Por Andrés Kilstein
@nofumarx
Sociólogo. Panelista en televisión. Columnista en Tardes bárbaras, Radio Ciudad. Colaborador de Suplemento Sábado de La Nación.
¿Por qué el antisionismo es un antisemitismo?
Taguieff, P.A. (2002), Schvindlerman J. (2010),
Wistrich R.(2010), entre otros autores, empiezan a observar una transformación
del antijudaismo luego de Holocausto. El sentimiento antisemita no se había
extinguido con el 35-40% de la población judía del planeta aniquilada, sino que
estaba mutando hacia otra forma, que sería claramente reconocible en la década
de 1960 y a partir de entonces. La pérdida de legitimidad y el descrédito del antisemitismo
racial ante la evidencia contundente del Holocausto motivaron un corrimiento
hacia lo que podemos llamar nuevo antisemitismo, antisemitismo político o antisionismo.
Aunque hay un consenso bastante generalizado en que
la mera oposición a políticas particulares de Israel no necesariamente
constituye indicador de antisemitismo, autores como Yehuda Bauer señalan que
“el rechazo de principio de la independencia judía y a los derechos nacionales
del pueblo judío, o la oposición al sionismo como movimiento nacional sí constituyen
una forma de antisemitismo” (Bauer, 1994). En resumen, hay antisemitismo cuando
se da un tratamiento más severo al pueblo judío y a su Estado, un tratamiento
que no se da otras naciones o Estados del mundo. El famoso doble rasero. Si nadie
se avergüenza de vivir en la Argentina que, al igual que Brasil, Chile, Canadá,
Francia, Estados Unidos, Irak, Australia, Turquía etc se han constituido
priorizando una identidad nacional por encima de otras existentes, priorizando un
grupo nacional dominante por encima de otros existentes, priorizando un idioma
por sobre otros existentes, ¿deberíamos hostigar a un israelí por vivir en un estado
con las mismas aspiraciones que todos los estados del planeta? Aun así, si uno
compara el grado de bilingüismo hebreo-árabe en Israel con el poliglotismo de
la Argentina, no cabe duda de cuál de los dos países se parece más a un Estado
plurinacional, aunque ninguno de los dos lo sea completamente.
Como bien señala Schvindlerman la crítica antisemita
al Estado de Israel es “aquella que somete al único estado judío del globo a
estándares utópicos de moralidad, que lo expone al escrutinio internacional de
manera selectiva, y que invita a la condena pública con una saña que delata su
intencionalidad” (Schvindlerman, 2010). Recordemos: no hubo una sola
manifestación militante, una sola acusación pública de asesinato, una sola
pancarta denunciando genocidio cuando a pocos kilómetros de Israel, en Siria,
la guerra civil dejaba un saldo de 150 mil muertos en tres años. Para darse una
dimensión de esta cifra, las diferentes guerras que enfrentaron a israelíes y árabes/palestinos
(la del ’48, ’56, ’67, ’73, ’82, 1era Intifada, 2da Intifada, 2006, 2008, 2012,
2014) tuvieron un saldo, sumados árabes, palestinos e israelíes no superior a
50 mil muertos. Es decir, en 3 años de guerra civil siria hubo TRES veces más
muertos que en 70 (SETENTA) años de conflicto árabe-israelí. Con todo, no hubo
una sola marcha de la izquierda o los grupos nac & pop a la embajada de Siria. Y no sólo eso, más aún:
existieron agrupaciones argentinas de izquierda que se alinearon con Al-Assad,
uno de los perpetradores de dichas muertes.
Lo que quiero señalar es que la moral de la
izquierda es selectiva. Y en el caso de Medio Oriente, es extremadamente
selectiva. Nadie demanda a la militancia que en busca de coherencia se movilice
por todos y cada uno de los conflictos que hay en el mundo árabe y musulmán, sería
demasiado, es razonable pensar que algunos pasarían desapercibidos. Pero cuando
SOLAMENTE se movilizan por un conflicto en el que presentan a los judíos como
agresores, cuando ésta es la ÚNICA disputa que capta su atención, uno debería
sospechar de los motivos. Si al mismo tiempo los que gritan enardecidos contra
el sionismo les chupa un huevo el sometimiento y la matanza de los turcos sobre
los kurdos, los iraquíes sobre los kurdos, los maronitas sobre los drusos, los
maronitas sobre los palestinos, los iraníes sobre los países del Golfo, los
sirios sobre los libaneses a los que invadieron, los musulmanes sobre los
coptos en Egipto, el nuevo califato del ISIS sobre los cristianos (esa genial
novedad que nos trae el medioevo) que crucifica personas y le corta el clítoris
a las mujeres, los jordanos sobre los palestinos, los egipcios sobre los
palestinos, ¿no es sospechoso que el único conflicto bélico por el que la
izquierda se moviliza y grita sea el que incluye a judíos presentados como
agresores?
Tan selectiva es la moral antiimperialista que pasa
por alto que todos los estados vecinos de Israel, TODOS ELLOS, tienen conflictos
con los palestinos y con la emergencia de su identidad y lucha nacional, ¿o
existe algún estado sobre la Tierra que acepte de buena gana tener grupos
insurgentes armados operando en su territorio? Eso no existe; los Estados árabes
no respondieron tan rápidamente a la solidaridad con otros árabes como a sus razones
de Estado. En primer lugar protegieron la integridad de su territorio y sus
conveniencias geo-políticas. Siria supo que los palestinos le darían problemas
con Israel y no dudó en expulsarlos al Líbano, incluso encarceló un tiempo a
George Habash, uno de los líderes de la resistencia palestina; el Líbano
rechazó la presencia de la OLP y combatió a sus bases militantes en cada uno de
los campamentos, ni que hablar de Egipto, en donde estuvo preso Yasir Arafat el
líder de la OLP, aunque, a decir verdad, Arafat también estuvo preso en el
Líbano y en Siria. ¿Y que hay de la mayor matanza de palestinos en la historia?
A juzgar por el relato que cuentan “los antisionistas” uno sospecharía que la
cometió Israel. Pero no…la respuesta es otra; la cometió Jordania, un
septiembre de 1970 que dejó alrededor de 20 mil palestinos muertos en menos de
un mes. Sucede que el problema palestino tenía una dimensión mayor para el rey
Hussein, dado que, de acuerdo a los imprecisos límites de la nacionalidad
palestina, resultantes de la repartija de tierras por las potencias, la mayor
parte de la población de Jordania era palestina. Había motivos para pensar que
los palestinos refugiados demandarían ciudadanía como la mayoría de los
jordanos que eran palestinos y que este fenómeno podría desestabilizar el orden
monárquico de Hussein.
Esto no significa que una muerte minimiza a la otra.
Todas las muertes son horribles y nadie quiere muertes. Pero someter al estado
de mayoría judía a un estándar ético más riguroso que el que se aplica a otros estados
de la región es una forma de discriminación, en este caso una discriminación
lanzada de forma agresiva e intencional contra el único estado judío en medio
de 22 estados árabes y otros tantos musulmanes. Pensar que el pueblo judío
debería tener una moral superior al resto de la humanidad por haber sufrido un
genocidio es una verdadera crueldad: una sobreexigencia sumada al hecho de
haber sufrido en el pasado.
Schvindlerman J. (2010) y Rosenfeld A. (2007) son de la opinión de que
el estilo y contenido de la retórica antisionista produce un desplazamiento de
prejuicios colocados antaño sobre el colectivo judío hacia la figura de Israel.
Estos autores señalan un paralelismo de metas en las operaciones del
antisemitismo clásico y el antisemitismo contemporáneo: mientras que el primero
se proponía aislar a los judíos de la sociedad, el segundo procura aislar al
estado judío de la comunidad internacional, elevándolo a la categoría de
estado-paria. Schvindlerman percibe también el mito del judaísmo conspirador de
antaño resucitado para ser lanzado ahora contra el sionismo: “Las teorías
conspirativas encapsuladas en los Protocolos
de los Sabios de Sión resurgen en la figura del control judío de la
política exterior estadounidense” (Schvindlerman, 2010).
La guerra en Gaza importa a la opinión pública, no
porque importen sus víctimas (pocos de los indignados se anoticiaron de 1800
palestinos muertos en Siria), sino porque es el pretexto que permite la
emergencia de fantasías antisemitas sostenidas a un nivel casi inconciente. El
conflicto de Medio Oriente se destaca, captura rápidamente la atención, no
porque sea más sangriento que otros conflictos de la región que pasan
desapercibidos sino porque moviliza la libido antisemita. El Estado de Israel
parece encajar bien en la teoría de la conspiración judía mundial, aquella que
sostiene que los judíos conforman un poder oculto (la sinarquía internacional),
que opera en las sombras con el propósito de dominar el mundo, condicionando a
los gobiernos occidentales a través de su penetración en la industria, en las
finanzas, en la educación pero, sobre todo, en los medios de comunicación (de
allí, parafraseando a un antisemita, los Guebel que contratan a los Schijman,
los Kilstein, los Gutman).
Lo interesante es ver cómo en las fantasías del
antisemitismo político (una reconversión post-Holocausto que, como dijimos, se lleva
bien con el discurso nacionalista y antiimperialista) persisten algunas figuras
del antisemitismo clásico sutilmente modificadas, como las siguientes:
1) “los judíos que beben sangre de niños
cristianos”, típica figura medieval, se ha convertido en “los judíos que
derraman sangre de niños palestinos”;
2) “los judíos que hacen sacrificios humanos”, otra
figura medieval, se ha vuelto “los judíos que sacrifican vidas humanas para
combatir a Hamas”
3) “el poder del oro judío” se ha convertido en “el
poder de la finanzas judías/ Wall Street etc”;
4) “la doble lealtad judía” sigue siendo “la doble
lealtad judía”.
5) “el judío como agente de una potencia extranjera”
pasó de ser agente soviético (en los 20s/30s) a ser agente norteamericano
(fantasía que todavía persiste), para finalmente ser agente sionista.
Referencias
BAUER, Yehuda (1994) “In search of a definition of antisemitism”,
en: Approaches to antisemitism. Context
and curriculum, American Jewish Comittee, New York, p.26
ROSENFELD, Alvin (2007) ‘Progressive’
Jewish Thought and the New Anti-Semitism, AJC, New York.
SCHVINDLERMAN, Julián (2010). “Introducción al nuevo antisemitismo”.
En: SCHVINDLER J. y WISTRICH R., El nuevo
antisemitismo, B’Nai B’Rith Argentina, Buenos Aires, p.12, 16.
TAGUIEFF, Pierre-André (2002) La nueva judeofobia, Gedisa, Barcelona.
WRISTICH, Robert (2010) “Antisemitismo histórico y nuevo”, en:
SCHVINDLER J. y WISTRICH R., El nuevo
antisemitismo, B’Nai B’Rith Argentina, Buenos Aires, p. 40
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