Da un poco de cosa. Discutir sobre el borde, algo que hace un daño íntimo. A mí. A mis -eventuales- interlocutores. Que no son muchos. Pero atienden geografías. Aún en el sobrevalorado territorio digital. Pero dejando eso afuera. Un paseo por la costanera de Paraná. Una gira por bares rosarinos. Un almuerzo, salvajemente temprano y con rúcula, en la República de Palermo
Ahí se discute la compulsión al mito, el invento del mito, las cosas que maquinan "en el poder".
Es raro. Gente que ha leído a Foucault. Es cruel, también, constatar algo que de ningún modo será visto como propio del orden de la autocrítica: los muros invisibles que separan nuestras tertulias de una realidad vista como acabada y definitiva, allá en las periferias. Donde también suceden cosas. Y de otras intensidades.
A mí me incomoda hablar de lugares donde parece uno mofarse, con poca piedad de sí mismo y secreto orgullo, de una etnografía geográfica. De sociólogo culposo. De mameluco de la palabra.
Pero tampoco me caben todas las de la ley si quiero, presuntuoso, hablar desde los lugares, con rúcula, que no frecuento, ni pertenezco y me aburren.
Chicanas viejas que en la literatura se piensan muy setentistas. Son más viejas. Más anticuadas. Recicladas, torpemente, para la ocasión. Cabecitas negras que cobran la Asignación. Que se va por las cloacas del parquet. Una excursión a los indios ranqueles.
A la derecha le hace falta un arsenal de chicanas con mayor lucidez. Da un poco de pena la majulización de ambientes pretendidamente sofisticados. El moncloísmo, que ya era una boludez de Mariano Grondona, da paso a la majulización: "Bueno, sí, pero Belgrano fue funcionario de la Corona". Inquisidores faltos de cierto alfabetismo político para, de última, chapearse de cínicos.
No sé si me resulta más cómodo evitar ciertos debates o lo hago por verdadero respeto a tradiciones que concurren en las barriadas donde, todavía y a contramano de los élites intelectuales, hay un empeño por no enterarse que la historia acabó, que las ideologías murieron, que la credulidad es un pecado y las emociones, una mariconeada de quien no sabe que está siendo manipulado por Apold o Discépolo, ese bloguero K, que hace su programa en un medio estatal y con la plata de los jubilados.
Muy pocos me creen. Pero a veces sería bueno estar un poco confundido. Que los argumentos que hay del otro lado sean casi tan buenos como para hacernos caer en la tentación de creerlos, pero no. Y no es caer en la intolerancia, pero están tan lejos de lo que uno cree que hasta es imposible no alegrarse de personificar casi la antítesis. Es que ver que del otro lado esta la Carrio (persona que exuda intolerancia), Alfonsín (que acabo por destruir la mística del radicalismo), Macri (que es el exponente de la política sin contenido) y tantos otros. En fin, uno se siente contento de estar del otro lado.
ResponderBorrarNo sé si creer que puede ser de otra manera. Los tipos son tan obvios. Quieren todo fácil. Huyen de todo aquello que sea un esfuerzo (por comprender, menos crear). Y no da para nuevos chichés, para qué si los viejos y conocidos le cierran. La literalidad es su fuerte, el interés su motor, la animalidad su objetivo. La vida es tan fácil, para qué complicarla: ellos son todo lo resuelto, lo acabado y los otros, "el viejo bajofonfo donde el barro se subleva". Tal vez lo que pasa es que esperabamos algo más,y no, no hay más. Lo que no voy a permitir es que se apropien de la rúcula, el yuyo es nuestro, por más que a vos no te guste.
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