147 mails. Descarto varios, le contesto a Patucho, mando la lotería de Nueva Guinea a la bandeja de spam, a una charlatana que me debe plata la mando a la concha de la lora, respondo a mi hermana, me río de un rumor que circula, dejo todo quieto. La bandeja de entrada. No tengo tiempo. Me tiro en la cama. Apago la luz. Tengo que escribir sobre una cosa y no le encuentro la vuelta. A nadie le importa. No puedo dormir la siesta. Acá, al lado, están trabajando unos albañiles. Y yo tengo una mancha de humedad en el techo. No la había visto. Un día de lluvia. De frío. Pongo el disco de Zambayonny. A ver si retomo. Vuelvo a la bandeja de entrada. Qué tal, Martín. Ja. Me hacés reír. A veces creo que somos privilegiados, Martín. Este tiempo. A mis 33 años ya estoy curtido para algunas cosas, me siento un pelotudo en otras, y le quito drama a casi todo. Pero me nace un fuego, ansioso, que es, no sé cómo definirlo, como una patada que te obliga a hacer cosas. Decir esto. Decir aquello. Escribirlo. Pensarlo. Llevarlo al límite. Un ramo de flores. Me compré ayer, para mí. A una nena que vendía las flores llorando. No podía volver a la casa, tomarse el tren y llegar con las manos vacías. Así contado. Parezco un buen tipo. Es todo mentira. O sea, es verdad que compré las flores. Es verdad que las tiré a un cesto de basuras en la otra esquina. Y es verdad que después empecé a toser. Y me senté a tomar un café. Pero pedí una cerveza. Una sola. Me cumplí la promesa, siempre listo, como un boy scout, si es que se escribe así. De chico iba a esos grupos, colegio Don Bosco, cerca de casa. A la vuelta del jardín de infantes, Rayito de Sol. Pensé las situaciones, cómo seguir, un par de diálogos. En la cantidad de palabras al pedo que escribo. La inutilidad que a veces siento. Ponele. Tengo que cambiar, desde hace tres semanas, un foco. Me suena el celular. Yo estaba en el bar que queda a la vuelta de casa. Y me llama Pablo, que se pudrió todo en una reunión. Ya casi ni me importa. Casi nada. Entonces se largó a llover.Y yo estaba hablando por teléfono afuera del bar, mientras fumaba un cigarrillo. El agua me empapó. No me di cuenta. La nena volvió a pasar, por la vereda, ya no lloraba. Me saludó. Con la mano. Le di la mano. Apagué el teléfono. Apagué el cigarrillo. Y seguí caminando. El mozo me corrió. Le pagué, me había olvidado. Algún día, ni estas cosas donde no pase nada, voy a poder escribir. Algún día será un cuento, perdido y malo, en los túneles de las cosas idas. Estoy muy sombrío, últimamente. Pensando en la muerte. Como una mujer asustada. Como una metáfora que no te sale. Y para espantar esos demonios escribo largo y tendido, enloquecido, y la nena esa tiene la edad de mi sobrina. Yo iba con mi sobrina, llevándola a la casa de la madre, la semana pasada, y pasamos por el jardín, Rayito de Sol.
-A éste jardín fui yo, Valentina.
-¿Y cuántos años tenías?
-Tenía 5 años.
-¿Y la abuela te dejaba tener messenger?
-No existía el msn. Yo venía al jardín caminando, me traía tu papá, que iba a la escuela, acá a la vuelta.
-Ya sé,yo conozco la escuela de mi papá.
-En ese entonces, la escuela sólo aceptaba varones. ¿Ves la señora viejita que está allá enfrente? Ésa fue mi señorita en la jardín, Cristina.
-¿Y porqué no la saludás?
-No sé si me ve.Y no creo que se acuerde de mí.
-Se llama como la presidenta.
-¿Vos a quién vas a votar?
- no voto yo todavía, no me dejan.
-Ya sé, pero cuando yo tenía tu edad, voté imaginariamente, como juego. A Alfonsín, un pelotudo.
-No se dice eso.
-Ya sé, perdón.
-Yo voto por Cristina.
-Bien, Valentina. Tomá, para tus ahorros.
Había un baldío, le contaba a Valentina, en donde ahora hay unas torres de edificios. Ahí encerramos un caballo que nos robamos. Teníamos una casa en el árbol, un corral para el caballo, una choza entre un arroyo, que ahora entubaron. En ese arroyo hicimos un puente, con cañas. Hacíamos fogatas. Ahora están esas torres, las calles asfaltadas, ya no son doblemano, y hay un aire a carbón y nafta, los árboles se secaron, el césped retrocedió, acorralado. Yo sigo siendo un baldío en pleno centro. Y el pedacito que dejé, debajo de este asfalto, el pedacito de infancia, de nube, de arroyo, que fui siendo un pibito, se conserva en algún lado. No sé en qué parte.
-Capaz que adentro de la casa con cañas que hicimos arriba de ese árbol.
-Pero ahí arriba, tío, no hay ningún árbol.
-Y qué importa.
-No sé.
esas cosas están en el mismo lugar que está eso que tenés que escribir
ResponderBorrarporque es cierto que están en un lugar
adonde vamos y de donde volvemos cuando queremos, sin movernos, cuando estamos quietos
y cuando lo contás, y por un rato se van las sombras, decíme si no es genial...