martes, mayo 29, 2012

Perros de la noche










Así se llama una novela de Enrique Medina (llevada al cine, con guión de Medina), nombrado el Paria, un par de post atrás. Pero también viene a cuento para mencionar a Eduardo Perrone. Manolo, me chicanea, hábilmente, con eso. De manera de desembocar en los provincianos porteñizados. Inteligente, Manolo. El más hábil de los blogueros. Por que sabe a quién le habla. Y de qué. Y sabe leer. No se gasta en escribir como escribimos los periodistas, ocupa ese tiempo en estudiar (en los periodistas, eso no se consigue. Aunque parezca lo contrario) y buscar el rumbo de adónde va la cosa. Me pasé buena parte de la noche leyendo lo que encontré, y ese post de Manolo es un buen punto de partida, sobre Perrone. No lo conocía. Bah, sí, pero, no. Leí una vez, una frase, suya. La recuerdo. No podría citarla por que era un párrafo. Y malcitaría. Y fue hace muchísimos años. Pero, siempre, hasta esta noche, creí que la chica que lo colgó en un placard había confundido el nombre y había escrito mal Raúl Perrone. No, era, nomás, Eduardo Perrone. Tenía yo unos 18, o 19 años. Vivía en una casa de Almagro, con un par de chicos, que iban y venían, al edificio de Sociales, en la UBA. Y eran noches bravas. Muy bravas. Y concurridas. De todas partes, todas las noches, caía, alguno. Por tren. Trayendo novedades. Y cocinábamos tallarines. Y guisos. Para muchos. Después estaba, invariablemente, la música. A todo volúmen. Y la noche se deshacía en promesas y tedio y amistades, duraderas y de las otras, las fugaces. Leía, en esos días, las novelas de los escritores beats. Al cine, en otro plano, le entré por Henry Miller. Vladimir Nabocob me terminó decepcionando. Alberto Moravia me voló la cabeza. En los alrededores de las bandas under de rock, que en ese momento se llamaban independientes, había, siempre, lindas chicas. Que tomaban cerveza. Y yo les cocinaba. Mientras defendía, con ahínco, la desesperación incierta del Marqués de Sade. Su horror. El lugar de la literatura que hasta entonces, nadie había explorado. Error, me dijo una piba de tetas inmensas que merodeaba la pintura figurativa, ese horror, lo dice el mismo Sade, está en la biblia. Fue escrito antes. 
Tenía, tetotas, razón. 
Ya ateo, todavía adolescente, pero curtido, emprendí, con vigor, estudios bíblicos. No existía internet en mi mundo (aunque algo del tema entendía, por notas que habían aparecido, años antes, cuando yo iba a una escuela en las afueras de Paraná, en la revista La Maga) y yo no tenía un peso, así que esos estudios, paralelos, autodidactas, tenía que rebuscármelos. Pero siempre tuve talento para robar libros. Si esas noches bravas no me hubieran limado un 36,4% del cerebro hoy me acordaría, con mayor precisión, de la que fue mi verdadera carrera universitaria. Las calles, de madrugada, los amigos, los que murieron, los artistas, las chicas que me cogí, o mejor dicho, los esfuerzos que hice para seducirlas. Incluso, los esfuerzos en vano. Y los fracasos. 
A veces parece que constantemente quiero provocar. Puede ser. Pero en todo caso, no lo hago conscientemente. Vengo de lugares donde es un lugar común que no todos te quieran. Nada bueno se puede hacer en la vida buscando que todos te quieran. Entre arrebatado, con lapsus de sensibilidad, vivo y he vivido. No sé para qué cuento ésto. O qué tiene que ver. 
En los andariveles de la literatura, de lo escrito, de lo que, quizás, ni siquiera quede (qué me importa, total ya estaré muerto) y de lo que he leído. A contramano. 
Pero terminé de leer lo de Eduardo Perrone, volví a releer lo que escribió Manolo. Menciona una contradicción, ésa, que me perdura. Capaz, la base epistemológica sea el desarraigo. Que es independiente del suelo que se pisa. Marcel Proust decía que la patria es la infancia. El lugar que habito es la mujer que quiero. Diría, yo, que al citar, antes apenas, a Proust me pongo, sin que nadie se de cuenta, a su lado. Bah, yo me doy cuenta, después, apenas terminada de escribir la oración. Y me río. Y lo hago notar. Ese vacío, desarraigado, tiene su parte jocosa: uno se sospecha un banana. Sólo teme que lo descubran. Andando los años, te burlás, de vos mismo. Y de todos. Pequeño problema. Te trae amigos y enemigos. Pero, señora, burlarse de uno mismo, no tomarse tan dramáticamente en serio, te trae cierta paz espiritual. La que antes tenía con dios. Con la iglesia. O la que alguna vez tuve, también, con las pasiones revolucionarias. La vocación por la arrogancia.
Ando preocupado, pensando qué hacer, ahora que ya no tenemos las mismas potencias acá, en los blogs. Todavía, algunos, se pueden leer. Tienen cosas para decir. Pero, me parece, hay pocos caminos. Uno es, en mi caso, refugiarme en mi oficio. Ahora, además, me va mejor. Mal, pero más reconocido. Puedo trabajar en lugares a los que antes no llegaba. También puedo mudarme a las instituciones cristalizadas de la literatura. Cagarme de hambre y aburrirme. En las editoriales donde no me dejaba pasar el guardia de seguridad, ahora, tratan de dar conmigo. Ahora que, los mismos que antes no me atendían el timbre, me piden que les mencione su librito. Es previsible que sienta que se equivocan, antes y ahora, y que no da parar jugar a que soy serio. El problema es que me voy poniendo viejo. Y acá, en este blog autorreferencial, está todo bien, de algo tengo que vivir mientras tanto pero me las voy rebuscando. Cada vez hay más lectores. A contramano de lo esperable. Y me sigo divirtiendo. Y lo sigo queriendo, a mi blog. Como la parte del aire que me toca en esta vida. Donde puedo escribir lo que se me cante. Yo, que desafino y no sé cantar. Nada le importa a la gente todo esto. Y está bien. Pero, se lee. Sin grandes misterios técnicos. Se trata de ser lo más sincero que se pueda. Y escribir. Darle al teclado. Como si fuera un piano. Mordiendo las oraciones, poniendo comas, hablando, para nadie, sabiendo que pronto, o más tarde, el lector se encuentra. Que en los túneles digitales la cosa viaja. Y del otro lado del mundo alguien puede estar en su casa, también de madrugada, también en pleno silencio, leyendo, hasta acá, lo que escribo. Entretenido con el alma loca de alguien que no conoce. Más allá de filiaciones políticas. De sentidos estéticos. De personajes que hoy están y mañana no. Lo que queda es lo que escribiste. No importa si te leyeron, muchos, pocos, si te premiaron, si fue en un formato prestigioso o fue en un blog, si te cagaste de hambre mientras lo hacías, si te besaron, si te abrazaron, si te arrepentiste, si un amigo dejó de hablarte. Lo que queda es éste renglón. Podría, morirme, ya. Quedó ese renglón, puesto ahí. Ya no va a importarme, voy a ser huesos carcomidos por la humedad dentro de un cajón. O que me cremen, que es más barato. Pero en el momento de escribir esa oración final había un sentido de finitud. Había un sentido de pertenencia. De trascendencia. Había un misterio, que hoy se subjuga en el psicoanálisis, un misterio que te pega una patada en el alma para que te expreses, para que digas algo, para que escribas, lo que sea, ya. Esa desesperación tan sin nombre. Tratando de negarse que al resto de la gente le importa un carajo. Y está bien que así sea. A mí tampoco me importa la mayoría de las cosas que hace la mayoría de la gente. 
A veces pienso que en los blogs la cosa se agotó. A veces creo que no. Pero en todo caso, acá vivió la cultura, que estaba fosilizada en los ambientes ajenos, durante los días ásperos del 2008, 2009. Fueron los blogs los que también contaron la historia. Los que mostraron, cada uno, desde su lugar, un enfoque radicalmente distinto. Los que escribíamos historias, los que contábamos lecturas, los que reservamos, en los días difíciles, un pedazo de nuestro ideario estético para tirárselo a la oligarquía, ya lo hicimos. Nada puede cambiar eso. 
No era la verdad, la denuncia, el dato, lo que faltaba en esos días de alucinación colectiva, donde las mayorías sociales nos abandonaron, donde los nuestros, mi vecina, mi tía, mi amigo, se confundían y pateaban para el lado de las oligarquías que siempre los despreciaron. Faltaba la cultura. Cuando contradecir el relato literario de la oligarquía era, para muchos, cosa de negros pagados, acá se discutía, en la sombra de los blogs, los policiales negros de la literatura argentina. Y esa gente, la gente que fuimos, se alineaba, sin titubear, con Cristina. Con Néstor Kirchner. Nosotros, desde los blogs, no teníamos prestigio académico, ni éramos importantes en el periodismo los que veníamos de ese palo, ni fotógrafos premiados, ni diseñadores de grandes corporaciones. Y, vaya metáfora en el mundo digital, nos hicimos de abajo. Contra el ninguneo. Contra las humillaciones. Contra las calumnias. Ahí está Manolo, está Gerardo, está Mendieta, está Franco, el Ingeniero, está Patucho, está Eva, está Catanpeist, Felipe Real, el Conu, está Artemio, Laura, Omix, Martín Rodríguez, Hank, Andres el Viejo, Diego F, Matías Castañeda, Paladino, la gente que quedó, la que no, la que se desperdigó, de la que me olvido sin querer, de la que me olvido adrede. 
En Entre Ríos, salvo excepciones, como Fernando Báez y Luciana Dalmagro y Marcelo Faure, siempre me ignoraron. Con astucia. En buena medida, no por que no me leían o no les interesaba, sino para no recordar, esos días turbios, cuando se intentó derrocar a Cristina, por el rol que cada uno jugó. Yo escribía acá cosas de la noche y de las chicas y algunas cosas sobre la actualidad nacional. Y el clima se enrareció tanto. Que pasé, como casi todos nosotros, a una rabia, ancestral, nosotros, señores, odiamos la oligarquía, con todas las letras, de distintas formas y con matices, pero con ellos, con la Sociedad Rural, ni a la esquina. Y la vida cotidiana, en Entre Ríos, se hizo insoportable. Y cada vez más violenta. Violenta y asfixiante. No quedaba otra que armar trincheras. Nosotros estábamos del lado de los organismos de derechos humanos, de la izquierda democrática, de lo mejor del peronismo, de los periodistas valientes de medios chicos, de los trabajadores, las centrales sindicales, los movimientos sociales, las barriadas, las villas. Lo que había del otro lado, conduciendo, daba, sencillamente, asco. Y había que provocar. Jugar duro. Romper los cercos. Salió bien. Visto a la distancia. Qué terquedad. Qué pelotas. No yo, sino tantos que desde sus lugares, pequeños, construyeron este presente. Había que seguir el día que perdimos. Que la oligarquía, qué imagen la puta madre, brindó, con champán, en la puerta de la Sociedad Rural. Los racistas. Los golpistas de siempre. La derecha más rancia y violenta. Se la seguimos. Persistimos. Ellos se aburrieron y volvieron a sus campos. Ganamos. Sin darnos cuenta. Después quise hacerme el prestigioso, el periodista serio. Me salió mal. Un día sentí algo muy hondo. Y triste. Yo venía con Marisol de un hotel, donde había dormido, del barrio de Constitución. El día anterior había sido mi segundo día en Duro de Domar, como panelista. Un señor, de un kiosco de diarios, me llamó. Me felicitó o algo así. Yo seguí de largo. Y sentí un inmenso y profundo vacío. No era, yo, eso. Qué tengo que hacer, pensé, acá. Rodeado de gente que cree que por acá pasa el mundo. Que se maquillan. Que se ven radiantes. Que pertenecen a un mundo donde soy ajeno. Ya no había colectivos ni solidaridades. Algunos me miraban raro: has triunfado, Carrasco, llegaste. Y más tarde me senté en un bar y prometí que sería mi última noche ahí. Lo supe, aunque yo mismo me lo negara, desde siempre. Eso no era para mí. Se va a desdibujar el esfuerzo que hice. Las batallas, pequeñas para La Gran Cosa, importantes para mí, que dí. Se van a desnaturalizar. Pero. En Entre Ríos no tenía más cabida en el periodismo. Había gastado cartuchos, amistades, discutí en las esquinas, encaré a los periodistas de a uno, escribí contra todos ellos, luché por lo que creía. ¿Y ahora? 
Buscaba un reconocimiento. Lo conseguí. Y también, a mi modo, ridículo, bien de perdedor, también logré que, en mi fuero íntimo, nada se desdibuje. Todas las páginas de internet y los diarios de Entre Ríos se burlaban de mí: fui completamente borracho a ese programa. En las radios se burlaban. En los comercios, a mi vieja, a mi hermana en la escuela. Lo había hecho, otra vez. Y me refugié en Santa Fe, en un departamento chiquito que alquilaba. Donde escribí cosas que me emocionaron. Que, por algún lado, en este mismo blog, están. Durante tres días nunca me sonó el teléfono. Nadie dijo nada, de quienes me querían. Nadie me preguntó algo. Los que no me querían no paraban de burlarse. Sujeto de la risa. Los había obligado a mencionarme, a tenerme en cuenta, periodistas que fueron de mi misma generación, mi misma facultad, que fuimos amigos, que supe hasta ser su referente. De pronto no existía. Hasta que tuvieron la oportunidad de reírse. Apostaron demasiado creyéndome acabado. Simplemente, quería recordar, recordarme, que nunca supe el resultado, que me resulta ajeno, completamente ajeno, ese mundo cruel de las luces. Y volví a mis pagos. Y a la computadora. A escribir. Desgarrado, como siempre. Y el mundo, indiferente, siguió girando. Sin importarle mis vacíos. Mis tristezas. Las penurias que, a veces, necesitaba gritar y estaba solo, por eso las escribía. En las sombras de la cocina no había nadie. En la calle iluminada con tristeza no estaban ni los gatos.
Ahora es de madrugada. Estoy en Buenos Aires. Escribo algo, ésto, que no tiene mucho sentido. Pero sigo creyendo que hay túneles mágicos, que administra dios, por donde tarde o temprano, las oraciones encuentran un lector que se conmueva. Aunque, quizás, nunca me entere.


8 comentarios:

  1. Ahmed Hamdi Tunnel (la un tipo que derramó su sangre en el Canal de Suez) Saludos sinceros y cordiales. S.

    ResponderBorrar
  2. Enterate puto.

    Saludos!

    Juan C.

    ResponderBorrar
  3. Sos un escritor muy valioso, Lucas, un tipo culto al que algunos prefieren no considerar por la desfachatez con la que cuestionás y denunciás lo que nadie se atreve (con la libertad que te caracteriza). Como sos honesto, para muchos sos "incómodo".
    Gracias por seguir con tu blog, por compartir con nosotros, tus lectores, estos textos (de verdad) conmovedores.

    ResponderBorrar
  4. Te banco, Lucas. Tus textos me acompañaron muchas noches, algunas difíciles. Da gusto leerte, se nota que escribís con las tripas (es la única escritura que me interesa). Ojalá algún día disfrutemos un libro tuyo.
    Gracias loco.

    ResponderBorrar
  5. Para que sí te enteres de una lectora que se conmueve. Vaya una a saber si todavía te importa

    ResponderBorrar
  6. Lucas, gracias por seguir. Los-as vi y leí en aquellos momentos, me zafaron en esa desesperada soledad política, se hizo con las tripas.
    Por lo demás pienso que a veces no se sabe cómo acompañarte.
    Convengamos, no sos un tipo fácil eh?

    abrazo, celina

    ResponderBorrar
  7. Sos un hijo de puta muy necesario,todavía.

    ResponderBorrar
  8. me encanta lo q escribis!

    Kimei Almendra

    ResponderBorrar