¿Porqué debería sacar mi tarjeta de crédito cuando, al igual que los pases electrónicos, bien podría, quedar en el bolsillo y un escáner debitar, claro que con mi consentimiento, lo que corresponda en el lugar que corresponda?
¿Y porqué mi tarjeta de crédito debería ser una tarjeta, si bien puede ser el teléfono el aparato que debite, acredite y opere?
Hoy eso no es posible por cuotas de mercado. No por competencia, sino por cuotas de mercado. En la fabricación industrial tanto de los plásticos de las tarjetas cuanto de los aparatos que todavía llamamos teléfonos.
Pero, en la historia del capitalismo industrial (y sin que éste esté financieramente globalizado) la lógica de los costos, siempre y cuando haya competencia imperfecta por lo menos, derriba las cuotas de mercado. Y el capitalismo industrial tiende a ser regido por la lógica financiera. Y el capitalismo comunicacional tiende a ser regido por la lógica financiera. Parece complicado, pero no lo es.
El mundo del cine, de las discográficas y de las editoriales tendrá que arreglar con internet -con los teléfonos- un nuevo patrón de ganancias. No se cómo será, sí se que, hoy día, la producción de contenidos que se consumen desde los teléfonos, no está mayormente en esas compañías productoras, sino en los consumidores. Con lo cual, es más negocio tener una plataforma que una productora de contenidos. A la inversa del viejo mercado de producción cultural en la era de la reproducción técnica. Y tendrá que existir, cuando los grandes jugadores del mercado se pongan de acuerdo, una legislación que lo respalde.
Facebook, Youtube, Blogger chupan contenidos legales (o sea, producidos gratuitamente por consumidores y ciudadanos) e ilegales (producidos por productoras) a un costo bajísimo. Son plataformas. Sus áreas de contenidos están enfocadas a la competencia y el mejoramiento de...las plataformas. Es un problema. Para los consumidores que producen, todo el tiempo, contenidos. Pero no tienen el poder político suficiente como para que importen a alguien en esta disputa. Es, entonces, solamente un problema (de fácil arreglo, ya se verá) para las grandes productoras de contenidos, como, por ejemplo, las discográficas. Que van mutando su negocio.
Antes una discográfica decidía con mayor poder político qué se escuchaba en cada radio. Y el negocio era vender discos. Hoy, el negocio son los recitales y son las plataformas las que principalemente deciden (aunque nosotros, los usuarios, creamos que somos nosotros). El cruce para una solución es una alianza, en vez de la actual guerra, entre plataformas y productoras. Si ambos rubros de empresas, en la actual situación embrionaria de financierización, terminan concentrándose, restaría el paso obvio de los acuerdos corporativos donde ambos maximicen ganancias.
Como sucedía con el mercado televisivo, de prensa gráfica y radial, esto otorga, además, un gran poder político. Y tenemos, entonces, nuevos monopolios.
¿Cuál legislación (nacional) puede impedirlo?
Es muy complicado, corazones.
Básicamente porque las plataformas otorgaron mayor poder político a los consumidores (yo, estoy escribiendo acá: hace tan solo 10 años no podía hacerlo. Debía escribir para publicaciones más controladas políticamente. Ahora puedo escribir andá a la concha de tu madre, publicarlo, listo. Pero no escribo con total libertad, no, los que creen eso es porque están alienados. No es sólo los condicionamientos sociales, psicológicos subjetivos y demás. Estas plataformas traen un manual de estilo, un contorno, una lógica que guía la escritura. Ese manual de estilo tiene la impronta cooperativa -engañosa, como toda cooperativa: ya Marx estudió estos problemas en relación a lo que llamó socialismo utópico- colaborativa, fordista de la escritura) y rompieron, así, la vieja lógica de la producción de cultura comercial, la que Walter Benjamin estudió acá. Colisionaron con dos paralelas: la lógica militar, que creó internet, y la lógica de los monopolios de las industrias culturales que, vivarachos, se saltaban las fronteras, creando, sin saberlo, el germen de su propia destrucción. En la colisión de ambas paralelas (las paralelas no se chocan, claro, bueno, sucedió lo impredecible: tropezaron, por boludas. Como la farolera) están las plataformas.
¿Y porqué mi tarjeta de crédito debería ser una tarjeta, si bien puede ser el teléfono el aparato que debite, acredite y opere?
Hoy eso no es posible por cuotas de mercado. No por competencia, sino por cuotas de mercado. En la fabricación industrial tanto de los plásticos de las tarjetas cuanto de los aparatos que todavía llamamos teléfonos.
Pero, en la historia del capitalismo industrial (y sin que éste esté financieramente globalizado) la lógica de los costos, siempre y cuando haya competencia imperfecta por lo menos, derriba las cuotas de mercado. Y el capitalismo industrial tiende a ser regido por la lógica financiera. Y el capitalismo comunicacional tiende a ser regido por la lógica financiera. Parece complicado, pero no lo es.
El mundo del cine, de las discográficas y de las editoriales tendrá que arreglar con internet -con los teléfonos- un nuevo patrón de ganancias. No se cómo será, sí se que, hoy día, la producción de contenidos que se consumen desde los teléfonos, no está mayormente en esas compañías productoras, sino en los consumidores. Con lo cual, es más negocio tener una plataforma que una productora de contenidos. A la inversa del viejo mercado de producción cultural en la era de la reproducción técnica. Y tendrá que existir, cuando los grandes jugadores del mercado se pongan de acuerdo, una legislación que lo respalde.
Facebook, Youtube, Blogger chupan contenidos legales (o sea, producidos gratuitamente por consumidores y ciudadanos) e ilegales (producidos por productoras) a un costo bajísimo. Son plataformas. Sus áreas de contenidos están enfocadas a la competencia y el mejoramiento de...las plataformas. Es un problema. Para los consumidores que producen, todo el tiempo, contenidos. Pero no tienen el poder político suficiente como para que importen a alguien en esta disputa. Es, entonces, solamente un problema (de fácil arreglo, ya se verá) para las grandes productoras de contenidos, como, por ejemplo, las discográficas. Que van mutando su negocio.
Antes una discográfica decidía con mayor poder político qué se escuchaba en cada radio. Y el negocio era vender discos. Hoy, el negocio son los recitales y son las plataformas las que principalemente deciden (aunque nosotros, los usuarios, creamos que somos nosotros). El cruce para una solución es una alianza, en vez de la actual guerra, entre plataformas y productoras. Si ambos rubros de empresas, en la actual situación embrionaria de financierización, terminan concentrándose, restaría el paso obvio de los acuerdos corporativos donde ambos maximicen ganancias.
Como sucedía con el mercado televisivo, de prensa gráfica y radial, esto otorga, además, un gran poder político. Y tenemos, entonces, nuevos monopolios.
¿Cuál legislación (nacional) puede impedirlo?
Es muy complicado, corazones.
Básicamente porque las plataformas otorgaron mayor poder político a los consumidores (yo, estoy escribiendo acá: hace tan solo 10 años no podía hacerlo. Debía escribir para publicaciones más controladas políticamente. Ahora puedo escribir andá a la concha de tu madre, publicarlo, listo. Pero no escribo con total libertad, no, los que creen eso es porque están alienados. No es sólo los condicionamientos sociales, psicológicos subjetivos y demás. Estas plataformas traen un manual de estilo, un contorno, una lógica que guía la escritura. Ese manual de estilo tiene la impronta cooperativa -engañosa, como toda cooperativa: ya Marx estudió estos problemas en relación a lo que llamó socialismo utópico- colaborativa, fordista de la escritura) y rompieron, así, la vieja lógica de la producción de cultura comercial, la que Walter Benjamin estudió acá. Colisionaron con dos paralelas: la lógica militar, que creó internet, y la lógica de los monopolios de las industrias culturales que, vivarachos, se saltaban las fronteras, creando, sin saberlo, el germen de su propia destrucción. En la colisión de ambas paralelas (las paralelas no se chocan, claro, bueno, sucedió lo impredecible: tropezaron, por boludas. Como la farolera) están las plataformas.
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