Carlos Saúl Menem
La des-demonización
liberal
“Yo vengo a unir esas dos Argentinas. Vengo a luchar por el reencuentro
de esas dos Patrias. Yo no aspiro a ser el presidente de una facción, de un
grupo, de un sector. Yo quiero ser el presidente de la Argentina de Rosas y
Sarmiento, de Mitre y de Facundo, de Ángel Vicente Peñaloza y Juan Bautista
Alberdi, de Pellegrini y de Yrigoyen, de Perón y de Balbín. Yo quiero ser el
presidente de un reencuentro”.
Carlos Saúl Menem, Honorable Asamblea Legislativa, 8 de julio
de 1989.
Nada es más eficaz para evitar pensar
que la demonización. O la generación del tabú, del silencio, de la deformación
mal intencionada. Pensar es des-demonizar, es poner palabras, argumentos e
ideas allí donde reina lo no dicho por múltiples variables, es mostrar el
muerto en el placard. El menemismo fue demonizado para no ser pensado.
Recientemente, se cumplieron veinticinco años del comienzo del Gobierno de
Carlos Saúl Menem (8 de julio de 1989). Un gobierno que dejó el poder de modo
pacífico y otorgándole, por primera vez en la historia, el mandato a un Presidente
del signo contrario (10 de diciembre de 1999). Hoy resulta evidente: están llegando
otros tiempos. Hay signos, señales en el horizonte que permiten gradualmente
pensar al menemismo con cierta distancia y templanza. Si bien pensar implica no
demonizar tampoco ello nos lleva a su opuesto binario: salvar de modo granítico.
Pensar implica separar, evaluar, poner en consideración. Por último,
posicionarse con claridad, sin bucles.
Las mejores medidas de Menem fueron las más liberales, incluso algunas
rozaron ciertos ribetes de libertarismo. Mencionaré las que considero más
destacadas. La ley de reforma del Estado sancionada el 17 de agosto de 1989 que
implicó achicar el Estado para reducirlo a sus funciones básicas (seguridad,
justicia, educación, salud), en especial ciertas privatizaciones necesarias y
bien hechas (telefónicas, canales de TV y radios, entre otras); no olvidemos que
hace menos de treinta años tener un teléfono particular era casi una misión
imposible con Entel (el tristemente célebre plan Megatel). La eliminación del
servicio militar obligatorio (luego de la muerte del soldado Carrasco), quienes
pertenecemos a la clase 1976 fuimos la última camada sorteada y la primera en
poder decidir, en gozar de nuestra libertad sin que el Estado nos meta
coercitivamente en una institución autoritaria y decadente. Menem pacificó el
país de manera definitiva: subordinó a las fuerzas armadas bajo su mando y erradicó
para siempre los golpes de Estado (el último intento fue al comando de los
carapintadas de Mohamed Alí Seineldín el 3 de diciembre de 1990). Tampoco fue
menor la supresión de la figura del desacato: amplió la libertad de prensa como
nunca antes. En el plano económico la convertibilidad fue una medida exitosa de
Cavallo, imperiosa y razonable: extirpó la hiperinflación. Un método artificial
pero efectivo que debió haberse levantado parcialmente a partir de 1995-1996
pero se mantuvo por razones electorales. El mercado libre del que se gozó para
comerciar fue el mayor en la historia reciente. Pocos recuerdan que durante la
administración de Menem se otorgó la personería jurídica, un claro
reconocimiento legal, a la CHA (Comunidad Homosexual Argentina) así como a las
asociaciones de defensa del consumidor. Menem también operó una revolución al
interior del dogmatismo peronista clásico al abrazarse con el Almirante Isaac
Rojas. Le quitó ese trauma. Desactivó, de ese modo, el gorilismo (que luego fue
reactivado por el kirchnerismo de modo exasperante). Menem no dividió el país,
al contrario, eliminó las antinomias del pasado. Pocos gobiernos fueron menos
paternalistas y moralistas que el menemismo: en la ciudad de Buenos Aires (cuando
estaba todavía bajo el ejecutivo) se podía comprar alcohol hasta altas horas de
la madrugada. El propio Menem recibió todo tipo de injurias, chistes, burlas,
fue carne de cañón del humor barato y refinado, de caricaturas que lo
ridiculizaban (lo dibujaban con gatos en la cabeza en referencia a su implante
capilar o con avispas en su cara en alusión a su lifting facial). Sin embargo, Menem
nunca respondió ni censuró nada públicamente.
Veamos lo malo. Fueron las medidas que apelaron a cierto populismo
embolsado producto de la herencia peronista tradicional. La innegable corrupción
(emblema de la lucha de la progresía encarnada por el FREPASO con afán
electoral: el “honestismo”); sin embargo, pasado tanto tiempo parece relativa
comparada con el robo sistemático de la década kirchnerista. Algunas privatizaciones
mal ejecutadas o que funcionaron solo como forma de negociados (Aerolíneas
Argentinas, trenes, entre otras). El aumento desmedido de la deuda pública
(externa e interna) al no poder emitir. El aumento del gasto público también fue
grotesco (se estima un 90% entre 1991 y 2001) del mismo modo que la suba en la presión
impositiva (el IVA pasó del 18 a 21%). La generación de ciertos monopolios y
oligopolios producto de algunas privatizaciones sin apertura total de los
mercados (una forma de corporativismo). La ausencia de justicia independiente,
la llamada en aquella época “Corte adicta”. Finalmente, no está mal recordar
quizá la buena intención pero la mala implementación del sistema de retiro
privado de las AFJP (elección acotada y forzada).
El estilo del menemismo fue nítido y claro, Menem nunca ocultó nada, no
hablaba por izquierda y ejecutaba por derecha. David Viñas lo pensó bajo el
giro despectivo y reductivo de
“menemato” (no comparto, jamás pensaría algo así como el “kirchnerato”),
prefiero el concepto de Tomás Abraham: “lo menemoide” como esquirlas,
fragmentos, discontinuidades. El hedonismo del riojano (la pizza con champán como
alegoría que enarboló el bestseller de Silvina Walger), tanto como el cosmopolitismo
(contacto cotidiano comercial o personal con el mundo) fueron dos rasgos
capitales de la estética menemoide; incluso las llamadas despreciativamente
“relaciones carnales” con Estados Unidos fueron racionales, propias de la
coyuntura: una mirada pragmática (había caído el Muro de Berlín en 1989). De
esa relación carnal los ciudadanos argentinos gozamos del privilegio de no
precisar VISA para ingresar al país del norte. Quizá el más grande cliché
empleado como crítica fue la denominada “frivolidad” del menemismo. Epíteto
moralista, catolicón, hipócrita y culpógeno, en rigor fue una bocanada de aire
fresco y alegría luego del horror de la dictadura asesina y de la
hiperinflación alfonsinista. Menem siempre fue franco: lo suyo eran los vinos, las
vedettes, los trajes de alpaca brillantes y la Ferrari. No bajaba línea, no
imponía su moralidad a los demás. No había en él obsesión en ese sentido. ¿Es
necesariamente esa afirmación del placer menemoide, así sea grasa o bizarro,
objeto de crítica en sí mismo? ¿Por qué habría de serlo? Nunca leí nada lúcido
en ese aspecto, salvo muestras de resentimiento y veneno. Creo que en el fondo esas
críticas se subsumen en un elogio de la victimización a la que somos tan
afectos los argentinos. Menem otorgó otra imagen, insoportable para algunos
(sobre todo para muchos intelectuales, esa raza llena de miserias), su opuesto
radical: alguien protagonista, que no lucró con su estadía en prisión durante
de la dictadura ni con la muerte de su hijo, un hombre pasional, deseante, vitalista,
alguien que veía al poder como una sustancia orgásmica.
El presente nos retrotrae a pensar a Menem y el menemismo. Los tres
principales candidatos con chances reales, sólidas y concretas a ser Presidente
en 2015 (Massa, Scioli y Macri) son portadores de cripto-menemismos. Son, en
cierto modo, hijos de Menem, sea por su adscripción al menemismo en los
noventa, por ingresar a la política de su mano o por comenzar su militancia en
satélites como la UCEDÉ. Los debates en la segunda parte de la década del diez
y en la década del veinte serán otros en el plano político, económico o social.
Considero, siguiendo el linaje libertario que apoyo, que hay incluso medidas
que contribuyeron mucho en esa dirección en el kirchnerismo (el matrimonio
homosexual, la ley de identidad de género, la restauración de una Corte
independiente, son tres). Hay debates que quisiera que surjan para ampliar los
horizontes de la libertad individual: la legalización de las drogas (en primera
instancia de la marihuana), de la prostitución y el aborto. En cualquiera de
los casos, a partir del próximo año es necesario iniciar un revisionismo del
menemismo en particular y del liberalismo en general. En ese sentido, hay dos
libros editados los últimos años que estudié con mucho interés: Los años de Menem de Alfredo Pucciarelli
(ed.) y Transformación y crisis del
liberalismo de Jorge A. Nállim. Allí y en muchos otros textos hay ideas
para emprender esta tarea. Sería sano que sucediera.
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