Las elecciones en la ciudad de Buenos Aires tienen una constante: la conciencia de los votantes de la existencia casi inalterable de la segunda vuelta, lo que implica una mayor dispersión partidaria del voto en primera vuelta.
Sobre esto hay mucho debate, y cierto consenso de que este tipo de ordenamiento electoral tiene mayor consistencia en regímenes de tipo parlamentario.
El problema es que la institución creada por la reforma constitucional del Pacto de Olivos que derivó en una asamblea constituyente porteña crea una Jefatura de Gobierno de capacidades parecidas a la de un gobernador argentino pero con las limitaciones y posibilidades de no tener que financiar (ni controlar) la policía real –no el chiste malo de la metropolitana- ni gran parte de los subsidios en transporte, servicios e infraestructura. Las escuelas y hospitales, a su vez, son inversiones nacionales y se traspasó la administración y el pago de salarios, como sucedió con todas las provincias durante los pactos fiscales menemistas y los recortes progresistas de a década del 90 y la Alianza.
El sistema de generosidad en el piso para acceder a la legislatura se complementa con la facilidad para crear un partido político. Durante el fracaso del gobierno progresista de la Alianza, en todos los distritos se tomó la moda porteña de que cualquiera cree un partido político, lo que dio trabajo a muchos administrativos de las ideologías y la falsa conciencia de participación haciendo propuestas que total quedan en nada.
Así son las cosas. El problema es cómo garantizar que las representaciones mayoritarias que se condensan en la segunda vuelta, tengan representación real en la legislatura.
Este dilema no es menor, ni casual, sino condicionante de la gobernabilidad y además sistémico.
Por eso es que, en el caso de las candidaturas mayoritarias, como las de Macri, Filmus y Solanas, en el caso de quien todas las encuestas marcan segundo, del representante del Frente para la Victoria, hay un dilema complejo.
Por un lado, las tres listas de legisladores son una apuesta estratégica por parte de la presidenta para expresar el sustento ideológico que imagina para la formación del Frente para la Victoria de cara a los años por venir, y a su vez, una táctica de acumulación para sostener la candidatura de Daniel Filmus apostando al triunfo y no a presentaciones testimoniales, como abundan en la ciudad de Buenos Aires por las mencionadas razones sistémicas. Pero a la vez, debilitan la posibilidad de concentrar un bloque sólido capaz de ejercer desde el oficialismo o eventualmente la oposición, la tarea de representar las ideas progresistas, nacionales, populares y democráticas que prometen y expresan.
En este escenario, entonces, es importante clarificar qué se juega ahí, diciéndolo con la honestidad intelectual de quien, si votara en Capital (lo hago en Entre Ríos) no dudaría en apoyar la fórmula Filmus-Tomada y la lista de legisladores que encabeza ese noble referente de la juventud y los derechos humanos que es el diputado Juan Cabandié. Y lo haría, no sólo por la dimensión ética que Juan representa, sino además porque, aunque se resalte poco, ha llenado de orgullo las banderas de Memoria, Verdad y Justicia y a la vez ha demostrado tener capacidad de acumulación y aprendizaje en la dura faena de la política legislativa, liderando además un conjunto de jóvenes cuyo núcleo principal –pero no único- es la agrupación La Cámpora. Resistiendo todos los embates miserables que quieren transformar la militancia juvenil en un toma y daca de compra venta y remate, Juan une la historia dolorosa de varias generaciones encarnando sueños y horizontes de equidad, justicia social y reparación simbólica, pero también estuvo a la altura de las circunstancias como presidente del bloque porteño del Frente para la Victoria y construyendo un proyecto para la ciudad con seriedad, compromiso y audacia.
La nominación de la presidenta Cristina para que Juan encabece la lista oficial, es un mensaje político, ético, valorativo, que en mi humilde opinión deben necesariamente enmarcarse en la compleja realidad política e institucional de la ciudad de Buenos Aires, a la vez agredida por la torpeza de un hombre de negocios oscuros como Mauricio, que es Macri, que tuvo –hay que reconocerle- la audacia de proponer una ciudad atendida por sus propios dueños, dejando de lado a las grandes mayorías ciudadanas.
Publicado en Diario Registrado.
Lamento no tener dos votos para ponerle uno a Juan y el otro a Gabriela Cerruti. Eso me pasa por ser porteño: si viviera en la Provincia no tendría ese dilema.
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