viernes, abril 06, 2012

La canción de la alegría

Abelardo Vitali, Mendieta, en su blog: 


Me harté del relato.



El kirchnerismo expresó y expresa aún a un sector de la sociedad mi-no-ri-ta-rio que tiene determinados valores, ideas y anhelos y que tiene, a su vez, una larga tradición en la historia de nuestro país y del mundo. Lamento decirlo así de toscamente para quienes recién se asoman a la vida política, pero no fundamos nada. Al revés, lo que debiera enorgullecernos es el hecho de retomar esas banderas y esas tradiciones y darle el clima de época para que germinen y florezcan.
Esa expresión política a veces es más acabada y a veces menos. Porque tiene como ventaja determinante el circular los caminos de la realidad y no los de las inmaculadas y puras ideas que –aún con la mejor de las intenciones- no asumen que la realización de las cosas es lo único que realmente dota de sentido al accionar político. Como decía un viejo taimado, jodido y sabio: “mejor que decir es hacer, y mejor que prometer es realizar”.
Y decimos que ése sector que se ve representado por el kirchnerismo es minoritario no por falsa modestia si no por pura y desapasionada lectura de eso que, a falta de una palabra mejor, llamamos realidad: que hayamos sacado el 54% de los votos en la última elección no debiera llevarnos al error de pensar que ese 54% enterito piensa lo mismo que pienso yo o vos o vos. No. Ni siquiera sabemos muy bien si vos y yo pensamos lo mismo, y bienvenido sea. Porque el único modo de constituir mayoría en una democracia (y en cualquier sistema político que tenga como condición de base el ejercicio de la libertad) es, precisamente, poder aglutinar a sectores que se amparan bajo un mismo paraguas aún sin una acabada unidad ideológica o política. Precisamente, lo que nos unifica -quiero creer, deseo creer, y entonces creo- son pocas cuestiones, pero profundas. A mí me alcanza con un par para tirar junto a otros: la búsqueda de la felicidad del pueblo, la lucha por la justicia social.

Este colectivo, este sujeto social kirchnerista –insisto, sujeto social que no es uniforme ni monolítico, que tiene tensiones en su interior, que pulsea, que no está sobredeterminado ni predeterminado, que se construye en el cotidiano y en el andar- ha dado en estos años algunas batallas necesarias y novedosas. Una de ellas ha sido el poner en discusión lo que hasta aquí se pensaba como intocable: la lucha por la construcción social de sentido. La política kirchnerista decidió ir a combatir a tierras que la política había dejado abandonadas por propia decisión y que había entregado mansamente a los “formadores de opinión”, a los grandes medios, a los prestigiosos editorialistas y, detrás de ellos, a los grandes grupos económicos (No, no acostumbro a ejercer una mente conspirativa y no estoy diciendo que los periodistas son siempre conscientemente empleados de estos grandes grupos. Pero sí digo que en las sociedades modernas la trama entre negocios y poder mediático sí está sobredeterminada por esas relaciones de poder).
Como decía: la política había sellado un pacto –inestable, ambiguo, pero pacto al fin- con ese poder: ustedes generan el sentido de la agenda social, nosotros la administramos, tratémonos lo mejor posible y negocio para todos.
Bueno: el kirchnerismo vino -¿a pesar suyo?, ¿obligado?- a patear este tablero. Pero no lo hizo como medida “vanguardista”, sino por puro instinto de preservación, a la defensiva: o damos esta batalla o nos llevan puestos.
Ahora bien: ¿por qué algunos querían llevarse puesto al Gobierno? ¿Porque son malos y mafiosos? No. Porque el Gobierno, apoyado en su fuerza política y social mi-no-ri-ta-ria había tomado determinadas medidas económicas, políticas y de gestión que venían a disputarles poder. Ejemplos: la estatización de las AFJP es disputar poder económico. El impulsar una Corte Suprema independiente y prestigiosa es disputar poder institucional. El impulsar los juicios por la Memoria es disputar poder simbólico. Y así.
Y es en medio de esa disputa que el kirchnerismo comenzó su “batalla cultural” contra los “medios hegemónicos” y no antes. Para defenderse y así defender su accionar.

Es decir: al kirchnerismo no se lo empezó a criticar por lo que decía, sino por lo que hizo. No es “el relato” la causa del enfrentamiento sino la consecuencia de una práctica.

Es por todo esto que resulta bastante inexplicable aquellos que dedican el 99 por ciento de su escaso tiempo –el tiempo es siempre un bien inelástico, sobre todo cuando hay tanto para hacer- a ejercitar la práctica política (nótese que dije “práctica” y no “análisis”) centrándose en el tratamiento que los medios masivos, sean de la Corpo, de la Opo o Militantes, hacen de la actualidad. Y ni hablar de aquellos que anteponen el archimentado “relato” al frío análisis de los hechos.

Estaría bueno, estimo, que nos volvieran a criticar por las medidas y no por la manera que tenemos de contarlas. Que nos critiquen por disputar poder y no por disputar zócalos.

O sea, parafraseando: mejor que decir es hacer, y mejor que relatar es realizar.

Buenas tardes. Ya sé que soy un rompepelotas, pero no soy el único. 

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