lunes, octubre 03, 2011

¿Y si no hay crisis?



POLITICA // POR LUCAS CARRASCO

La crisis de los partidos

El sistema de partidos políticos de acuerdo a un consenso unánime (que sortea incluso los clivajes que arrecian la coyuntura) se encuentra en un estado de crisis.

Ese consenso unánime de la crisis sistémica de los partidos políticos de alguna manera trae cierto alivio al pensar que se trata de un fenómeno pasajero, lo cual explicaría por qué nadie se interroga sobre la duración de la crisis y si en realidad no se trata de una crisis definitiva, esto es, de asistir al fin de los partidos políticos tal y como los conocimos. 


Ninguna mirada histórica pueda dar por cierto que los partidos políticos en nuestro país fueron alguna vez sólidos pilares institucionales. Podrán haber tenido mayor vigor, mayor frescura, mayor participación y credibilidad, pero ninguna escuela doctrinaria podría encontrar el "tipo ideal" de partidos políticos reflejado en ningún período histórico nacional.

No sólo por la dramática apuesta de la derecha y los intereses oligárquicos a diversas formas de fraude, exclusión y luego acuerdos con el Partido Militar, sino también por ciertas peculiaridades movimientistas que conoció tanto el radicalismo originario como el peronismo de mediados del siglo pasado. Estos movimientos no fueron excepciones nacionales, sino que se propagaron en la región y fueron también expresiones sensatas en la modalidad de afrontar cada tiempo histórico. 

El primer punto es que los intereses políticos que expresan los partidos políticos -intereses económicos, materiales, culturales, simbólicos, sociales, legales, etc- seguirán existiendo aún cuando se expresen de modo endeble en el sistema de partidos. 

Esos intereses se expresan a pesar de que la institucionalidad no castiga las deficiencias organizativas de los partidos y en algunos casos-como en el caso de los bloques legislativos- las alienta. La reforma política que indican las PASO (Primarias Abiertas y Obligatorias) propende a fortalecer los partidos políticos, pero fundamentalmente en el acceso a los puestos estatales electos.

La vuelta de Felipe Solá a la peste macabra del oficialismo va en la misma dirección que la huida al parnaso republicano de Victoria Donda, más allá de diferencias en calidades, desaires y repelencias; fundamentalmente porque sobran incentivos institucionales para el transfuguismo y el nonotributismo parlamentario y sobran códigos disciplinarios reales para fortalecer las instituciones partidarias. 

La pregunta pertinente es si la sanción de leyes, mayor firmeza para cumplirlas y demás voluntarismos tendrían efectividad cuando la misma población no castiga estas inconductas anti republicanas. El problema es de naturaleza filosófica y hace al entramado complejo de la representación política. Cualquier posición que se tenga sobre la preeminencia de las leyes sobre las conductas sociales o su paradigma inverso -para citar extremos discernibles- no ahorra el interrogante de fondo sobre otros dos extremos: la plena soberanía expresada en el voto, o la firmeza de las leyes que lo regulan por encima incluso de la voluntad popular. 

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