sábado, septiembre 17, 2011

Milonga sentimental



El abuso y violación de menores es una práctica sistemática que organiza y encubre la Iglesia Católica pero financia el estado.
No es un hecho aislado organizado por una asociación ilícita nacional, sino que sucede en todo el mundo. Los 14 años de cárcel para un violador de menores, en el marco de una asociación ilícita como la iglesia católica, se llevan a las patadas con el tratamiento demagógico cuando los implicados son pobres, hay ADN televisivos express, se allanan las viviendas y se publicitan los nombres de todos los detenidos, aunque tras arruinarles la vida, por falta de pruebas, se los "libera".
Es casi imposible no llegar al razonamiento obvio: la complicidad de los tribunales en esos abusos. Son los que deciden que el estado financie a los abusadores, son los que encubren, son los que permiten, por ejemplo, que "monseñor" Cassaretto no sea acusado de partícipe necesario, no sea allanada su vivienda, no se investigue el uso de los fondos -la caja de Cassaretto es la que financia a los abusadores y violadores- ni se le quiten sus fueros y privilegios, hasta tanto se investigue a fondo la manera en que los usa. Que evidentemente, si se tratara de cualquier otra ONG o iglesia, ya tendría a todos sus gerentes declarando.
Ninguno de los acusados por delitos gravísimos -como secuestros, violaciones, torturas a detenidos, robos de bebés, abuso de menores (se nota la naturaleza cobarde de los sacerdotes: y cómo se creen impunes por pertenecer a la iglesia de Roma)- pierden su condición de sacerdotes, y es porque, supongo, no usaban profilácticos. Sino, ah, escándalo: ¿cómo es eso de andar violando menores -del mismo sexo- pero usando profilácticos? No, eso sí que estaría mal: atenta contra la familia, célula básica de todo sociedad!
La perversidad de la iglesia católica no sólo radica en el encubrimiento, financiamiento de violadores, organización sistemática del delito, sino la perpetuación del mismo ofreciéndole de manera perversa a las víctimas "consuelo" moral.
Si los jueces, fiscales y monseñores pagaran sus culpas en vida, con la misma demagogia penal con la que tratan a los más pobres, el Gordo Valor podría decir que "no dañen más mi imagen: he sido secuestrador y pirata del asfalto, pero mi degradación no llega al punto de pertenecer al Opus Dei o ser amigo de Bergoglio, no me difamen"

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