá quiero morirme y acá quiero sentarme a tomar mate, mirar la tarde y de vez en cuando desconectar el teléfono, regar las plantas, mirar el río, acostarme a dormir la siesta.
Pero el tiempo que se fue se quedó en un lugar que ya no es el mismo, ni lo será.
Un abrazo.
Nos vemos.
Quizás nos volvamos a ver.
Quién sabe.
Ja.  
Vendiendo ilusiones. Comprando ilusiones. Qué lindo, las calles polvorientas, la siesta, los vestidos de las chicas, la vida de los otros.

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