Soy candidato

Como en los viejos tiempos, el petiso, panzón, se pasea de un lado a otro. El hermano, más chico, sugiere, con un listado en la mano, llamar a tal y explicarle, no alcanzan los lugares. Pablo, sentado, fumando un pucho, sugiere otro nombre. La noche tiembla y estalla en lluvia. Y yo no puedo escribir como el coro improvisado de una barra de un bar en la ruta mientras amanece, no lo logro, y lo sigo intentando.
El petiso, panzón, no deja de pasear, prepara más tragos; son las dos de la mañana.
Pablo dice, bueno, yo pongo tanto. Y que tomen un cole en la terminal. Hace capacitación laboral para el gobierno nacional, tiene por todo sueldo 800 pesos. Las cosas de la vida. Este es el clientelismo político. Algún lejano recuerdo. Chistes, sonrisas.
Porque esa banda, la que está en un departamento de un lindo barrio santafesino, es de Paraná; y tuvieron muchas madrugadas de listados, discusiones, falta de plata, de lugares, llamados cruzados, pequeñas encerronas; juegos. Debates.
Fue hace un tiempo.
Cuando un grupo de lectores, entretenidos con la lectura y con la polémica, se subieron al carruaje del entusiasmo kirchnerista, tuvieron nombre: el Grupo López Jordán; y hubo bares y debates y derrotas y sueños.
Hubo amistades, enemistades, madrugadas, cuántas, sobretodo, madrugadas. Ambiciones, celos, miserias, locuras, como en todos lados. Y amistades, problemas personales, familiares, duelos, hermandades, borracheras, literatura, escupitajos en la cara de los canas; profecías erradas, abrazos, nuevos noviazgos, rupturas, divorcios, pequeños mundos que a nadie importan; con la salvedad de quienes abarrotan un pequeño departamento que tiene la luz encendida en la ventana, cruzando el río, al lado del dormitorio donde duerme la pequeña, una bola de humo de cigarrillos negros, de habanos, de cigarrillos rubios de los más baratos, ahí dónde, todos decían, el petiso, panzón, se había calmado, se había casado, se había replegado. Puro verso, ningún carlitos se volvió, abrió un blog y tiró dardos, acá y allá; arrinconado tiró más ganchos y zurdas que cuando antes, sonrió desde los márgenes, del costado, donde le gusta, mirar, como en un balcón, que la caravana pase. Aunque es cierto que bien le va, que no se haga el boludo. Quizás lo único bueno que conserva es la rabia, la loca pasión de romper todo, de vez en cuando y a la mierda. Pero.

Más escándalo, a que sea oficialista, es casi imposible.
El Petiso, panzón ahora, camina alrededor de la mesa, las novias de los compañeros sonríen, lo ven en su salsa, lo ven volviendo, planeando, redoblando apuestas. Las mismas muecas, el mismo tic nervioso, la misma forma de poner los labios. Los amigos lo frenan, lo enmarcan, lo vuelven a la realidad. Delira con frecuencia. Sueña con locuras, no cambia. Busca amigos que lo frenen.
Pero, yo siempre lo supe: nos volveremos a ver....
Porque, el petiso, medio panzón, soy yo.
Y mañana vuelvo a las andadas. Tamos con Rossi, tamos con Betannin; y ojo, que lo aclaro: voy a hacer todo lo posible por ganar; pero no creo que ganemos. Pero de toda mi existencia política esta será la derrota más dulce, pienso pelear cada voto, cada vecino, cada bar, cada familiar, ya pisé el acelerador y no me importa más nada. No me cuenten de encuestas, no me elaboren grandes estrategias. Sigo escribiendo en los ciber de las terminales, sigo soñando, soy esta multitud de defectos, y ya me chupa un huevo. La voy a pelear, y cuando decido eso, nadie me para.
Mañana, con mi pequeña, me levanto a las 6 de la mañana, sí, voy a paraná. Ahí estará la compañera que fue socialista, el compañero del centro de estudiantes, el docente, el comunista, el actor, la politóloga, el bardero, el capacitador, la empleada doméstica, el loco que se vino del campo a estudiar y no pudo, el obrero de la construcción, los del centro cultural, el periodista que no es basura y aguanta, el que sueña con escribir la gran novela, la que cree y de verdad cree que cristo nos trajo otro mensaje, el que el papá le inculcó este y sí este no el otro peronismo.
¿Saldrá bien?
Quien sabe.
Ya tenemos la yerba y el mate.
El corazón duro pero abierto.
El vino, barato pero tinto, para la vuelta.
La loca, pero imprescindible, noción de que somos, minoría, sólo que acostumbrados, enojados, soñadores, con badage en la pelea.
La mayoría de mis amigos entrerrianos no dirán una palabra.
Y pelearán con los parientes, vecinos, profesores, patrones.
A veces me dan ganas solitarias de festejar algunas cosas. Pero ayer, cuando la madrugada cerraba el telón, y los despedía en la puerta, me lo festejaron.
Hemos vuelto.
Hay algo, todavía, allá lejos, en el horizonte, que hay correr para alcanzarlo.
Soy candidato, perdón, soy el primer candidato, para alcanzar ese algo. O bien, quiero correr más rápido que mis amigos, quiero dar el ejemplo que nunca pude, y que lleguemos todos. Y si no, seré el último.
El último que apague la luz.
Ese es mi sueño de marinero. De barcos y de pueblos y de puertos. De horizontes. Si me toca ser el último que apague la luz, no hay dramas.