Los odio a todos.

A veces tengo ataques, violentos, de fiebre. Y sueño boludeces. Y me duele la espalda, me agarra, como una enredadera, un dolor al costado del cuello que me baja hasta la cintura. Y me quedo mirando, en la oscuridad, el techo. Acostado. Que me lo conozco de memoria. Lo recorro y adivino dónde está, más o menos, una mancha de humedad, que se expande. Y me acuerdo de cosas. Y me desacuerdo de otras. Es más fácil acordarse que cosas que desacordárselas. El melodrama, ja. Parece que afuera está lloviendo. El amor dura un mes, como canta mi amigo Juan Penas. Claro, el problema es el tiempo que va pasando e imaginarse, así, en un final; uh, bue, me puse tétrico. Pero voy a que uno debería, por ejemplo, comer. Implica levantarse. Hay que ir, además, a trabajar. Y resulta imposible. Y están los compromisos. Y vas tirando. Más o menos. Ya se pasa. Es cuestión de dejar flotar las horas. La concha de la lora.
Es tremenda la "edición definitiva" de Milcíades Peña, Historia del Pueblo Argentino. Una maravilla. Y se lee como una novela negra del drama exacto, con rigor científico y clima de época, tan recomendable, ese libro, para entender, diría, el actual momento histórico. Buenas noches, maricones.