Las cosas que pienso mientras cocino, pico verduras, miro distintas ollas. Bah, dos. No tengo más. Ni preciso. A veces, cuando muelo de la nuez moscada con el cuchillo y cierta habilidad de soltero, me acuerdo que en casa, mi abuela tenía o tiene, ya ni sé, un rayador exclusivo para la nuez moscada dentro de un frasco donde está la nuez moscada; es un rayador pequeño y el frasco se distingue por una inscripción, a mano, de mi vieja, pegada con cinta transparente arriba. Como nos hacían a los lápices, para identificarles el dueño.
¿Se seguirá haciendo eso?
Era como un complemento de las rodilleras.
Las cosas que pienso mientras cocino no tienen destino. Ni evolución. Son para calmarme. De algo que nunca sucede. La soledad, por ejemplo. Que es una condición de la existencia. Después de todo, somos solamente uno. Y esto no contradice el principio, necesario y urgente, de que somos con los otros. Que el hombre, creo que así era la formulación apropiada, es un ser social.
No sé dónde andarán las fotocopias y apuntes de la facultad.
¿Se debilita el ciclo, la década para ser aproximados, del nacionalismo popular en sudamérica?
La cosa no es fácil de pensar, al contrario.
Y los esquemas metodológicos no son del todo estables, por su carga de ruptura y las discusiones en torno a cuánto de continuidad existe. Siempre hay algo de continuidad. Y siempre hay algo de ruptura.
Y la diáfana sombre del neoliberalismo tampoco se cansa: Europa parece aguantar, parece, reiteramos, sin precipitarse a su historia de masacres, por ahora, sublimando, por acción las más de las veces, por omisión con certificado de pobreza socialdemócrata en otras, subiéndose al eje atlántico que masacra Medio Oriente y África.
¿Hasta cuándo?
No lo sé.
Hay indicios para decir cualquier cosa, la verdad. Pero también lineamientos sólidos de continuidad. Quién sabe. El futuro es algo que, de todos modos, no está en ninguna parte.