La escena es compleja. Se tiende una especie -imaginaria, claro está- de ring. No hay reglas precisas, más que el batifondo de la discusión en torno a las reglas y procedimientos. Las armas, del duelo, son desiguales. Ambos disputan, además, el mismo lugar. Aunque pregonan disputar el contrario, el de víctima. Son los protagonistas.
Si uno se aleja, mira desde el fondo, perdido en la tribuna, uno más, apenas, espectador (no podría ser de otro modo) hay algo gracioso. Muy divertido.
Comiendo pochoclos, algo aburrido, puede uno encontrarse -en el fondo, en la tribuna, sentado como espectador- al lado de algún sobreviviente de la interna del rancio peronismo federal y de la ONG radical. Candidato a presidente, cantado, pero no aplaudido, por nadie. La pelea está por comenzar. Un nuevo round.
Las armas son desiguales y las hinchadas, inversamente proporcionales, son, también, desiguales. Pelean con destreza, sabiduría, inteligencia.
Vaya uno a saber el resultado.
El vecino de la tribuna -al lado nuestro, allá, alejado y expectante, candidato a presidente- apuesta por los que tienen mejores armas, aunque menos hinchada. Son más estruendosos. Uno, elegante, respetuoso, apuesta por el contrario.
Ya se sabrá el resultado.
Pero qué grasa es comer pochoclos, no?
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