Lorenzetti debería estar preso

El kirchnerismo tiene mayorías en el Congreso para pensar a mediano plazo el juicio político a una Corte Suprema que trabaja decididamente por las grandes corporaciones económicas y, en este momento, necesita buscarse un seguro político por derecha de ese trabajo sucio. Debería hacer política en sus ratos libres para tratar de conseguir ésto: recordar que tiene mayorías legislativas no sólo para blanquear y poner parches en la economía, sino también para disciplinar poderes corporativos. Las negociaciones a espaldas de la sociedad entre Cristina y el carancho Lorenzetti le están saliendo igual que con el simpático dictador vaticano: para la mierda. El presupuesto del Poder Tribunal dice claramente que no son los usureros de la Corte Suprema los que deben pesar esos bolsos con dinero, sino el Consejo de la Magistratura. El carancho  entendió que si se votaba popularmente, hasta cualquier partido opositor, perdiendo, iba a reclamar desde adentro del Consejo de la Magistratura, controlar ese dinero. Y entonces hizo pelota las negociaciones con el ejecutivo. El carancho se disfraza de ayatolá y busca en el Corán la verdad sagrada, pero a la hora de pesar bolsos es un Leo Fariña del montón. Y resolvió como un puntero poco hábil: en defensa de sus bolsos, total, al suprimir el voto, él no necesita votos.
El carancho acaba de dar un paso en falso que lo deja desnudo frente a la opinión pública. Pero se martirizó golpeando en el centro de la estrategia electoral del gobierno. Que, producto de su falta de consistencia ideológica, hoy no tiene un discurso claro, que no revele puramente la naturaleza de poder en juego. Cuando , por fuera o mejor dicho, más allá de ese tactiqueo glamoroso, están los intereses de la sociedad por penetrar en ese mueble oscuro que es el Poder Tribunal. No s´loo el más corrupto de los tres poderes, sino también el más opaco, más impune, difícil de acceder para razas inferiores, clasista, elitista y aristocrático. Las luchas de poder lo llevaron a esta encrucijada y el carancho, un virrey corporativo sin luces que dedica más tiempo a coimear periodistas que a su labor propiamente dicha, resolvió de la peor forma: creando un conflicto de poderes, metiéndose a legislar y a gobernar de facto. Anulando el voto. Ni la corte suprema de 1930 que declaró legal el golpe de estado contra los radicales llegó a un límite tan abyecto: ser vanguardia de un pensamiento antidemocrático, obtuso y estúpido, a la medida de un carancho que en un país normal estaría preso.