Echando fuego en las llantas pasa a toda velocidad una curva y por muy poquito no pisa la vaquita de San Antonio que, curiosamente, se dirige al mismo lugar. Tardará más.
La analogía remite a la relación contradictoria entre literatura y soporte. O lo que es lo mismo, entre literatura y tecnologías.
Hay una tradición filosófica, deplorable por cierto, que nace tras su propia derrota. Suena rebuscado, pero más o menos puede simplificarse así: la teología, en tanto relato de la dominación y no ontología; o mejor dicho, en tanto conjunto de valores religiosos articulados para dotar de sentido institucional la organización de la sociedad, más allá de las, por decirle de algún modo, genuinas creencias en dios, estuvo, de entrada, contradecida, en lucha, con un relato inmanente, la filosofía.
Derrotada la teología en el plano de la hegemonía cultural, éste se desplazó, por un lado, hacia minorías de paradigmas duros y a menudo muy violentos, y por el otro, al terreno, privado y respetable en la tradición democrática liberal, de la ontología. Mi creencia en mi dios, que no necesariamente equivale a la traducción sexual que haga, por ejemplo, el santo Papa de Roma. Que, si aún no es el fan de Wanda Nara, a eso vamos. Con esto de la Mariconización del mundo.
Esa teología derrotada revivió como corriente filosófica. Conservadora. Considera al hombre como algo dado, algo hecho. No necesariamente por dioses. A veces, incluso, por resultados científicos o aún financieros.
Esa corriente, donde sin querer queriendo como el Chavo, recaen muchas corrientes que hacen del arte un paradigma epistemológico (una boludez, corazones) puede considerar que el hombre siempre tuvo vocación de contar. Y de ahí, entonces, la literatura. No sé. No creo. Pero bueno, tienen a su disposición la arqueología, las corrientes, dentro de la arqueología, predominantes. Y algunas minorías con su GPS bien apuntado a las economías centrales, en el campo de la antropología.
Pero deviene atractiva esta mirada pues soporte y creación correrían, ajustando la caja de cambios, al mismo lado. Aunque eventualmente vayan en direcciones distintas. Como el auto que dobla la curva y la vaquita de San Antonio.
Da más miedo pensar el hombre como construcción social y condicionada que evoluciona, en un sentido de complejidad -no necesariamente positivo, sino de mayor dominio de sí y de la naturaleza, sin ninguna teleología o devenir intrínsecamente dado o direccionalidad anticipada en un horizonte previamente visualizado o condenado- a la que por razones didácticas llamar "mayor". Hacia un abismo de mayor complejidad.
En ese lugar con telarañas la necesidad de narrar puede automutarse y en cierto sentido imbrincarse con los soportes, que son, también, creaturas humanas. Tanto como la narración.
Para el caso específico de la literatura, todavía no se ha logrado reemplazar las manos. Esos artefactos asombrosos. Hay aparatos que imitan las manos, sí. Pero no han provocado un cambio contundente. Por ejemplo, no escribo, dictando por teléfono arriba del tren una nota para mañana en Crónica. Ni uso el micrófono de la PC para dictarle este post. Ni, con los pies arriba del escritorio, le pego con la uña encarnada al word del libro que jamás terminaré de reescribir. Quizás por que duele. La uña encarnada.
El asunto de la angustia ante la finitud de la existencia, alelíes caprichosos, siempre retorna. Eterno. Las bibliotecas se queman, los diarios envuelven huevos y los servidores, en los Estados Unidos, que alojan jurídicamente este blog, serán un misterio. Todo indica que pueden prevalecer, si hay buena voluntad, ja. Pero con uno pago el alquiler, con otro me divierto y con el otro gano autoridad, en la comisaría de la palabra, de autor. Ubique cada cual donde corresponda. Autor y autoridad tienen reminiscencias polivalentes, policiales. Corazones.
Una vez, en un bar de esos con focos raros y música de timbales a todo trapo azotando a chachetadas los parlantes, una negra hermosa movía las tetas sobre una musculosa flúo de un color que ni me acuerdo. Y fumaba porro. Y se movía, en la barra, como loca. Al ritmo de otra música. Interna. Desacompasada pero con cierta coordinación tan antagónica y precisa que daba gusto mirarla, desde la ventana, donde un chico, habrá tenido unos 13 años, quería encajarme un ramo de flores. Conchabos de la desigualdad. Cosas que pueblan las noches y las calles. El asunto es que el pibe me pidió un cigarrillo y me dio cosa darle y me dio cosa no darle pero mientras razonaba mil respuestas mezcladas, me dice:
-Esa mujer tiene música propia.
Me pareció una gran definición.
Las 6 de la mañana. Voy a ponerme a trabajar.
Vuelta de tuerca de la teología: a Dios no hay que buscarlo con telescopio en el cielo sino verlo en la cara de la gente
ResponderBorrar(y con ese solo axioma mantenés todo el entramado lógico pergeñado en siglos)
¿El sentimiento religioso es un invariante? ¿no hay algún estructuralista o post que comente? lo busco en wiki¿?
El hombre ANTES hacia cosntrucciones sociales: la familia, el club, la ciudad, el pais... y se esforzaba en la felicidad de él y de sus construcciones
Al hombre de AHORA el sol le nace en el ombligo y se le pone en la frente y solo le interesa lo que ilumina el sol. Cuando termine de descubrirse y experimentarse va a caer en una depresión y un aburrimiento y un desánimo mortal.
pero... esto es pendular... quien sabe en el futuro si no volvemos a ser another brick in the wall
A ver Carrasco cuando se decide y nos da de una vez esa novela argenta que marcará a las próximas décadas. De su tío por opción, salute !
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