Zitarrosa y el contrapoder de la canción

Mientras en Chile Nicanor Parra creaba el anttipoeta y Fidel en Cuba el antimonroe y Henry Miller en ninguna parte el antihéroe, Cortázar la antinovela, antes Miró y la antipintura, Zitarrosa metía una cuña: no fundó la anticanción, sino la contracanción.
La diferencia, sutil y precaria, se explica con el arsenal teórico de Deleuze y Guattari, fundadores de algo destinado a la derrota sin pena pero con gloria: la antipsiquiatría. No es desde lo binario sino desde lo rizomático.
Mientras Foucault daba por muerto al hombre, mientras la tecnología creaba el anticonceptivo, Sartre el antitrabajo, la contracanción  se hizo oír, conceptualmente, poco. Cosa razonable. Las canciones se pueden aprehender con conceptos, pero los conceptos no hacen canciones ni las canciones hacen conceptos. Ambos, en todo caso, se inspiran mutuamente. Como un matrimonio viejo, que sabe hacer de las discusiones un trampolín de inspiración.
La Contra tiene un margen, marginal, de orilla, adentro del mundo donde está su objeto del desprecio: adentro, por ejemplo, de la canción está la contracanción. La Anti canción es una otredad tan radical que necesariamente es su antagónico absoluto.
El contrapoder se hace, al lado, al costado, conviniendo tensa y conflictivamente, con el Poder. El Antipoder, esa aporía forcluyente, se nutre de pertrechos para la aniquilación del Poder. Si falla, no queda nada.  Y la música merece sobrevivir.