lunes, diciembre 12, 2011

¿Dónde mueren las palomas?




Las convenciones sociales organizan la imagen de la paloma, volando. O paseando entre el gentío de una plaza (una paloma es un elemento urbano, que define si el arquitecto ha trabajado en lo suyo tras salir de la facultad: si les gustan las palomas, no entiende nada). Comiendo de la mano de los dos terrores sociales que representan los viejos y los niños (aunque, en la posmodernidad, los viejos son una especie en extinción). Las palomas, se asocian a John Lennon, que es el músico que fue asesinado por Paul, su compañero. El vendedor de la fábula, pero Zambayonny, que acertó en descubrir quién mató en realidad a John, se creyó la fábula de que John Lennon era buen músico.
Es un avance, en relación a Lito Nebbia, pero no alcanza. Falta saber que John Lennon, en realidad, nunca cantó. Hay videos, sí, pero son montajes que hizo la CIA, porque Paul, el asesino de Lennon, obviamente es un agente de la CIA.



Y las palomas, simplemente, no mueren. Bienvenidos al posmodernismo, a la era de internet, a la cosmovisión digital. Desatada, en la modernidad tardía -la modernidad siempre es tardía, lo descubrieron los postestructuralistas, al rastrear la invención de la infancia: la modernidad vieja es una tautología, corazones- la posmodernidad acabó con la ideología, por eso el PRO será la futura derecha. Y el peronismo se correrá a la izquierda, pero sin ser, en tanto ente (en tanto devenir, claro que sí) que se baña dos veces en el mismo 17 de octubre, no, no será, el peronismo es nada, ES nada, se correrá a la izquierda, porque el peronismo, que ES nada, es una máquina deleuziana de resignificaciones, que no vienen, nunca, de afuera del peronismo, porque el peronismo no cree que exista un afuera.
La realidad es de los tiempos de las galletiterías.
¿Existen las galletiterías?
La de Reula, en Paraná, cerró en el mismo momento en que se marchitaba el último presidente democrático, Alfonsín. Reula creyó siempre que su galletitería cerró culpa de la hiperinflación. Y los radicales, también. Por eso murieron sin gloria. La galletitería de Reula murió con la modernidad. Como murieron, con la modernidad, los radicales.
Pero existen radicales, obvio. Son como los católicos. Radicales no practicantes. El radicalismo es el amor a la familia. Una especie en extinción. Antagónica a las palomas. Los niños pueden creer si uno les miente que las palomas son una especie en extinción y que los radicales volverán a gobernar, como en el 83 (volverán a gobernar, quizás, pero como en el 99), pero los niños se creen cualquier pelotudez.
También hay galletiterías, pero no en los barrios de Paraná, esos lugares de hiperrealidad, sino en el mundo virtual. En la República de Palermo, no creo, pero ponele que algún freak ponga una galletitería, como invención, como constituyente de una realidad nueva.



En la Máscara, en San Telmo, ese barrio de conservadores petulantes, puede haber galletiterías, porque ahí abunda la nostalgia de lo que nunca existió en el pasado. Como el tango. Eso que los pendejos creen que se escuchaba antes. No, corazones, nunca se escuchó tanto tango como ahora. Nunca se insistió tanto con el tango como ahora, nunca tuvo tanto prestigio, hay que recorrer el país, en todos lados se canta tango. O se baila (más ridículo, todavía). Las academias de tango son las canchas de padle de los 90 o las películas en los primeros 2000. En el año 2002 deben haberse producido cientos de miles de películas, sanamente olvidables, con un español actuando. En las provincias argentinas vive, entre los jóvenes, el tango. Siempre y cuando no se enteren que en La República de Palermo el tango ya fue, ahora la onda es el folklore. Supongo que en 5 o 10 años, en Entre Ríos, sobre la costa del Uruguay (la costa del Paraná está demasiado recostada sobre el río aguinaldo) florecerá la chamarrita, género trasnacional, como la polka, bien aborigen, como el tango. Ese verso que los chinos, forros, no nos quieren comprar. La burocracia de Cancillería -esa modernidad- trata de venderles verdura elaborada y los chinos compran, porque saben que en el corso viajan familiares y entonces los chinos pueden vendernos todas las más maravillosas porquerías producidas, eso sí, con sus propios esclavos, esclavos copados, porque el Partido Comunista (el partido del posmodernismo) les liberó la conciencia, esclavos top, digamos. Les liberó, el Partido Comunista chino, la conciencia. Y la guardó para tiempos porvenir, en una caja fuerte yanqui. A 0,25% de interés. Si la FED no recorta la tasa. Los chinos tienen el secreto de la esencia de las cosas: devaluar la moneda y sobrevalorar las mentiras.
Si los ucranianos y las provincias pobres de México tuvieran plata, nos comprarían su música, que viene a ser lo que acá se llama folklore.


Pero, un secreto, en Ucrania, y las provincias pobres del México lindo, van las palomas a morir. Ahí mueren las palomas. En donde nadie las ve.
Las palomas mueren.
Y otra paloma las reemplaza.
Repetitiva y obsesivamente.
Una muerte posmoderna.
Pasa que nadie se da cuenta que las palomas mueren, porque las palomas son una plaga, cada vez son más, las palomas van a invadir el mundo (ya lo explicó Hitchcock en Los Pájaros, película posmoderna, claro) y van a apoderarse, de manera conspirativamente moderna, del mundo, de las maquinarias de guerra, del enriquecimiento de Uranio, de las cosas, obviamente, modernas. Las cosas que manejan los hilos del mundo. Las cosas que están, obviamente, en EEUU. Las cosas que quiere China. Las palomas nunca mueren ahí. Las palomas mueren, imprecisamente, en cada olvido. 

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