domingo, julio 01, 2012

Los infiltrados de La Cámpora




Pablo Moyano, al frente del Sindicato de Camioneros desde que su padre, Hugo, fue puesto por Néstor Kirchner al frente de la CGT; señaló, en vísperas de la movilización contra la Presidenta que realizó junto con el gremio de peones en la Mesa de Enlace y los partidos vecinales de derecha (como el PRO o la Federación Agraria) o de izquierda ( como el Partido Obrero y la Corriente Clasista y Combativa) que había infiltrados de La Cámpora en las columnas de su sindicato. Facundo Moyano, su medio hermano,  al frente del Sindicato de Peajes, lo desmintió apenas un ratito después. 
Pero más allá de la capacidad para detectar infiltrados y el ojo de lince de Pablo Moyano, ayudado, sin dudas, por lo escueto de las columnas movilizadas, el contraste entre una mentira grande como un camión y una declaración sensata que no rompa los...puentes, hablan, por un lado, tanto de un burócrata sin orientación que necesita ser conducido como de los problemas, en el caso de Facundo, del paso de la representación sindical a la representación política. 
Son dos cosas completamente distintas.
Los inicios del sindicalismo en Argentina, ligados a las corrientes inmigratorias y las ideas clasistas de anarquistas y luego comunistas, o de conciliación de clases, como los inicios italianos del fascismo o el socialismo, ya mostraban las dificultades del paso de la representación sindical a la representación política. 
Los socialistas, por ejemplo, tuvieron su primer diputado, el primero en Latinoamérica, por el entonces distrito electoral de La Boca, fundamentalmente por que el radicalismo no convalidaba el fraude electoral que los excluía. Como empleadas domésticas del Jockey Club, los socialistas aceptaban, a cambio de una o dos bancas, participar de la farsa electoral conservadora llevando en sus listas siempre "dotores" esclarecidos que venían a presentar proyectos legislativos para mejorar la vida de los obreros. Claro, nunca se los aprobaban. Y sino, no se los implementaban. Pero los "dotores" apaciguaban su conciencia social. 
Fue el arribo de la flamante democracia, en buena medida hija del esfuerzo radical yrigoyenista de no convalidar el fraude electoral, el que trajo medidas concretas de mejoramiento de la vida obrera y la legalización, parcial vista desde hoy, pero de avanzada para la época, de los sindicatos que, mayormente, integraban el conglomerado detrás del liderazgo de Yrigoyen. Después vino el golpe de Yrigoyen, el brutal ajuste de la Década Infame, que hizo recaer sobre los trabajadores el costo de la crisis internacional y la guerra mundial, y un período de reclusión de la vida sindical, con honrosas excepciones, por supuesto; hasta el retorno de la democracia y la asunción del General Perón en la presidencia. 
Entonces, la historia ya es más conocida.
Pero no, quizás, sean tan conocidas las resistencias iniciales hacia Perón en la cúspide de la CGT que derivaron en episodios grotescos como la derrota de Ángel Borlenghi, el candidato de Perón a la secretaría general de la CGT y luego Ministro del Interior, la humillación a Luis Gay, o la cárcel, difamación y tortura a Cipriano Reyes. La equivocación política de Reyes diluyó las consecuencias morales de un acto repudiable. La tensión se debió, en definitiva, a que los sindicalistas que no aceptaban incondicionalmente el liderazgo de Perón no querían que éste impusiera sus candidatos gremiales ni quisieron extinguir, dentro del flamante Partido Único de la Revolución, luego Partido Peronista (hoy conocido como Partido Justicialista) el Partido Laborista, el que más votos había aportado a la fórmula de Perón con el radical Quijano. El Laborismo, hecho a la medida de la socialdemocracia homóloga de Inglaterra, se terminó por imposición de la realidad y Perón resultó el presidente que, hasta entonces, más favoreció a los trabajadores. Y a sus sindicatos. 
Ya en la resistencia tras el golpe cívico-religioso del 55, la conformación de las 62 organizaciones expresaba el conglomerado sindical, al principio minoritario, que no se había sentado con los generales golpistas a negociar su continuidad e integración al régimen. Esta historia, heroica en muchos tramos, de resistencia gremial, forjó, también, el temple de dos líderes sindicales de final trágico: Vandor y Rucci.
El primero albergó esperanzas en un acuerdo con Onganía -que les entregó la privatización del sistema de salud- y un peronismo sin Perón, que fue abortado tras unas elecciones abiertas en Mendoza. 
El segundo, pagaría su lealtad a Perón siendo víctima de un asesinato que la familia, hasta hace unos años, adjudicó a la Triple A y tras el cobro de las indemnizaciones y la asunción de candidaturas duhaldistas, pasó a considerar un crimen de Montoneros. Su hija, integrante del gremio de actores y diputada conservadora, estaba en el palco de Moyano, donde también estaban el ex cineasta Pino Solanas y lo más rancio de la derecha sindical, junto con ex presos políticos de prestigio como Julio Piumato. 
El crimen de Rucci sin dudas está inscrito en su apoyo al "acuerdo social", que Perón y Gelbard, su ministro de economía, pretendían para empresarios y sindicatos. Ese apoyo, era cuestionado desde las alas políticas de la izquierda peronista -expresadas en la juventud peronista y la juventud trabajadora peronista- y sostenida, no sin contradicciones, desde sus alas sindicales. La condición de posibilidad de la supervivencia de ese pacto era la supervivencia de Perón, es decir, de su liderazgo político. 
El retorno de la democracia sella, también, el auge sindical de Saúl Ubaldini en el 2% que sacó como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires contra el ala política del justicialismo, recostada entonces en el paradigma neoliberal y el liderazgo de Menem. 
El recuento viene a colación que, más allá incluso de las coyunturas políticas y los climas de época, el paso de lo sindical a lo político es, por lo menos, conflictivo. Aunque también puede precisarse que una fórmula sindical ganó la provincia de Buenos Aires tras el breve intento de democratizar su gobierno por parte de Illia, siempre matizando que lo hizo bajo la lealtad al líder proscripto, o que la CTA tuvo su momento de gloria cuando integró diputados de origen sindical a las listas de la Alianza para que voten los ajustes o el entusiasmo festivo y pueril de la CGT en acompañar lo peor del menemismo, no puede negarse la conflictividad que supone una y otra actividad, la sindical y la política, regidas por lógicas distintas. Y a menudo, contradictorias. Basta para resumir que la lógica que guía la vida sindical se rige por una defensa de los trabajadores de un gremio o rama, no necesariamente de todos los trabajadores (pongamos, por caso, el recurso constitucional y legítimo de apelar a una huelga en, por ejemplo, la distribución de gas. Los afectados serán mayormente otros trabajadores, que no tendrán gas o lo pagarán más caro) y que la política tiene que conciliar la mayor cantidad de intereses, buscando no contraponerlos, para derivar en relaciones de fuerzas que favorezcan mayorías cambiantes y heterogéneas. De ahí que el recurso simbólico principal de la lógica sindical sea la fuerza -la apelación o posibilidad de un paro, medida extrema, o movilización, como carta de negociación de mejoras para los trabajadores- y la que prima en la política sea la persuasión. Por supuesto, este razonamiento es a priori, esquemático y presenta variables diferentes. Como la salsa criolla, todos sabemos de qué estamos hablando, aunque los ingredientes y las cantidades, pueden variar.
Semejante cuadro de complejidad es ostensible que un hombre de razonamientos primitivos como Pablo Moyano no puede comprender. Distinto es el caso de su hermano Facundo, más sofisticado, estudioso y hasta la escenificación de la ruptura de la CGT como despedida y legado de su padre con el acto del miércoles, promesa de renovación sindical. 
Lo que en el lenguaje balbuceante de Pablo Moyano, en huelga contra el vocabulario, se podía, además, entreveer, es tanto la demonización de La Cámpora que hasta entonces era tarea de Héctor Magnetto y sus voceros, como también la asunción despechada de sus flacas columnas tras la ruptura con el PJ, la CGT y la relación con el gobierno, asumiendo una visión corporativa y añeja donde la política es infiltrada. La asunción de esa debilidad, los deseos defensivos, decoran además la adopción del fracaso del paso sindical al político, que en el caso de Moyano -Hugo, dado que ni siquiera lo dejó hablar en el acto a Pablo- le costó, además, su poder sindical como líder indiscutido de la CGT. 
A no ser que el gobierno nacional cambie su política a favor de los trabajadores y sus organizaciones, las nuevas alianzas de Moyano, que van desde el macrismo, tentado al ajuste, a Scioli, que paga el aguinaldo en cuatro cuotas por que no se anima a cobrarle impuestos a los otros aliados nuevos de Moyano, los terratenientes; es de esperar dos cosas. O bien, la línea política expresada por Facundo Moyano se impone antes de arrojarse al precipicio y se recomponen los vínculos con el peronismo; o bien se puede esperar un período de ostracismo, vistoso hasta que se efectivice la ley de medios, pero impotente como el propio Grupo Clarín y su desesperada búsqueda de horadar al gobierno, con Pablo Moyano al frente y articulando un conjunto de chicanas políticas sin mayor gracia ni imaginación y el paulatino alejamiento de sus bases. 
A todo esto, la discusión específicamente propia de los reclamos gremiales, quedó desdibujada por la torpeza política del propio Moyano. 
Al moverse a un terreno donde su hijo Pablo recuerda al Borromeo de Calabromas, los reclamos, que hacen a la cúspide de los que más ganan en relación de dependencia, quedó diluido por el salto hacia la nada de la marcha de esta semana. 
Faltaba escenificar esa soledad política de la que algunos, todavía, dudaban. 
Ya no. 


(Publicado en Crónica)

3 comentarios:

  1. Pablo es la muestra palpable de la enorme dificultad del sindicalismo en renovarse.
    Con la imperiosa necesidad que es mas macho que su padre ,acomete a lo bestia contra lo que se ponga enfrente o imagina que esta enfrente
    Un tipo patetico al que el cargo de delegado seccional le queda grande

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  2. Pablo es un dirigente sin historia politica y por eso recurre a las muletillas de niño caprichoso mezclado con buricrata facho. La historia y la experiencia forjan a los militantes, los que nos gustan y los que no.

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  3. Pablo es un dirigente sin historia politica y por eso recurre a las muletillas de niño caprichoso mezclado con buricrata facho. La historia y la experiencia forjan a los militantes, los que nos gustan y los que no.

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