martes, mayo 03, 2011

Mayo

Cuánta de la gente que va, por ahora, caminando por esta calle, tiene ganas de irse a otra parte. No sé. Desde el balcón se ve la esquina. Al lado el mate. Ninguna resaca. El cenicero y el teclado de la computadora. Los diarios de hoy siguen sin abrirse: no tienen, ya, el encanto de guardar secretos, de contener misterios a resolver, de desesperar.
Hay gente que tiene, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor frecuencia, con mayor o menor concreción, ganas de irse. De no estar donde está. Y otra gente que no. Que es distinta. Que se siente a tono con estar donde está. Desde hace largos años. Hay gente que es la mayoría de la gente que siente un pequeño, cuidado y pequeño orgullo de que las cosas sean así. Ningún malestar que desubique, ningún secreto inexplicable. Media mañana sin ojeras. Sin rumiar algo. Poca ansiedad. Casi nada de remordimientos. Incomprendido el círculo raro de la melancolía. Hay gente así. Son la mayoría.
Pareciera que no. Si mirás las caras en el colectivo, los pies de las personas en la parada. La impaciencia de las filas en el supermercado. Pero es pura apariencia. Es el cristal con que se mira. Es una boludez de tu parte. De mi parte, por supuesto.
Vino el frío. El otoño como un piano bajando en la consola de grabación.
Las panaderías están llenas.
Tengo una azalea en el balcón y la riego. Con las manos en el bolsillo. Saludo al portero de enfrente. El viento no me despeina. Me estoy quedando pelado. Pero todavía miro como penetrando el horizonte. Como analizando algo importante. Como llegando a remotos lugares del alma. Miro como si mirara en serio. Tengo entendido que la cara de profundo me sale bien. Me gusta creer que me sale bien. Aunque me esté burlando, casi todo el tiempo, de mí mismo.
Quién sabe porqué cuento todo esto.
Debe ser para no aburrirme.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario