sábado, septiembre 10, 2011

Má, sí




En la Provincia de Chacarita, en una parrilla de choripanes, sobre la esquina, un hombre se me acerca, oliendo a vino. Me dice un montón de cosas sobre este blog. No quiero escucharlo, son cosas lindas, pero yo soy un marginal, un desagradecido. Amablemente, lo aparto. Me voy al baño. Ahí me espera un amigo. Trabajó 17 años como cadete de una farmacia. Cuando lo conocí tenía los hombros altivos, sonreía, tiraba, siempre, insoportablemente, chistes obvios, una batería de lugares comunes. Tan tierno y lleno de lo que en la tele llaman "buena onda". Ahora le veo el mechón de canas. El paso del tiempo, orgullo de los que sobrevivimos. Pero la boca agrietada, no digo las arrugas, esas mariconadas, digo noches de insomnio, un dolor callado, cierta amargura. Cosas de la ansiedad. De agachar la cabeza. De soportar. Cosas de la vida.
Ahora toma vino. De la casa. No una copa. Un vaso. De damajuana. Fuma cigarrillos negros. No hace más chistes. Los viejos recuerdos, ya no lo entusiasman. Se pone triste. Las cosas del barrio, las minas que nos quisieron, las oportunidades perdidas, los sueños locos. Una vez, planificamos, toda una noche, cómo asaltar un banco. Íbamos a repartir esa guita entre las villas. Íbamos a dar la vuelta al mundo. Íbamos a ser románticos, íbamos a ser delincuentes, íbamos a ser mejores. El amanecer nos encontró muchas veces soñando canciones para nuestra banda de rock, bromas pesadas en el hombro de los laburantes.
-Vos zafaste, Lucas. Y se te nota. Te sentás acá, tratás de parecer el de antes, de que no notemos la diferencia. Te agradezco, creo que todos te queremos, pero se te nota.

Me levanto y camino al baño. Pero freno al mozo y le pago la cuenta. Salgo por la otra puerta. Paro un taxi. A la República de Palermo. En mi casa hay silencio. Y está oscuro. No prendo las luces. Me saco la campera, el revólver, me tiro al sofá. Con suerte, me quedo dormido.
Siempre siento que le debo algo a alguien.
Como en el medio de dormirme, entre nubes trolas que se encadenan, está el pibe que metió un gol de cabeza la tarde que perdimos 6 a 1 contra la infancia, la nota que tengo que escribir para mañana, las chicas que se burlaron cuando me echaron de un cumpleaños de 15, el piso duro de una comisaría, la tristeza de los cumpleaños, la muerte de mi abuelo, el polvo de las calles, el gris de las paredes en la casa de mi vieja, la humedad, el frío, el asma, los libros, el sexo, las mujeres, las navidades, cuando no fueron tristes, las navidades cuando fueron tristes, los fracasos, la culpa, este orgullo puto, mi inmensa soberbia, los vicios, la rabia, el teclado, los poemas de la adolescencia que escribí pensando en chicas que ya no recuerdo, esas chicas, con mil hijos colgando, tomando mate en la puerta, sobre reposeras, gordas, acabadas, felices, matronas de una película triste, el sacerdote que jugaba, con nosotros, al voley, la casa que hicimos en el árbol, los amigos que estafé emocionalmente, las cosas que perdí, la suerte que tuve, los libros que escribí, las presentaciones, los días torpes, lo que falta, toda esta tristeza. Toda esta tristeza.
Me levanto del sofá. Abro la persiana. Una luz de luna boludamente cursi. Tengo un enfisema en el alma, nací distinto, y tuve suerte.
Ahora que las editoriales me llaman y no atiendo.
Ahora que dejo plantados a empresarios de los medios.
Ahora que me chupa un huevo lo que opinen de mí.
La puta madre de las madrugadas.
Aspirando el frío, filoso. Tan filoso.
A veces creo que en las horas difíciles yo seguí porque fui a los velorios de mis amigos.
Pero no es cierto.
Vi los velorios desde la esquina. No me animé a ir.
Vi las madres destruidas, mis amigos en el cajón, los vecinos, que con la mirada angustiada y cristiana preguntaban, esos ojos, esos ojos que esperaban que yo les revelara algún secreto, alguna clave de la vida que ellos no entendían, alguna coartada sobre la muerte que ellos no se animaban, y yo bajaba la cabeza. Vi las chicas, los pibes, crecer, los vi crecer tristes, marcados ,para siempre, por la culpa del suicidio. Vi envejecer las madres tristes. Vi el peso de la culpa golpear sobre las cervicales, agachar espaldas, hacer mierda almas nobles en cuestión de semanas, vi la indiferencia, vi que el mundo sigue, vi que las cosas salieron bien, vi que no hay a quien contarle, vi la impotencia, la falta de palabras, vi esta enormidad de la soledad y el miedo, vi eso que veo cuando me pongo así.
Yo ya vi la luna que aparece detrás de ese edificio.
Yo ya vi madrugadas así.
Ahora que me da verguenza que lo sepan. Ahora que disimulo esta naturaleza. Este temperamento. Yo seguí, no soy feliz, pero razonablemente aprendí a reírme, me río demasiado, de todos, hay una hondura, un vacío, una precariedad. Lo que te queda.
Los teclados pasan, los dedos y lo que escupo, con bronca, a veces llorando, mientras escribo, eso sigue. Y seguirá hasta que un día me toque a mí. No habrá madres con culpa, no habrá ningún secreto, nada del otro mundo. Me gustaría, por pretencioso y maximalista, dejar esa lección, la de la vida. La de los dolores. La de la risa. La risa enorme, cínica, ja, absurda si querés, la boca abierta, los dientes que faltan, los agujeros del alma, las derrotas, qué mierda, las cosas de la vida, pero qué risa, carajo.
Cerré la persiana.
Una vez llevé a todos mis compañeros de la escuela a un cementerio de las afueras de la ciudad, y vestí, entre los campos, a mi hermano, de monje. Se aparecía entre las sombras, la oscuridad, todos corrían, despavoridos. Siempre fui una broma pesada. Un imbécil, pero con densidad. Siempre encontré en los bordes razones para reírme. Para escribir algo. Para cruzar las piernas, mirar la madrugada, apagar el cigarrillo, sacarme los zapatos. Y acostarme a dormir.
Mañana será otro día.
Pero qué risa, carajo.


9 comentarios:

  1. Muy bueno... tenía que decirlo aunque no te importe.

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  2. nacer afortunado entre los desafortunados, sera una suerte? o la mayor de las desgracias?

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  3. Acá me gusto porque esta oscuro.. quiero ver fotos de Myrna, ya se que es del otro post, pero me gusta mas este..

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  4. las cimas son solitarias y, lamentablemente, llegar a ellas no resuelve nuestras inseguridades mas profundas...

    que paradoja, no...la soberbia es inseguridad, la inseguridad un motor para la busqueda constante...pero el encontrar solo alivia el vacio momentaneamente...al otro dia mas soberbia, mas inseguridad, mas motor...mas busqueda

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  5. leyéndote, me acordé que una vez jugué una apuesta: meterme a un cementerio de noche, éramos tan jóvenes; eso sí elegí una noche de luna llena, tan valiente no era...me hice la cabeza toda una semana para juntar coraje; alguien me dijo, "lo peor que te puede pasar ahí adentro, es encontrar algo vivo", cosa que encontré de lo más razonable por ser el lugar de los muertos...salté el portón y empecé a caminar, pensando en una avenida llena de luces y de gente, creo que rogaba encontrar algo... cuando salí felíz por la "hazaña", ví a los de afuera blancos de miedo, me asombré porque pensé que debería ser al revés,primero me dio risa y después sentí tristeza, no creían que fuera capaz, no creían en mí,les gané la apuesta y no nos vimos más

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  6. Lo de las gordas llenas de hijos tomando mate en la vereda. Eso es lo que más me gustó. (Por lo que te horroriza)
    Me la imagino a la noche, algo sudada por su reciente polvo, abrazada por un albañil amable y amante. O ensanguchada por sus hijos que se le meten asustados por los truenos. Plácida, sin acidez estomacal -o un poquito sólo debido al mate de las charlas con las chicas-. Bajada de la absurda carrera del éxito, muy preocupada por lo que piensen de ella. ¿Acabada?... Mmmmmmm dijo la nutria y se tiró al agua.

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  7. Con lagrimas en los ojos te digo que yo fui aquel al que esperaron en el entierro de su mejor amigo, el que lo nombra con una soga en el cuello y el que se esconde de la mirada de sus padres que me piden un palabra que no sale.... Tan identificado y tan distinto, todos en algun punto nos encontramos y somos iguales. El dolor y la risa son una eleccion, y cualquiera de las dos es una mierda...

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