La historia es ése torbellino de apariencia insondable y siempre vertiginoso. En la vereda de la reacción, estomacalmente putrefacta, las corporaciones compartieron la conducción política con dos líderes, del universo radical y el universo peronista, mañosos y muy hábiles en el tacticismo: Elisa Carrió y Felipe Solá, Ratontita y Pepe Payaso, o Pepe Payaso y Ratontita (para que no se peleen quién va primero). Ambos, hoy, están, políticamente neutralizados. Y este dato es de vital importancia. Porque ambos, Carrió y Solá, contenían la apasionada imbecilidad de las conducciones corporativas que entienden poco de lo que rechazan visceralmente: la democracia y el estado de derecho, esto es, la resolución republicana de los conflictos sociales y culturales. La muerte política de Carrió (y la desesperación en su ocaso, que motiva este humilde agradecimiento) y Solá representa, por ahora, un peligro, por la falta de contención institucional que las direcciones políticas corporativas sufren, de manera rencorosa, majuleando rencorosamente a estos dos dirigentes políticos que, para decirlo claramente, lograron maquillar durante un tiempo a los malandras de Biolcatti, Bergoglio, Ratazzi, Buzzi, Magnetto, Mitre, Rocca.
Probablemente, anulado el universo radical como algo significativo en el plano cultural después de su suicidio electoral, estas direcciones corporativas combinen, a dos tiempos superpuestos, la avanzada contra la democracia tanto con esmerilamientos de todo tipo a la búsqueda de un sujeto social -como fueron los empresarios primitivos de la provincia de Chicago- capaz de canalizar y fogonear la violencia física en clave de "inseguridad" como la simbólica en clave de inflación, como la construcción de un partido ultra montano serio, basado en la figura decorativa del genuflexo Mauricio Macri. Existe masa crítica para ambas estrategias, y más que nada, para coaligarlas en un mismo universo cultural. El problema son los tiempos democráticos y las reglas institucionales, que le juegan en contra a las corporaciones.
Cómo se resuelva esta tensión entre el respeto a la ley y las necesidades concretas de las conducciones corporativas es lo que va a definir el tipo de clima político que viviremos el año entrante.
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