Los pescadores salen antes del amanecer con las botas a remontar el río, poner las redes, vagar en la isla. Llevan a su hijo mayor. Le enseñan cosas. Cortan hilo. Prenden fuego en algún rincón. Los sauces y pará, yo no quería escribir esto. Los islotes se parecen a la muerte. Había escenas con grandes almacenes, y una señora, separada, con dos nenas, mira una vidriera y yo desde atrás le miro las caderas. Me mira que la miro por el vidrio. Un guardia de seguridad se acerca y pregunta si la estoy molestando. La señora sabe que no. Que le estoy agradando. Pero dice que sí. Porque la nena de siete años puede contarle al padre y el quilombo que se arma y se empantanó la historia. En un puente un vendedor de seguros piensa en deudas antes de tirarse al río. Pasa un perro y le olfatea los tobillos. Se siente molesto el suicida. Le pega una patada al perro, que lo mira, temeroso y resignado. Se siente una porquería el suicida. Camina unos metros. El perro lo sigue. Camina un poco más, sólo para ver qué hace el perro. Y el perro se frena y lo calcula y se le acerca y le lame los tobillos y el suicida le acaricia el pescuezo y quiere explicarle algo y no le explica y se sienta y le acaricia el hocico y tiene ojos tristes, el perro. Y se pone a contarle un montón de cosas. De la empresa, las deudas, el fraude, la torpeza que cometió. Termina al amanecer. De contarle. Todavía está sentado con el perro. Sobre el puente. Pasa un patrullero a 20 por hora, el policía tira un cigarrillo por la ventana y lo mira sospechoso. El patrullero sigue. Amanece del todo. Tampoco da. Viene una tía de comprar bombones y tiene un vestido floreado. Puede llevar ruleros. Y un bolsito de mano, de cuero, marrón, pero chiquito, nada ostentoso. Viene de comprar bombones y no ve el semáforo y un colectivo para con mucho ruido y un frenazo que marca media cuadra y deja olor a quemado y apenas roza el vestido de la tía que se desmaya igual del susto y corre un agente de tránsito y a una semana de jubilarse, ya viudo y con un problema de asma bastante grave, se agacha y la mira tirada en el piso desmayada y se enamora.
sábado, diciembre 03, 2011
La tapa de una revista tirada adentro de un cesto de la basura en la peatonal de una ciudad del sur.
Los pescadores salen antes del amanecer con las botas a remontar el río, poner las redes, vagar en la isla. Llevan a su hijo mayor. Le enseñan cosas. Cortan hilo. Prenden fuego en algún rincón. Los sauces y pará, yo no quería escribir esto. Los islotes se parecen a la muerte. Había escenas con grandes almacenes, y una señora, separada, con dos nenas, mira una vidriera y yo desde atrás le miro las caderas. Me mira que la miro por el vidrio. Un guardia de seguridad se acerca y pregunta si la estoy molestando. La señora sabe que no. Que le estoy agradando. Pero dice que sí. Porque la nena de siete años puede contarle al padre y el quilombo que se arma y se empantanó la historia. En un puente un vendedor de seguros piensa en deudas antes de tirarse al río. Pasa un perro y le olfatea los tobillos. Se siente molesto el suicida. Le pega una patada al perro, que lo mira, temeroso y resignado. Se siente una porquería el suicida. Camina unos metros. El perro lo sigue. Camina un poco más, sólo para ver qué hace el perro. Y el perro se frena y lo calcula y se le acerca y le lame los tobillos y el suicida le acaricia el pescuezo y quiere explicarle algo y no le explica y se sienta y le acaricia el hocico y tiene ojos tristes, el perro. Y se pone a contarle un montón de cosas. De la empresa, las deudas, el fraude, la torpeza que cometió. Termina al amanecer. De contarle. Todavía está sentado con el perro. Sobre el puente. Pasa un patrullero a 20 por hora, el policía tira un cigarrillo por la ventana y lo mira sospechoso. El patrullero sigue. Amanece del todo. Tampoco da. Viene una tía de comprar bombones y tiene un vestido floreado. Puede llevar ruleros. Y un bolsito de mano, de cuero, marrón, pero chiquito, nada ostentoso. Viene de comprar bombones y no ve el semáforo y un colectivo para con mucho ruido y un frenazo que marca media cuadra y deja olor a quemado y apenas roza el vestido de la tía que se desmaya igual del susto y corre un agente de tránsito y a una semana de jubilarse, ya viudo y con un problema de asma bastante grave, se agacha y la mira tirada en el piso desmayada y se enamora.
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