En Honduras, se agrava la situación. Está en juego el rol de la Organización de Estados Americanos para desactivar las tentaciones golpistas.
Esta OEA, donde por primera vez sus autoridades no fueran impuestas por los Estados Unidos, tiene el deber de desactivar el golpe de estado en la centroamérica que ha sido, y es, el núcleo fuerte de apoyo a los Estados Unidos en su política para el patio trasero.
Así como Lugo viajó desde Paraguay, Correa desde Ecuador y Kirhcner desde Argentina, entre otros, a donde tiene la oficina el Presidente de Estados Unidos, Irak y Afganistán, en la capital de ese país, Barak Obama ninguneó completamente la importancia de la reunión al no asistir a este evento.
Su prestigio, todavía en alza a pesar de la continuidad del terrorismo de estado desplegado en otras soberanías, podría haber modificado la situación completamente poniendo el cuerpo, y ninguna ingenuidad puede pasar por alto este dato.
Los golpistas confían en la naturalización de la dictadura y en una final aceptación de facto por parte de los Estados Unidos.
Estados Unidos, por su parte, da señales demasiado indiferentes, le pasa la pelota a estados más débiles (sí que más democráticos, ya que no tienen campos de concentración, invasiones y leyes racistas y xenófobas como los Estados Unidos) y se desentiende del problema, como esperando cuál relación de fuerza se impone definitivamente. O dándole aire a la desestabilización como variante táctica de las derechas nativas, siempre tan brutales, siempre inclinadas, diría Walsh, temperalmente al asesinato.
Por supuesto que este mensaje es de modo comprendido en el resto de los países centrozmericanos, dónde Honduras fue la cabeza de playa para desembarcos sangrientos de las fuerzas militares y criminales yanques, como durante el rpoceso sandinista en Nicaragua.
Esta OEA, donde por primera vez sus autoridades no fueran impuestas por los Estados Unidos, tiene el deber de desactivar el golpe de estado en la centroamérica que ha sido, y es, el núcleo fuerte de apoyo a los Estados Unidos en su política para el patio trasero.
Así como Lugo viajó desde Paraguay, Correa desde Ecuador y Kirhcner desde Argentina, entre otros, a donde tiene la oficina el Presidente de Estados Unidos, Irak y Afganistán, en la capital de ese país, Barak Obama ninguneó completamente la importancia de la reunión al no asistir a este evento.
Su prestigio, todavía en alza a pesar de la continuidad del terrorismo de estado desplegado en otras soberanías, podría haber modificado la situación completamente poniendo el cuerpo, y ninguna ingenuidad puede pasar por alto este dato.
Los golpistas confían en la naturalización de la dictadura y en una final aceptación de facto por parte de los Estados Unidos.
Estados Unidos, por su parte, da señales demasiado indiferentes, le pasa la pelota a estados más débiles (sí que más democráticos, ya que no tienen campos de concentración, invasiones y leyes racistas y xenófobas como los Estados Unidos) y se desentiende del problema, como esperando cuál relación de fuerza se impone definitivamente. O dándole aire a la desestabilización como variante táctica de las derechas nativas, siempre tan brutales, siempre inclinadas, diría Walsh, temperalmente al asesinato.
Por supuesto que este mensaje es de modo comprendido en el resto de los países centrozmericanos, dónde Honduras fue la cabeza de playa para desembarcos sangrientos de las fuerzas militares y criminales yanques, como durante el rpoceso sandinista en Nicaragua.
No sólo, por todo esto, está en juego ni más ni menos que la democracia hondureña, sino también la democracia en centroamérica, el abanico tácticos de las derechas latinoamericanas, el rol de la OEA y la relación que se entable desde los gobiernos más dinámicos, principalmente de sudamérica, con el gobierno de EEUU, Irak y Afganistán.
El problema con Obama y EE.UU. es que no se puede "ser parte y juez".
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