Hay, a la vuelta de casa, una ferretería. Me sorprende. No había notado que estaba ahí. Fijate cómo en un texto, la aparición de algo -que en la realidad ya estaba, anterior al texto-recién está, en el sentido homólogo a ser, desde que se la nombra. Y se la nombra de la manera en que es evidente que antes estaba, pero es recién al yo, el sujeto de la oración, constatar su existencia, que pasa a ser. Que está. En la realidad exterior al texto. Que bien puede ser mentira. Y dado que no se trata de un escrito jurídico o periodístico -aunque aún, el lector, no sabe la naturaleza, el género, de lo que leerá- el pacto con la verdad, que subsiste, es de otro tipo. Un tipo de verdad que para simplificar podemos llamar literaria. Un pacto entre el lector y el escritor. Un pacto que pervive aún cuando el formato y el soporte no sean como los clásicos, como los que catalogaron los géneros. O al revés, los géneros se hicieron por los soportes. El punto es si hay una independencia entre género y soporte. Yo creo que no. Pero tampoco un antagonismo radical, ni siquiera, o menos todavía, esferas sin diálogo entre sí. Creo que se pueden contar con los dedos de la mano las veces que fui a una ferretería. Oh, la soberbia de los ferreteros. A ver si los baqueanos de la SIP y de ADEPA, que tienen el soberbiómetro republicano, llevan esta denuncia a sus abogados patronalistas. Soy completamente inútil para cambiar una tuerca. Para arreglar cualquier cosa. Un matrimonio, por ejemplo. Llego invariablemente tarde. Y no me cabe espacio en la cabezota, casi calva, para saberes prácticos. Nunca sé, por ejemplo, los números de teléfono, los cumpleaños, de nadie. Ni de mi madre. Me resulta insoportable tener que regular los horarios de un día entero de mi vida para ir a cobrar un cheque. Y me olvido los nombres. De mis hermanos. Y puede que me cueste, en uno de mis cada vez más frecuentes ataques de nostalgia, recordar la cara de las chicas que me amaron. Si es que de verdad me amaron. Si no me estoy inventando, podría, perfectamente, ocurrir, amores que nunca existieron. La verdad, no lo recuerdo muy bien.
Pero sí es cierto que inventarse amores y olvidos que en verdad nunca ocurrieron es infinitamente menos doloroso que los amores y olvidos que sí ocurrieron. Aunque, no jodamos, los que inventamos u otros inventan y nos hacen doler, por ejemplo en un libro, en una novela en la tele, en un monólogo en la radio, en una frase de twitter, en un blog despechado, en una revista de peluquería, nos duelen por que nos hacen acordar a los dolores, los amores y olvidos, que sí nos ocurrieron. O nos hace acordar al peor amor y olvido que puede ocurrirnos: el que nunca ocurrió. El que no es ausencia de ella sino ausencia de alguna. Ausencia de hecho es peor que ausencia de sujeto.
Dicen, los que viven colgados de la tensión efímera, que me voy por las ramas. Que hago paréntesis largos. Que quiero contar, atolondrado, la historia del planeta. Seguramente, tienen razón. Que me la fumen. También, he escuchado, con delicada atención, algún que otro comentario sobre mi soberbia. Oh. El soberbiómetro. Por supuesto que soy soberbio. Cómo no serlo, mis amores. ¿Por qué no habría de ser soberbio? ¿Por una cuestión táctica?
Es una buena sugerencia.
Esa sí, es una buena sugerencia.
Me interesa la táctica. Dado que debo seguir viviendo de mi personaje. Comiéndomelo. De postre. Me voy rodeando de enemigos. Y adversarios. Y circunstanciales enojados (a algunos, les doy una palmadita en la espalda y se les pasa...) Diferentes intensidades. Es importante medirlos. Calibrarles su grado de oposición. Tengo que, después de todo, seguir viviendo de mi personaje. Sin que me morfe del todo. Retrocediendo un pasito cuando la tentación del abismo sea verdadera. Sobrevivir. Y si es posible. Con algunos de los ideales, no tantas concesiones y la dosis justa de contradicciones, que no me duelan tanto. Mientras, total, se van pasando los años.
A algunos, el paso de los años, les queda bien.
Da desconfiar, por poner un ejemplo, de una ferretería nueva.
Excepto, en una ciudad mediana, que sea, despersonalizada, con forma de supermercado. O sea, ferretería pensada para la mujer. O los tipos, como yo.
Pero una ferretería de barrio queda mal siendo nueva. Siendo joven. Es como en la política. Todos les desean, a las ferreterías nuevas de barrio y a los jóvenes, suerte. Pero para el futuro. En el presente, no cortan ni pinchan. Los jóvenes ferreteros.
Las ferreterías tenían cierto encanto para un amigo, que ya murió. Los talleres mecánicos. Las ferreterías. Las escuelas industriales. Las fábricas. Había nacido con un corazón de overol. Era capaz de cagar a patadas su auto para poder hacerle, y charlar infinitamente del tema, chapa y pintura. ¿Le gustaba más engrasarse arreglando el paso del aceite o debatir sobre la mejor manera, al engrasarse, de arreglar el paso del aceite?
Nunca comprendí esa faceta. Pero uno tiene amigos, así. Son las vueltas del barrio.
Ese lugar donde conocés hasta el momento exacto donde mueren las calles. Las alturas. Los árboles que talaron. Los manicomios que se comieron a los que no aguantaron. El hijo del Comisario, que tarde o temprano, sigue la carrera delictiva del padre. Los coches caros. Las paradas de colectivo. La risa de los nuevos niños, con menos posibilidades de amar la calle de la que tuvimos, que a la vez tuvimos menos que nuestros padres y abuelos. Los bares que van cerrando. Los centros comerciales. El tren. Los cables. Las palomas. Las viejas, incansables, de barrer las veredas.
Tengo ganas de ir a la ferretería. A sobrarlo. Al ferretero. Que seguro usa musculosas, como las de Aníbal, en el viejo Calabromas. Su partenaire, Cuchuflito, contó Zambayonny en la radio, terminó con un circo en el conurbano. Los ferreteros y amigos, del barrio, de los ferreteros. Fugitivos de la siesta. Pero cierran, los domingos, tan católicos, las ferreterías. Hoy es domingo. Un domingo de esos que se defienden: el problema de la tristeza no es culpa de los domingos, se nota en los lunes feriados. La culpa no es de los domingos, la culpa de la tristeza de los domingos es de los lunes. Puede atestiguarlo cualquier lunes feriado que no haya sido comprado por los abogados de los lugares comunes. Hacen un buen loby, los lugares comunes. Todo el mundo les cree. Y están llenos de abogados vocacionales. La mayoría de mis vecinos, por ejemplo, lom son. Y no sabría que comprar en una ferretería. Y tampoco tengo plata. Y tengo que pelearme con un par de giles que se agrandan a espaldas del adversario. Y me chupan un huevo los ferreteros. Se pueden morir, por mí, todas las palomas y marchitarse todas las flores de la plaza e inundarse las ferreterías y oxidarse y el mundo, seguirá. Lo que tenga que seguir. Según los designios de quién sabe quién. No hay mucha racionalidad ahí. Un día estás, y a la vuelta de la esquina, te choca un tren contra el baldío y ya no estás y sos lo que fuiste para quienes te quisieron y para los que no te quisieron con la intensidad tan suficiente de perdurarte y uno ya no estará siquiera para poder decir "muchas gracias"pero será, sencillamente, por un rato. Nada más que un rato. Que, en algunos casos, hasta puede durar miles de años. Pero en la larga marcha a la nada que es la humanidad mil años son un rato.
Y todas tus tetas tienen, también, ese destino.
Como las religiones, los grandes relatos, las estatuas milenarias, los postes de luz por las buena o por las malas, caerán, algún día, quién sabe cuándo.
Espero que sean la última en la fila en caer.
O que yo ya no esté para verlo.
Bah, no sé si me convence esa última oración.
Más total, como todo el resto, es mentira.
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Pero sí es cierto que inventarse amores y olvidos que en verdad nunca ocurrieron es infinitamente menos doloroso que los amores y olvidos que sí ocurrieron. Aunque, no jodamos, los que inventamos u otros inventan y nos hacen doler, por ejemplo en un libro, en una novela en la tele, en un monólogo en la radio, en una frase de twitter, en un blog despechado, en una revista de peluquería, nos duelen por que nos hacen acordar a los dolores, los amores y olvidos, que sí nos ocurrieron. O nos hace acordar al peor amor y olvido que puede ocurrirnos: el que nunca ocurrió. El que no es ausencia de ella sino ausencia de alguna. Ausencia de hecho es peor que ausencia de sujeto.
Dicen, los que viven colgados de la tensión efímera, que me voy por las ramas. Que hago paréntesis largos. Que quiero contar, atolondrado, la historia del planeta. Seguramente, tienen razón. Que me la fumen. También, he escuchado, con delicada atención, algún que otro comentario sobre mi soberbia. Oh. El soberbiómetro. Por supuesto que soy soberbio. Cómo no serlo, mis amores. ¿Por qué no habría de ser soberbio? ¿Por una cuestión táctica?
Es una buena sugerencia.
Esa sí, es una buena sugerencia.
Me interesa la táctica. Dado que debo seguir viviendo de mi personaje. Comiéndomelo. De postre. Me voy rodeando de enemigos. Y adversarios. Y circunstanciales enojados (a algunos, les doy una palmadita en la espalda y se les pasa...) Diferentes intensidades. Es importante medirlos. Calibrarles su grado de oposición. Tengo que, después de todo, seguir viviendo de mi personaje. Sin que me morfe del todo. Retrocediendo un pasito cuando la tentación del abismo sea verdadera. Sobrevivir. Y si es posible. Con algunos de los ideales, no tantas concesiones y la dosis justa de contradicciones, que no me duelan tanto. Mientras, total, se van pasando los años.
A algunos, el paso de los años, les queda bien.
Da desconfiar, por poner un ejemplo, de una ferretería nueva.
Excepto, en una ciudad mediana, que sea, despersonalizada, con forma de supermercado. O sea, ferretería pensada para la mujer. O los tipos, como yo.
Pero una ferretería de barrio queda mal siendo nueva. Siendo joven. Es como en la política. Todos les desean, a las ferreterías nuevas de barrio y a los jóvenes, suerte. Pero para el futuro. En el presente, no cortan ni pinchan. Los jóvenes ferreteros.
Las ferreterías tenían cierto encanto para un amigo, que ya murió. Los talleres mecánicos. Las ferreterías. Las escuelas industriales. Las fábricas. Había nacido con un corazón de overol. Era capaz de cagar a patadas su auto para poder hacerle, y charlar infinitamente del tema, chapa y pintura. ¿Le gustaba más engrasarse arreglando el paso del aceite o debatir sobre la mejor manera, al engrasarse, de arreglar el paso del aceite?
Nunca comprendí esa faceta. Pero uno tiene amigos, así. Son las vueltas del barrio.
Ese lugar donde conocés hasta el momento exacto donde mueren las calles. Las alturas. Los árboles que talaron. Los manicomios que se comieron a los que no aguantaron. El hijo del Comisario, que tarde o temprano, sigue la carrera delictiva del padre. Los coches caros. Las paradas de colectivo. La risa de los nuevos niños, con menos posibilidades de amar la calle de la que tuvimos, que a la vez tuvimos menos que nuestros padres y abuelos. Los bares que van cerrando. Los centros comerciales. El tren. Los cables. Las palomas. Las viejas, incansables, de barrer las veredas.
Tengo ganas de ir a la ferretería. A sobrarlo. Al ferretero. Que seguro usa musculosas, como las de Aníbal, en el viejo Calabromas. Su partenaire, Cuchuflito, contó Zambayonny en la radio, terminó con un circo en el conurbano. Los ferreteros y amigos, del barrio, de los ferreteros. Fugitivos de la siesta. Pero cierran, los domingos, tan católicos, las ferreterías. Hoy es domingo. Un domingo de esos que se defienden: el problema de la tristeza no es culpa de los domingos, se nota en los lunes feriados. La culpa no es de los domingos, la culpa de la tristeza de los domingos es de los lunes. Puede atestiguarlo cualquier lunes feriado que no haya sido comprado por los abogados de los lugares comunes. Hacen un buen loby, los lugares comunes. Todo el mundo les cree. Y están llenos de abogados vocacionales. La mayoría de mis vecinos, por ejemplo, lom son. Y no sabría que comprar en una ferretería. Y tampoco tengo plata. Y tengo que pelearme con un par de giles que se agrandan a espaldas del adversario. Y me chupan un huevo los ferreteros. Se pueden morir, por mí, todas las palomas y marchitarse todas las flores de la plaza e inundarse las ferreterías y oxidarse y el mundo, seguirá. Lo que tenga que seguir. Según los designios de quién sabe quién. No hay mucha racionalidad ahí. Un día estás, y a la vuelta de la esquina, te choca un tren contra el baldío y ya no estás y sos lo que fuiste para quienes te quisieron y para los que no te quisieron con la intensidad tan suficiente de perdurarte y uno ya no estará siquiera para poder decir "muchas gracias"pero será, sencillamente, por un rato. Nada más que un rato. Que, en algunos casos, hasta puede durar miles de años. Pero en la larga marcha a la nada que es la humanidad mil años son un rato.
Y todas tus tetas tienen, también, ese destino.
Como las religiones, los grandes relatos, las estatuas milenarias, los postes de luz por las buena o por las malas, caerán, algún día, quién sabe cuándo.
Espero que sean la última en la fila en caer.
O que yo ya no esté para verlo.
Bah, no sé si me convence esa última oración.
Más total, como todo el resto, es mentira.
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uffff Lucas,profundo muy profundo todo. Y agudiza esta angustia existencial que por ráfagas nos atrapa.
ResponderBorrarAyer esparcimos las cenizas de mi suegro en su jardín y pensaba: ¿tanta lucha para esto???? porque antes o después, la muerte nos gana; y entonces tener que lidiar y/o comprender la finitud, y el porqué y para qué de cada día, que cada día es uno más y uno menos; lo mismo cuando festejamos un cumple. Y de repente el bondi no te paró (por suerte) y ese es tu tremendo problema del día y la angustia existencial cedió a la puteada al pobre fercho.
Pero leo esta entrada que es tristonga pero real; nada de lo que decís, es mentira... aunque al final quieras plantearlo así
bueno, nada, como se dice ahora, cuando ya uno no sabe más que decir.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarufa!! no sé que hago mal que mis comentarios aparecen 2 veces y para no ser densa, borro 1!!
ResponderBorrar"Y hembra es el alma del ausente/
ResponderBorrarY hembra es el alma mía" C.V.
Todos les desean, a las ferreterías nuevas de barrio y a los jóvenes, suerte. Pero para el futuro. En el presente, no cortan ni pinchan. Los jóvenes ferreteros.
ResponderBorrarSon las vueltas de barrio.
Bien ahí!
Abrazo!
julio.
Marcela, un abrazo antes que nada.
ResponderBorrarNo existe la muerte, existe la vida. Hay o no hay. COmo tampoco existe la oscuridad. Existe la luz. Hay o no hay.
El tema es que hacemos cuando estamos vivos. Viste que al final solo somos un ladrillo en la pared. Igualmente importantes y no importantes. Como un voto en democracia.
Nos acostumbramos a vivir como si fuéramos eternos. Asi nos educan para vivir. Hacer proyectos a futuro sin pensar en que un día no estamos mas. Sin embargo cualquier proyecto que no contemple eso está falseado de antemano.
Dijo Bonasso, con total desvergüenza, ante la muerte de un chiquito de 19 (creo que Sapag) que escondía en su casa) "no es vivir poco o mucho, el tema es no haber vivido al pedo".
Para mí, el tema clave es que, antes la gente se agrupaba mucho más, y ponía su fe de felicidad en la familia, la ciudad, el club, el país...sin importarle tanto lo individual. Hoy se ve mucho individualismo. A la gente le sale el sol por el ombligo y se le pone en la frente. Y solo le interesa lo que ilumina el sol.
Al final todo se vuelve repetición y encierro en lo mismo.
'el poder concentrado', 'el campo popular', 'profundizar el modelo', 'la derecha sojera y destituyente'. Listo. Quiero un laburo de 30 lucas.
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