Por Nicolás Lucca
(periodista del diario Perfil,también es el autor del mejor blog antiK, una especie de contracara del Lucas Carrasco del 2009 pero más serio: Relatos del Presente )
El fútbol es algo que escapa a nuestro control, a nuestro manejo. Más allá de un partido arreglado, un árbitro comprado, no podemos decidir a dónde van a patear, no podemos avisarle a un jugador que lo están por guadañar de atrás, ni siquiera podemos soplar una pelota para que no entre o entre. No es muy distinto a otro deporte, pero para los que nos apasiona el balompié, no es poca cosa.
El fútbol es algo que escapa a nuestro control, a nuestro manejo. Más allá de un partido arreglado, un árbitro comprado, no podemos decidir a dónde van a patear, no podemos avisarle a un jugador que lo están por guadañar de atrás, ni siquiera podemos soplar una pelota para que no entre o entre. No es muy distinto a otro deporte, pero para los que nos apasiona el balompié, no es poca cosa.
Puedo entender a los
que no les interesa el fútbol. De hecho, tengo algunos -y muy buenos- amigos a
los que lo que pasa adentro de una cancha, les importa menos que la Liga
Regional de Pato. No los atrapó, no le encontraron el sentido a envejecer en
cada partido, se gane o se pierda. Y ganaron salud. Mucha.
Uno ya se acostumbró a tolerar a los directores
técnicos de living, a los que creen que Maradona es un fracasado y, a la vez,
que Messi no hace lo que hizo el Diego. También aprendí a sobrellevar a los que
odian a un jugador sólo porque jugó en el equipo enemigo, aunque haya sido en
las inferiores. Del mismo modo, convivo alegremente con los que son tajantes en
sus juicios deportivos y afirman que Colombia es una mentira, que lo de Costa
Rica fue sólo suerte y que Argentina no le ganó a nadie. Son parte del folklore
y se aprende a tolerarlo. En mi caso porque integro otra subespecie futbolera:
el cabulero que puede pasar 120 minutos más penales con las piernas cruzadas en
la misma posición y temblando de frío porque se olvidó de prender la
calefacción antes de que arranque el partido.
Sin embargo, hay una clase de sujetos que me cuesta
comprender, y eso que hice mérito para hacerlo: el que quiere que la Selección
Nacional de Fútbol pierda de la peor manera en un Mundial.
No se permiten ser felices con algo que escapa a su control
ni medio segundo, ni medio minuto. Para ellos, celebrar un triunfo “es hacer
más fuerte al kirchnerismo”, como si ganar el Mundial conllevara una mágica
reforma constitucional y todos los argentinos se hicieran automáticamente
kirchneristas. Al igual que para los militantes monotributistas, para ellos
Romero no atajó dos penales: los atajó Cristina.
Para promover el contagio de su infelicidad, apelan a los
más ridículos e improbables pronósticos. “Ojalá que nos volvamos en primera
ronda, así se acaba el kirchnerismo” es una frase que ya está demodé, pero que
se escuchó hasta el hartazgo en la segunda quincena de junio. Incluso llegué a
leer que si Argentina gana la copa, instantáneamente destituirían a Campagnoli
y a Lijo, además de consagrar a Boudou como emperador de la galaxia y darnos
hemorroides a todos los que vivimos al sur de Bolivia y Paraguay, entre Chile,
Uruguay y Brasil.
Lógicamente no tan ilógico, entran en el mismo juego que
dicen despreciar cada vez que putean el exitismo de 678, el se juega como se
vive, y la apropiación del sentimiento hacia y por el fútbol como un símbolo de
felicidad kirchnerista. Le dan el mismo status: ojalá que perdamos así te metés
el exitismo en el culo. El oficialismo los puso en ese lugar de antipatria y
compraron. Ahora juegan con las reglas del kirchnerismo y parece que les gusta
que el otro merezca ser destruído humillantemente.
Si tan sólo no jodieran, bueno, vaya y pase. Pero como el
contagio de la amargura no prende demasiado, y nadie quiere entrar a un velorio
porque sí, ellos llevan la anhedonia al hogar de cualquiera. Basta que levantes
la mano para mostrar un mínimo de sentimiento de alegría para que te caigan a
recordarte que el país es una mierda.
A veces no entiendo cómo hicieron para debutar sexualmente.
Incluso me pregunto si cuando tienen la posibilidad de ponerla, repelen a la
eventual pareja copulativa bajo el argumento “no puedo darme el lujo de sentir
placer sabiendo que Campagnoli puede ser destituido”.
Seguro que incluso se reprimieron las lágrimas cuando el
pibe dio los primeros pasos, porque no había nada para festejar dado que la
Patria también camina, pero hacia el abismo. O quizás faltaron a los 15 de la
nena porque le recordaba que todavía había kirchnerismo hasta ese año.
Incluso tengo serios motivos para sospechar que a los hijos
les bloquearon los canales infantiles y los hacen merendar viendo las noticias.
Estás festejando y te avisan que Sabella es kirchnerista,
como si me importara la afiliación política de un tipo que no puede decidir absolutamente
nada a favor o en contra mío al no tener ni voz ni voto en una cámara
legislativa. Prefiero toda la vida a los triperos putando a Sabella por
pincharrata que escuchar una sola vez más que es kirchnerista.
A los que creen que el kirchnerismo se va a la casa por
perder un mundial o que sigue hasta el año 2167, les hago un breve racconto:
En 2010 nos volvimos en cuartos, al igual que en 2006.
Fútbol para todos ya existía y el lema era “se juega como se vive”. El
kichnerismo sobrevivió. En 2002 Duhalde no se fue porque nos volvimos en
primera ronda. En 1998 nos lo dio vuelta Holanda en cuartos, para variar, y no
creo que haya sido el factor determinante para que el 51% votara por la
Alianza. En 1994 Argentina se fue deshonrada, humillada y con su mayor ídolo de
la historia absolutamente desnudo y bajado del Olimpo a la mundanidad, pero eso
no influyó para que Menem fuera reelecto. En 1990 perdimos con Alemania en la
final y el menemismo recién nacía. En 1986 salimos campeones, pero el
radicalismo perdió las legislativas, la gobernación bonaerense, la posibilidad
de conservar el poder por un segundo período y el control de todo el país.
Si había alguien en 1982 que tenía todo el derecho del
mundo para mandar a la puta que lo parió al Mundial de fútbol, esos eran los
soldados, oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas que estaban en
Malvinas. Sin embargo, se desesperaban por recibir noticias de lo que pasaba en
España. En 1978, a
los únicos que les dolió que Argentina saliera campeón fue a los holandeses.
Hasta los tipos que estuvieron en la Esma reconocen que se emocionaban y se
pasaban la info de boca en boca. Suponer que los militares conservaron el poder
gracias a ganar el Mundial es ser lo suficiéntemente idiota como para olvidarse
de que llegaron a la Rosada a fuerza de tanquetas y fusiles.
Desde la final de 1930 hasta el Mundial de Alemania
Occidental en 1974, Argentina no embocó una, pero eso tampoco influyó en la
política, a no ser que creamos que las jodas de devorarnos un presidente cada
dos o tres años tenía que ver con un evento deportivo que ocurría cada cuatro y
en los que, a veces, ni participábamos.
Nadie se acuerda quién gobernaba Francia en 1998, pero todos sabemos
que fueron los campeones aquel año. Lo mismo pasa afuera: nadie recuerda quién
estaba en el Poder en Argentina en 1978 o 1986. Porque al igual que en las
estadísticas, sólo cuenta quién ganó dentro de la cancha y nadie piensa en el
que salió segundo. Y en un Mundial, los políticos son menos que segundos: son
los alcanzapelotas que se sacan la foto con la estrella y que nadie reconocerá
en 10 o 20 años. Pero al campeón lo recordarán todos.
Les propondría dar vuelta la taba y reformular: La vida es
demasido chota como para darnos el lujo de no ser felices al menos un cachito,
una tarde. Si hay algo de lo que el kirchnerismo ha dado sobradas muestras, es
de su poder de daño. Si Campagnoli será o no destutuído no lo deciden los pibes
que están en Belo Horizonte. Si las negociaciones en Nueva York salen bien, o
mal, tampoco se definirá en base a nuestra felicidad o a la caras de culos que
pongamos porque sí, porque no podemos ser felices.
Lo que sí podemos decidir es permitirnos celebrar algo que
es nuestro aunque no hayamos hecho nada. Tranquilamente podemos darnos el gusto
de ser felices un ratito, de tomarnos un recreo de esta clase eterna de
logaritmos a la que llamamos “vivir en Argentina”.
El lunes 14 de julio hablamos. Tal vez.
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