Publicado el 03/12/2008 en el diario El Norteño
Jugando con el guión
Por Lucas Carrasco
Se acercaba fin de mes y yo no había pagado los impuestos. Pero, tenía, además, un cheque por cobrar. Pero en una ciudad a 200 kilómetros de mi ciudad, porque era un cheque oficial y la firma –no lo firmó el Intendente, sino unos secretarios- no estaba registrada en las sucursales ni de Paraná ni de Santa Fe. Un viejo trabajo sobre comunicación que ya me había olvidado pero, a fin de mes y debiendo los impuestos, venía de maravillas. Lástima que el banco cerraba a la una y perdí el colectivo, porque despertarme a las siete de la mañana para mí sigue siendo una escena muy compleja. Así que lo llamé a mi hermano y me llevó, casi volando. Llegábamos justo, yendo a un promedio de 150 kilómetros por hora. En unas rutas de mierda. Mirando la soja pasar. Pero un tramo de la ruta estaba sin asfalto, lo estaban arreglando y funcionaba un solo carril. Así que después de esos 300 metros interminables –qué larga que estoy haciendo la introducción, pero bue… - aceleró más y cuando apenas faltaban 15 kilómetros para llegar a la ciudad el auto no quiso cambiar de gas a nafta y se paró. Bien. No llego, pensé, pero no hay problemas: le pido plata a mi hermano.
No, no tengo: te iba a pedir a vos hasta que yo cobre el lunes. Para mi hermano, un fin de semana es un compromiso religioso con la noche, y eso, maldito capitalismo, requiere dinero. Así que mientras él intentaba arreglar el auto yo hacía dedo.
Me levantó un hombre, acompañado de un viejo muy viejo que después supe era el padre, y en el asiento de atrás una chica de mi edad. Íbamos conversando de camino, sobre las cosechas, lo lindo que estaba el día, que qué lástima que el gobierno les quitó rentabilidad a los productores, las barbaridades que hace Cristina con la plata que le roban al campo, porque este país vive del campo….
-Cristina no roba la plata, le digo yo y me miraron como si fuera un extraño muy pero muy vil. No, me explico, es el marido, él la obliga: ella pobrecita ni sabe lo que hace.
Todos exhalaron el aire contenido, aliviados, inclinaron la cabeza con pesar, y me dieron la razón. Pero al rato ya no: para mí, que ella también es culpable, dijo el conductor, y dale que va. Discutimos un rato si el culpable (no hacía falta aclarar demasiado de qué era culpable) era Kirchner o los dos. Amablemente coincidimos todos: son los dos.
Pero, ojo, fue mi aporte, todos los políticos son iguales, y nueva ronda de simpatías.
Me dejaron en la puerta del banco. Los saludé con gracia, casi con cariño. Buena gente, un poco pavotes, pero buena gente. Cuando me preguntaron a qué me dedicaba, les contesté lo apropiado: soy productor.
El banco estaba cerrado, pero le lloré al contador (lo hice llamar con el cana de la puerta) y me pagaron el cheque.
5 minutos después llegó mi hermano, que había ya arreglado el auto.
Dos noches después estaba en una cena. Con una familia curiosa: él, un estúpido importante, arquitecto o algo así, ella una tarada con Personal Trainer, una hija adolescente que juega al Tennis y (me imaginé) en sus ratos libres se acuesta con media CGT, y un nene que habrá nacido en otro país porque no conocía nuestro idioma, solamente se rascaba los mocos y decía mamáaaaa eto no me guta mamá!,
Ahí estaba, comíamos algo que nos servía una empleada doméstica muy servil, y el hombre, que no quería hablar conmigo lo que debíamos hablar mientras estuviera presente su familia, le dice a la mujer: él es periodista.
La mujer se entusiasma, tres minutos, y cuando supo que yo no era el que usa gomina en el noticiero de Telefé, perdió todo entusiasmo pero, ojo, la cosa empeoró, porque como que la mujer se sintió obligada a decir cosas inteligentes. Como hacer chistes sobre el INDEC.
Y la mujer, muy informada, sabía cuánto costaba la vestimenta de la presidenta. Esas cosas, a la gente como uno, las indigna. Y yo no me quedé atrás. Además cuestioné la frivolidad de la hija de los Kirchner, hice más chistes sobre el INDEC, puse cara de preocupado por la falta de respeto a las jerarquías sociales que traen estos negros agrandados, y así. Pero, guay, esto siempre fue así: con Perón era peor. Aunque estos, mirá, ni siquiera son peronistas, son todos zurdos, y montoneros.
El hombre me miraba extrañado y avergonzado. La mujer estaba chocha. La hija mandaba msj de texto, como si yo no existiera.
Terminamos de cenar. El hombre postergó lo que teníamos que charlar para el otro día, en su oficina, así podemos hablar más tranquilos.
Nunca me llamó.
Lo comprendo, es difícil ser diputado justicialista y que le tomen el pelo a tu esposa, y en tu propia casa.
Está muy bueno actuar de republicano, lo malo es equivocarse de escenario.
No, no tengo: te iba a pedir a vos hasta que yo cobre el lunes. Para mi hermano, un fin de semana es un compromiso religioso con la noche, y eso, maldito capitalismo, requiere dinero. Así que mientras él intentaba arreglar el auto yo hacía dedo.
Me levantó un hombre, acompañado de un viejo muy viejo que después supe era el padre, y en el asiento de atrás una chica de mi edad. Íbamos conversando de camino, sobre las cosechas, lo lindo que estaba el día, que qué lástima que el gobierno les quitó rentabilidad a los productores, las barbaridades que hace Cristina con la plata que le roban al campo, porque este país vive del campo….
-Cristina no roba la plata, le digo yo y me miraron como si fuera un extraño muy pero muy vil. No, me explico, es el marido, él la obliga: ella pobrecita ni sabe lo que hace.
Todos exhalaron el aire contenido, aliviados, inclinaron la cabeza con pesar, y me dieron la razón. Pero al rato ya no: para mí, que ella también es culpable, dijo el conductor, y dale que va. Discutimos un rato si el culpable (no hacía falta aclarar demasiado de qué era culpable) era Kirchner o los dos. Amablemente coincidimos todos: son los dos.
Pero, ojo, fue mi aporte, todos los políticos son iguales, y nueva ronda de simpatías.
Me dejaron en la puerta del banco. Los saludé con gracia, casi con cariño. Buena gente, un poco pavotes, pero buena gente. Cuando me preguntaron a qué me dedicaba, les contesté lo apropiado: soy productor.
El banco estaba cerrado, pero le lloré al contador (lo hice llamar con el cana de la puerta) y me pagaron el cheque.
5 minutos después llegó mi hermano, que había ya arreglado el auto.
Dos noches después estaba en una cena. Con una familia curiosa: él, un estúpido importante, arquitecto o algo así, ella una tarada con Personal Trainer, una hija adolescente que juega al Tennis y (me imaginé) en sus ratos libres se acuesta con media CGT, y un nene que habrá nacido en otro país porque no conocía nuestro idioma, solamente se rascaba los mocos y decía mamáaaaa eto no me guta mamá!,
Ahí estaba, comíamos algo que nos servía una empleada doméstica muy servil, y el hombre, que no quería hablar conmigo lo que debíamos hablar mientras estuviera presente su familia, le dice a la mujer: él es periodista.
La mujer se entusiasma, tres minutos, y cuando supo que yo no era el que usa gomina en el noticiero de Telefé, perdió todo entusiasmo pero, ojo, la cosa empeoró, porque como que la mujer se sintió obligada a decir cosas inteligentes. Como hacer chistes sobre el INDEC.
Y la mujer, muy informada, sabía cuánto costaba la vestimenta de la presidenta. Esas cosas, a la gente como uno, las indigna. Y yo no me quedé atrás. Además cuestioné la frivolidad de la hija de los Kirchner, hice más chistes sobre el INDEC, puse cara de preocupado por la falta de respeto a las jerarquías sociales que traen estos negros agrandados, y así. Pero, guay, esto siempre fue así: con Perón era peor. Aunque estos, mirá, ni siquiera son peronistas, son todos zurdos, y montoneros.
El hombre me miraba extrañado y avergonzado. La mujer estaba chocha. La hija mandaba msj de texto, como si yo no existiera.
Terminamos de cenar. El hombre postergó lo que teníamos que charlar para el otro día, en su oficina, así podemos hablar más tranquilos.
Nunca me llamó.
Lo comprendo, es difícil ser diputado justicialista y que le tomen el pelo a tu esposa, y en tu propia casa.
Está muy bueno actuar de republicano, lo malo es equivocarse de escenario.
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