martes, mayo 29, 2012

Donde se demuestra que no es todo color de rosa en el oficio de robinsón.







 

Los diarios porteños, Página 12 más que nada, que era el que me importaba, llegaban a Paraná más tarde. A eso de las 11 de la mañana, pocas veces. Generalmente, entre las 12 y las 13hs, es decir, cuando los kioscos de diarios, ya cerraban. En Paraná la vida laboral es desde las 7 hasta las 13hs, ahí están abiertos los bancos, las oficinas estatales y no hay, de todos modos, mucho más. Bah, sí, árboles, muchos árboles. Los comercios, cierran. Vuelven, tras la siesta, a abrir. Los domingos, el día de mayor venta de periódicos, abren desde la mañana hasta el mediodía y a la tarde no. O sea que, desde mi casa, si Página 12 no había llegado antes de las 13 hs, me iba hasta la terminal de ómnibus, una cosa para albergar colectivos, cuadrada y fea, concesionada a un lumpenburgués con negocios, también, en la construcción y prestamista, a través, cuándo no, de una asociación medio rara, tipo sindicato amarillo, de municipales. Ese kiosco, el de diarios de la terminal, acaba de cerrar. 
La proletarización de sectores no vinculados al orden capitalista es un proceso estudiado por las carreras de historia, sociología, economía y en algunos casos, cuando reciben una educación seria como la estatal, por los periodistas; entre otras carreras. Es decir, algo más o menos sabido, en algunos, sí que restringidos, círculos. Se trata, en general, del proceso de formación del capitalismo, superpuesto a la existencia, todavía entonces (entre los siglos 12 a 15, pero con mayor intensidad desde el siglo 16 hasta bien entrado el 19) de las distintas variantes de economía y sociedad feudal. 
Son pocos, sin embargo, los actuales estudios institucionales, es decir, desde la academia o los lugares de investigación, sobre el nuevo proceso de proletarización en que el capital está arrojando a pequeñas burguesías industriales y principalmente, comerciales y de servicios. Al tiempo que se redefine el concepto del trabajo, se aumenta la tasa de explotación y plusvalía y se modifican radicalmente las cosmovisiones de trabajadores, grandes gerentes y patrones en lo relativo al trabajo pero con extensiones sobre la vida cotidiana de alto impacto. 
En Paraná, recientemente, cerró el local que vendía en la terminal diarios y revistas y esto, por supuesto, no le mueve a nadie un pelo. Desconozco la razón por la que cerró, pero es previsible. Todos conocemos casos así: no pudieron  pagar el alquiler, por que la caída de las ventas de las publicaciones baratas en papel, a contramano del crecimiento económico, del mercado interno y del poder adquisitivo de las clases sociales que leen, no alcanza para cubrir siquiera, ya, los costos. 
¿Es ésto separable del proceso, cada vez más intenso, de financiarización de los alimentos?
Pues, nadie lo piensa, así que debe ser separado. Del mismo modo que el aumento de la injerencia estatal -del estado bobo- en el financiamiento de los diarios, que no en vano son cada vez más incultos y estúpidos; es un proceso que, lejos de ser aislado, obstruye el razonamiento sobre el mundo que se está viniendo. Que proletariza, horror de los horrores, a las capas medias. Presuponer que esto no va a tener significados políticos, o que no los tiene ya, es una tontera magistral. 
Lo mismo que con los locales de bajos costos de venta de papeles con noticias sucedió durante un tiempo de transición con el alquiler de cassettes de videos, con las salas de cine, con las casas de revelado fotográfico, con las disquerías y sucede, lenta pero inexorablemente, con las librerías. Suplantadas por la revolución del capital en el área de las tecnologías y diseños comunicacionales. Aunque el término revolución no sea exacto técnicamente, lo correcto sería hablar de mutación veloz, pues esta mutación veloz deja en el terreno de la imaginación la noción estratégica que las principales características del desenvolvimiento del capital están presentes, sobre todo, su capacidad para organizar la sociedad de manera desigual y su tendencia intrínseca a la concentración y creación de monopolios. El término revolución sí se aplica en el sentido degradado con que lo usan los publicistas, ése lugar donde resiste la cloaca del lenguaje idiota. 
El estado, sencillamente, renuncia al abordaje de esta esfera del capitalismo -la de su mutación veloz en el campo comunicacional- acompañado, además, por un clima de época que endiosa esta mutación veloz y pide que quede en una esfera privada, no monopólica, pero sí privada aunque se trate de una interjección entre la esfera privada y la pública, algo parecido a la conciencia de los derechos en torno a los medios de comunicación, como si las promesas libertarias del liberalismo pudieran cumplirse: no, no se puede, por que son lamentablemente falsas. Se trata de naturalizar la libertad como desigualdad social necesaria, y en ésto, el capital se ha demostrado más creativo que cualquier otra forma de organización social a lo largo de la historia, a través de la destrucción creativa de las fuerzas de producción, siempre dentro de la esfera de dominio del capital por sobre el trabajo. Incluso, cuando la dimensión del ocio ya no se distingue, en las vanguardias del capitalismo de mutación veloz, de las esferas estrictamente de producción. Entonces es que el capitalismo de esta pendiente histórica se ha consolidado. Aún cuando muestre signos de crisis recurrentes y cíclicas. 
No se trata de abolir los sueños de una democratización igualitaria que sitúe a la libertad como requisito de igualdad social, como sostuvieron, sin éxito, las formas socialistas del siglo pasado. Sino de pensar las alternativas posibles en la medida en que contrarrestar los "efectos secundarios" de esta mutación veloz, como hacen actualmente y pidiendo disculpas los balbuceantes estados de bienestar, no signifiquen, como hoy, el fortalecimiento de esta etapa del capital bajo la extorsión de que quedarán excluidos quienes no se suban a la nueva ola de cambios. Tiene que haber una tercera alternativa.   



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