viernes, julio 17, 2009

Miedo


Si, cuando empezábamos a conocer las respuestas, nos cambian las preguntas, hay una natural tendencia a sentir miedo. Se teme a lo desconocido, principalmente. Puede que, por diversos factores (que no hacen solamente al “hecho”, sino también a mecanismos psíquicos de “recepción del hecho”), ante lo conocido y peligroso, se sienta terror, un terror paralizante. No la ansiedad que activa las señales de peligro, la adrenalina que busca rápidamente los archivos creativos de la imaginación y la audacia para salir del entuerto. Se teme, por eso, a lo desconocido.
Cuando yo era chico tenían que prenderme una luz. Había un armario grandote, del tiempo de los primates, que parecía, lo juro, un fantasma. Prendían la luz y se me iba el miedo.
En cambio, una muñeca –yo tenía una muñeca, cuando comencé a ir al jardín, tendría unos cuatro años: jugaba con la muñeca junto a mi amiga india, que, creo, estaba con el padre en algún consulado de Rosario: no hablaba una palabra en castellano y yo, que era tímido, cuando me soltaba hablaba por los codos, pero éramos buenos amigos, de cualquier modo. Quién sabe que habrá sido de la indiecita- me daba miedo por las mañanas. La muñeca era fea, más alta que yo (lo que no quiere decir mucho) y tenía esa pinta trágica de los payasos, si la hubiesen visto, lo comprenderían. Sin embargo, la muñeca me gustaba. Pasa que me daba miedo que, si yo no la vigilaba, cobrase vida, y asesinase a toda mi familia. Tenía una frondosa imaginación: yo, no la muñeca, como verás.
El fantasmal armario y la muñeca asesina no tienen nada que ver, pero grafican, mientras lo pienso, esto: se teme a lo desconocido, y en cambio, el peligro conocido (o imaginado, de ahí los “mecanismos de recepción del hecho” aunque, si por esas casualidades es correcto lo que digo, sin dudas que no hablo con propiedad: un psiquiatra se debe estar matando de risa) puede generar terror, paralizante, que no es lo mismo.
Quitando las exageraciones, que siempre pintan mejor el paisaje, algo así sucede, en términos generales, con las nuevas categorías con las que pensamos lo público. Voy al caso de los partidos políticos.
Su debilitamiento –por lejos, un factor que supera las posibilidades argentinas, aunque a los que quieren el “ordenamiento partidario” (traducido: la conversión del peronismo en, mi dios, ALGO) no suele gustarles pensar que no hay, en este tema, mucha especificidad nacional- su eventual desaparición, su relajamiento, sus modificaciones, serán siempre resistidas. Desde posiciones aún más precarias.
Las formaciones jurídicas –porque llamarlos partidos sería mucho- que aparecen y desaparecen ante cada coyuntura, por derecha y por izquierda (por ejemplo: Unión por todos de Patricia Bullrrich y Movimiento por todos de Claudio Lozano; pero ojo, en la izquierda también pasa: Proyecto Sur, por ejemplo) suelen despotricar contra la falta de ordenamiento partidario, contra la falta de coherencia entre prácticas e ideologías, etc. Practican esta crítica con más desorden, y está bien. Esto lo superan diciendo que ellos vienen a, justamente, superar el desorden. Otro recuerdo de mi infancia: para que no me mande a ordenar el cuarto, yo iba y me quejaba primero de que el cuarto estaba desordenado….por culpa de mi hermano. (La treta no duró mucho: mi hermano se la tomaba a golpes conmigo. Por eso te digo: desde muy chiquito conocí las injusticias).
Pero, desde los analistas independientes, a ver si el chiste se entiende, lo repito: desde los analistas independientes se sigue insistiendo en la necesidad de partidos políticos fuertes. Eso sí, que no se diga que el analista, o el economista, o el periodista, tiene partido. De hecho, no suele ser así: tienen intereses, más bien transversales. Pero intereses patrióticos, nobles, sublimes, eso sí. Y piden, a la vez, diálogo y consenso. ¿Entre quiénes, si no hay partidos políticos fuertes? Entre “referentes”, “líderes”, etc. El discurso puede ser confuso. Pero la platea aplaude. La platea suele estar compuesta por la Mesa de Enlace, Poder Ciudadano, la Asociación Empresaria Argentina, Luis Barrionuevo y el Momo Venegas.
Pero esa es, apenas, la coyuntura.
Pronto de andar, los partidos, se sabe ya, no serán lo que fueron, cuando había que proscribirlos, sacarlos del gobierno e ilegalizarlos (a pedido de la misma platea, qué cosa!) y entonces, cada uno saca a relucir lo que, de estas nuevas modalidades partidarias, conviene según sus intereses. Lo que no conviene, está mal, claro. Le hace mal al fútbol y a la democracia, cuando no, también, a dios y al día del amigo.
Sin embargo, cualquier experiencia de organización –más allá de que luego se busque cómo sortear o acomodar lo jurídico- en el plano partidario, suele ser recibido con miedo, con ese miedo ante lo desconocido. Y a poco de andar, si esa organización es efectiva, entonces, sobreviene el terror: las reacciones, a veces irracionales, para rechazar lo desconocido.
“Zelaya quiso reformar la constitución” le dijo, Francisco de Narvaez a TNmbaum cuando le preguntó por el golpe de estado y la dictadura hondureña.

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