sábado, septiembre 10, 2011

Lo difícil que es caer bien



Después de buscar la llave de la puerta por toda mi casa, se me ocurrió que podía probar bajar por el balcón, es un solo piso. Tenía que salir urgente. No era mala idea. Saltando, incluso, si caía bien, no me pasaba nada. Ponele que me duela un poco la planta de los pies, nada más. Pero hay el marco de un garaje, de abajo, que si piso ahí, bajo casi un metro, agarrándome de la baranda del balcón. Y un ornamento, debajo del balcón, donde puedo agarrarme, es fulero, pero si me agarro de ahí y alcanzo a pisar la reja de la ventana de la planta baja, me quedan dos metros, capaz que menos, para saltar. Un chiche. Hago eso. Mañana llamo a un cerrajero, le pido 4 copias de las llaves, se las doy a algunos amigos, listo. Punto.
Me puse la camisa, la única que me queda limpia (y me olvidé de ir a la lavandería, oh, hasta el lunes, qué vida)  las medias y cambié de plan. Sino tengo ropa limpia, por lo menos, me baño. Y me duché. Se me había acabado el jabón y enfrente está ya cerrada la despensa -igual, tampoco iba a saltar por el balcón para ir a la despensa y después cómo volver: no, corazón, el plan es que me quedo a dormir en tu casa. Sino me echás, como la última vez, porque jugaba Vélez. Te fuiste a la cancha. Yo quedé como un boludo mirando la ventanilla del tren. Me lavé con champú. Todo el cuerpo. En honor a vos, corazón.
Me puse la camisa, mi sombrero de detective- el que te decía que, para mí, usaba ese detective sin nombre de los libros de este italiano que nunca me acuerdo del nombre (no sé si era italiano, porque todo transcurría en EEUU, pero el apellido, estoy casi seguro, era de origen itálico)- las medias y los pantalones. Justo cuando me llamaste. Los pantalones, a medio poner, poco más que le tobillo. El gato escuchó los maullidos que salían del celular.Tus gritos son divinos. Llegar tarde, ya sé, es un atributo femenino, pasa que. Escuchame. Noooooo, ¿con quién voy a estar? Si querés, vení, fijate. Bah, no, mejor no vengas. ¿Cómo que, no, no es así, que no quiero que vengas? Sí, quiero. Pero hoy, no. Es que. No es lo que vos pensás, escuchame. No grites. Que el gato se asusta. Salí de la cama, Myrna! Queeeeee, pero si Myrna se llama mi gata! Sí, es gato, ya te expliqué, pero yo no sabía cuando me lo regalaron y necesitaba una novia Reilly...no vamos a discutir eso ahora.
Y se me cayó el celular, se le salió la batería, me tropecé con las mangas del pantalón a medio vestir. Myrna me estaba lamiendo las sábanas, traté de echarla tirándole un zapato. Ni se mosqueó. Gateé, con el pantalón en las rodillas, tratando de armar de nuevo el teléfono. Y me tropecé. Pero lo armé, claro que no prendía más. Este celular es de la época del zapatómetro del Agente 007. Y estaba muerto. No el agente, bah, el agente también, pero el teléfono: le puse la batería y nada. No prendía. Lo tiré, con bronca, contra la pared. Dio en el espejo. Se quebró. Me quise parar de golpe, al pedo, ya estaba roto el espejo, pero bue, reacciones instintivas, y me tropecé con el jeans en las rodillas. Y me caí, me lastimé una rodilla, dí una patada a la nada, pero el dedo más chiquito de la pierna donde me operaron un quiste sinovial en el tobillo, se golpeó contra la puerta de la cama. Y entonces, mientras gritaba contra Perón, Teresa de Calcuta y mi vieja, del pantalón, del bolsillo, se cayó, al parqué, las llaves. Las llaves de mi casa.
Me tiré de espaldas, sobre el piso, y me acordé de vos. Qué linda que sos. 

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