miércoles, mayo 04, 2011

Mentir




Que me he peleado con éste, que me enojé con aquel. Hace frío, tengo una estufa. Ya es un ritual que cuando vuelvo a casa me pide un pucho el que cuida autos en la puerta. Temblando, esta noche. Del frío. Tiene una campera, la mirada loca, me sonríe con complicidad. De qué seremos cómplices, la puta madre. ¿De no afeitarnos, de las ojeras, de estar tirados en el cordón de la vida? Cuando busco que me quieran me torno trágico. Sol me dijo que nos vemos en preescolar. Ya ni engatusar puedo. Este viejo adversario despide a un amigo, le digo a mi parte crápula antes de apagar la luz del velador. Mentiroso. Que Andajazi -qué se yo cómo se escribe, va una hache por ahí- me tira bombas con una soberbia resentida, que otro día con la frente baja en el trabajo, que me cuesta decirle a los pibes del barrio que no me va tan bien. Mentira. Qué sería si no me hubiera metido en el charco, en la chacota, en el barro de la política. Más infeliz, sería. O sino tuviera esta cosa disoluta, discontinua. ¿Estaría pescando en la isla Maciel o sería médico como Henry Carbó? Vamos, mentira. Que me voy a Paraná, que hablo con mi vieja, que paseo por la inmobiliaria para pagar el alquiler, que se viene el invierno, que otra noche más, que nos hacemos más grandes, que nunca quise esto, que de paso ligo un palazo en un libro sobre un crimen doloroso, se me ríen y yo me quedo callado, que hay muchas cosas que no cuento, mentira!, que Beatriz Sarlo al pasar -en un libro brillante, en el que no coincido, con esfuerzo, en casi poco- me maltrata, que la vida sigue, que mi tiempo se acaba, que la almohada dura, que un vaso de agua, que ay querida, es cierto, te llamé y me dio verguenza, que no metí ningún gol, que me he peleado con éste, que me enojé con aquel, que tu pelo rojo, que mando señales o escribo sin pensar, mentiroso. A veces los días son así. Un capricho de las cosas. Me agarro el cachete con la palma de la mano. Miro la ventana. Pongo cara de profundo. Y pienso en corpiños y daiquiris, barriletes adultos. Mentiroso. Que me he peleado con éste, que me enojé con aquel. Las heridas de la infancia son una sucesión que a lo sumo festeja cumpleaños. Con velitas. Y actores de reparto. Que hacen de escribano. Mi vieja me reta por los impuestos que me olvido, porque me cortan la luz, porque soy un colgado, porque tengo la camisa sucia. Los árboles, paraísos de flores lilas, siguen pálidos, en las calles donde empezó todo. ¿Y adónde llegó? La melancolía es solamente ser respetuoso con las ex novias. Que ya me olvidaron. Que me he peleado con éste, que me enojé con aquel. Nos vemos en preescolar, corazón. Ya ni engañar puedo, mentiroso. Me gasté los cartuchos del engaño en mí mismo. Cuando vivía en Rosario mi papá dejaba tirados los libros con tapas negras y fotos negras en la solapa negra. Cortázar me miraba y me asustaba. Pasaban marchas por el monumento a la bandera. Yo miraba por el balcón y me asustaba. Chiquitito. Tenían las barbas de mi papá, de Cortázar, de los que marchaban, todo eso me asustaba. Dónde están los pibes que se asusten de mi rabia, eh. Porqué no me quedé ahí. Con esos miedos protegidos. Ahora pago con el monotributo un seguro que no vale ni de cerca lo de esos días enormes de la infancia. Ya fue. Que me he peleado con éste, que me enojé con aquel. Que me voy a dormir. Los números en esa tela en la que se hacían las rodilleras de los jeans, los números en la camiseta blanca que mi abuela nos cosía; yo jugaba de 10. Y era el capitán. Algunos ya están muertos, otros andan desperdiciados por la vida, yo nunca los narré. Y en todo caso a nadie le importa. De todos los mundos que busqué no quedó ninguno. Bah, quedó esto. Mentiroso. Cuerina! Así se llamaba la tela. Se llama. Debe seguir existiendo esa tela. Aunque no existan más los pases y los goles, los caños y los arcos hechos con remeras. Las madres en los pórticos llamándonos a comer, mañana hay escuela, las tareas, los cuadernos rivadavia. Las crueles derrotas por goleada. No se parecían en nada a esta pequeña sucesión de imbecilidades. Yo me paro, confiado, frente a una audiencia. Agarro micrófonos, hablo de esto y aquello. La puta madre. Que me he peleado con éste, que me enojé con aquel. Cadencia musical de estas noches. Se viene el invierno. Se va algo. No sé qué es. Pero algo se va.
Ya fue. Mentira.
Me voy a dormir.
Puede que tengan razón los que me ponen fecha de vencimiento. Laboral. Social. Aunque seguramente después de esa fecha tenga la obstinación de seguir viviendo. Y rompiendo las pelotas. Me pide el flaco que cuida autos en la puerta si le doy unos pesos para el vino. Me siento en el cordón de la vereda un rato. Los taxis pasan. Los colectivos pasan. Los autos, con parejas felices, pasan. Si lo pensás bien, todo pasa. Incluso esta tristeza. Y esta cursilería. De fines de otoño. Y estas ganas forzadas de sentirse un miserable. Pasa.

2 comentarios:

  1. Cierto, Carrasco, todo pasa. Pero no todos tienen su capacidad para dar cuenta de "cómo" pasa. Sigo sosteniendo que éste es su mejor - y mas brillante - registro.

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  2. Sólo como ejemplo de la crueldad y falta de poestía imperante en el mundo, te cuento que la cuerina sigue existiendo pero ahora se llama "cuero ecológico". Es como la paleta sanguchera, que ahora se llama pernil de cerdo. Y nadie hace nada.

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