Cuando ingresé a primer grado, la democracia recién empezaba. Nos hacían formar en el patio de la escuela Don Bosco. Y tomar "distancia". Como formaban los milicos. En la escuela sólo había varones, porque el sexo débil debía concurrir a otras escuelas.
Cantábamos, como unos pelotudos, acarameladas canciones que mentían -y descaradamente- sobre nuestro infame ejército nacional. Que se había meado encima cuando vio de lejos a un ejército de verdad. Los valientes que, apenas, se habían animado contra dos monjitas francesas. Y solamente de puros perversos, de psicópatas sexuales.
Llegaba hacía poco a Paraná. Antes había vivido -y pasaba los fines de semana largos y las eternas vacaciones de la infancia- en mi casa en Rosario, a una cuadra del imponente monumento a la bandera. Me daba miedo, ese monumento. Por que jugábamos en los parques de los alrededores, siempre conscientes de que si escuchábamos el malón de indios llegar, debíamos correr a refugiarnos a nuestras casas. El malón eran las marchas contra el final de la dictadura y el renacer de la democracia.
La bandera era todo lo impuesto, lo establecido, lo gris.
Los sectores reaccionarios se habían escrito una historia a medida, se cantaban canciones, nos obligaban a respetarlos.
Pasaban los curas por las aulas. Las señoritas -esas viejas neuróticas- nos daban lecciones de patria, la patria entendida según oscuros generales que sólo batallaron contra civiles de su propio pueblo.
Nunca que a Belgrano lo sancionó el gobierno porteño por usar una bandera nacional. ¿Cómo? Sí, corazón, el cacerolazo del 25 de mayo de 1810 no pidió por ninguna independencia, sino por el rey Fernando Séptimo, recientemente llegada la noticia de su captura por las tropas de Napoleón Bonaparte. En 1812 la situación europea había cambiado. Los realistas querían recuperar el pleno control de sus dominios -en Buenos Aires se había echado al salame del virrey- y había, sí, sectores independentistas como Belgrano. He ahí el origen de nuestra bandera.
Belgrano partió, desobedeciendo (por eso fue sancionado) a comandar el ejército del norte. Un año después, Belgrano confeccionó otra bandera: el cabildo porteño no la aceptó, pero en el inmenso bolazo de nuestra historia oficial -que esencialmente busca dejar la realidad de que las provincias son preexistentes a la nación, con lo cual se debe borrar de la historia a Artigas, inventarse un San Martín edulcorado, un Belgrano encargado del cotillón y unos caudillos federales simpáticos y consensuales- se dice que la aceptó pero sólo bajo condición de que fuera la bandera del ejército...del norte!
Ay, corazón, lástima que es la misma asamblea de consorcio que luego entrega, para la construcción de un país unitario, un buen pedazo del norte. Tarija, por ejemplo. Entre otras zonas que pertenecen, hoy, a Bolivia. Sus diputados participaron del congreso tucumano que, en 1816, proclamó la independencia, previa disolución de la Liga de los Pueblos Libres y dejando, tanto el interior uruguayo como la misma montevideo y la actual provincia de Brasil, Río Grande Do Sul, que dejen de pertenecer a las provincias unidas del río de la plata, actual argentina. La exclusión de esos territorios que rodean Misiones, Corrientes y Entre Ríos fue la condición de posibilidad de la realización del congreso tucumano y de la declaración de la independencia.
La bandera entrerriana -que aún es la bandera entrerriana- es la bandera de a declaración de la independencia argentina, que fue un año antes del congreso de Tucumán, en arroyo la china, departamento de Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos. Se adoptó la subversiva bandera de Belgrano. Con la banda roja, federal y montonera, que la atraviesa.
Y ahí, alta en el cielo, audaz se eleva.
Cantábamos, como unos pelotudos, acarameladas canciones que mentían -y descaradamente- sobre nuestro infame ejército nacional. Que se había meado encima cuando vio de lejos a un ejército de verdad. Los valientes que, apenas, se habían animado contra dos monjitas francesas. Y solamente de puros perversos, de psicópatas sexuales.
Llegaba hacía poco a Paraná. Antes había vivido -y pasaba los fines de semana largos y las eternas vacaciones de la infancia- en mi casa en Rosario, a una cuadra del imponente monumento a la bandera. Me daba miedo, ese monumento. Por que jugábamos en los parques de los alrededores, siempre conscientes de que si escuchábamos el malón de indios llegar, debíamos correr a refugiarnos a nuestras casas. El malón eran las marchas contra el final de la dictadura y el renacer de la democracia.
La bandera era todo lo impuesto, lo establecido, lo gris.
Los sectores reaccionarios se habían escrito una historia a medida, se cantaban canciones, nos obligaban a respetarlos.
Pasaban los curas por las aulas. Las señoritas -esas viejas neuróticas- nos daban lecciones de patria, la patria entendida según oscuros generales que sólo batallaron contra civiles de su propio pueblo.
Nunca que a Belgrano lo sancionó el gobierno porteño por usar una bandera nacional. ¿Cómo? Sí, corazón, el cacerolazo del 25 de mayo de 1810 no pidió por ninguna independencia, sino por el rey Fernando Séptimo, recientemente llegada la noticia de su captura por las tropas de Napoleón Bonaparte. En 1812 la situación europea había cambiado. Los realistas querían recuperar el pleno control de sus dominios -en Buenos Aires se había echado al salame del virrey- y había, sí, sectores independentistas como Belgrano. He ahí el origen de nuestra bandera.
Belgrano partió, desobedeciendo (por eso fue sancionado) a comandar el ejército del norte. Un año después, Belgrano confeccionó otra bandera: el cabildo porteño no la aceptó, pero en el inmenso bolazo de nuestra historia oficial -que esencialmente busca dejar la realidad de que las provincias son preexistentes a la nación, con lo cual se debe borrar de la historia a Artigas, inventarse un San Martín edulcorado, un Belgrano encargado del cotillón y unos caudillos federales simpáticos y consensuales- se dice que la aceptó pero sólo bajo condición de que fuera la bandera del ejército...del norte!
Ay, corazón, lástima que es la misma asamblea de consorcio que luego entrega, para la construcción de un país unitario, un buen pedazo del norte. Tarija, por ejemplo. Entre otras zonas que pertenecen, hoy, a Bolivia. Sus diputados participaron del congreso tucumano que, en 1816, proclamó la independencia, previa disolución de la Liga de los Pueblos Libres y dejando, tanto el interior uruguayo como la misma montevideo y la actual provincia de Brasil, Río Grande Do Sul, que dejen de pertenecer a las provincias unidas del río de la plata, actual argentina. La exclusión de esos territorios que rodean Misiones, Corrientes y Entre Ríos fue la condición de posibilidad de la realización del congreso tucumano y de la declaración de la independencia.
La bandera entrerriana -que aún es la bandera entrerriana- es la bandera de a declaración de la independencia argentina, que fue un año antes del congreso de Tucumán, en arroyo la china, departamento de Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos. Se adoptó la subversiva bandera de Belgrano. Con la banda roja, federal y montonera, que la atraviesa.
Y ahí, alta en el cielo, audaz se eleva.
Cristina uso el " edulcorado". Lucas marca tendencia.
ResponderBorrar"...el cacerolazo del 25 de mayo de 1810 no pidió por ninguna independencia, sino por el rey Fernando Séptimo, recientemente llegada la noticia de su captura por las tropas de Napoleón Bonaparte..."
ResponderBorrarSi bien coincido enq ue la Revolución de Mayo tiene poco de revolución en términos de transformaciones, no fue un cacerolazo por el Rey capturado recientemente. De hecho ya llevaba dos años preso en un palacete. Digo esto porque por ahí sos medio leído y no un ignorante
El artiguismo fue un mov. de resistencia más, del mundo misionero-guaraní (el último, fue el de la guerra de la Triple Infamia), contra la oligarquía portuaria, el esclavismo bandeirante y la "inserción" de las Pcías. del Plata en el mundo. Por eso hay que esconder a Artigas y traer a alguien con más paladar como San Martín y Belgrano. Ámbos agentes ingleses, monárquicos, civilizados y esclavistas.
ResponderBorrar