En Plaza de Mayo, el buen sitio de Gabriel Levinas, escribe este servidor:
Ese imaginario es fuerte, aún, en la Pampa húmeda, en nuestra historia presente y en el desconcierto que vive la derecha. Porque la derecha, con Menem, no estaba cómoda. Así como los conservadores franceses no pueden estar cómodos con Sarkozy-y su divina y genial cantante, además de hermosa, Carla Bruni-, la derecha conservadora siempre estuvo incómoda con Menem y, más aún, con el menemismo, es decir, una mezcla de “nuevos ricos que llegan al barrio” y pobrerío clientelar. La derecha conservadora, por eso, confiaba en De La Rúa, aunque les molestaba Chacho Alvarez y el Frepaso (asunto ya saldado, por cierto: ahora ya saben que el hecho maldito del país burgués no es -jeje- el progresismo porteño. Lástima que no se enteren de que el kirchnerismo es, apenas, el hecho maldito del país cortés).
Esa derecha conservadora es también popular. Y es el “campo”, ese imaginario que se vincula, si se quiere, con el rechazo al positivismo, a la técnica, al progreso, el que evoca fundamentalmente, un rígido sistema de jerarquías que, en rigor, hoy no existe y nunca existió. Porque en el “campo” conviven un alto nivel de desarrollo técnico maquinario y técnico organizacional, en segmentos de despliegue financiero, con producciones intensivas de abrumadora crueldad y un imaginario que permite -es duro, pero es así- la explotación infantil y la reducción a la servidumbre. Un imaginario que permite eso. Es grave la afirmación. Y estoy completamente convencido de que existe un imaginario que permite eso. Esa barbarie. Pero los dos sectores ahora se juntaron y es probable que ese frente se quiebre. Si hubiera una correspondencia dura entre sector social e ideología, entonces el sojero sería la derecha moderna y el quintero la derecha conservadora. El sojero va a Hipopótamo en Recoleta y el quintero a esos tugurios al costado de la ruta a tomar un amargo obrero. El imaginario del campo, el milico y el cura -esa putísima trinidad- reserva a las mujeres el papel de servidumbre maternal, y a las mujeres étnicamente pobres el papel de putas. Así de amarga y conchuda es nuestra oligarquía. Y su imaginario.
Más, acá.
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