Aún esquivando las simplificaciones, si el peronismo es esquivo como identidad asible conceptualmente, ni que hablar la izquierda.
Una categoría que, por mérito o demérito de los dirigentes autotitulados de izquierda, representa, con suerte, el 5 o 6 por ciento del padrón nacional. Con lo cual, habría que decirlo: la izquierda no tiene cabida en nuestro país.
Una vez, me acuerdo, un concejal uruguayo del partido comunista me dijo, en Rosario, que el problema de la izquierda argentina era el peronismo. Obvio, claro. Pero lo que sigue me hizo encender una luz de alarma. En Uruguay, dijo, la izquierda tiene un fuerte desarrollo, porque no tuvo fenómenos como el peronismo.
En ese entonces gobernaba Menem en la argentina, y yo tenía muchas esperanzas en el Frente Amplio Uruguayo, ni que hablar en el PT brasilero, ya no tengo tantas. Menos que menos con la izquierda uruguaya.
Uno de mis mejores amigos es el candidato eterno del Partido Comunista en Entre Ríos. Ahora es kirchnerista, pero hasta el 2006, no. Es decir, en los mejores momentos del kirchnerismo. El caso es que entonces era insoportable queriendo construir un Frente Amplio argentino. Si había un lugar en el que una imitación a la uruguaya, en aquellos años, no era posible (y hasta desquiciado) era Entre Ríos.
El caso es que los dirigentes de partidos minúsculos, cuasi familiares (el PC no entra tanto en esta categoría por su larga tradición) están convencidos de “ser” la izquierda. Hay, ahí, hasta un problema ontológico: difícilmente la izquierda sea esencialista, y por tanto se pueda “ser de izquierda” en vez de “estar a la izquierda”. La izquierda debería devenir, quizás lo único que pueda “ser” es devenir. Y por tanto, interminable discusión: siempre será inacabable, quiero decir.
El caso es que, puestos en perspectiva, cada cual en esos espacios dirá si, el PCR y el MST con la Mesa de Enlace están a la izquierda del Partido Comunista, que estuvo en las plazas de mayo en defensa del gobierno (el secretario general, o presidente, no sé cómo se llama el cargo del jefe, de la Fede, estaba hablando conmigo mientras Luis D elía, al lado, se peleaba con el boludísimo de “Gonzalito”, el banana de CQC, en determinado momento, este amigo de la Fede, cambia el tono y sin tomar distancia de mí, de la charla, empieza a cantar a los gritos la consigna que coreaban un pequeño grupo del PC: “reforma agraria, la puta que te parió”. Todo bien, pero confieso que me dio un poquito de vergüenza, como que algo no encajaba. Ojo, por ahí soy yo el que veo mal la película).
O de una pequeña escisión del PC de los años ochenta, que se llaman Congreso Extraordinario y estuvieron y creo que están en el gobierno; o del partido Obrero que lanzó una tercera consigna: algo así como ni con la Sociedad Rural ni con el kirchnerismo, una consiga tipo revista Barcelona (que se pregunta porqué los garcas que están con la Mesa de Enlace y Clarín y Techin no se ponen de acuerdo con los garcas que están con las mineras y petroleras: es un muy buen chiste, convengamos. Eso sí, expliquenle a Pino Solanas, o a su novia brasilera, que se trata de un chiste), pero la Barcelona está escrita por neuróticos y para neuróticos, y es en joda. Bueno, por ahí el partido obrero también es en joda, quién sabe.
Convengamos que da como un poco de vergüenza, para quienes nos sentimos de izquierda, decirse, en este país, de izquierda. A mí que me perdonen, pero esa del socialismo tradicionalista de llamarse “de centroizquierda” me parece una pelotudez, ni que hablar la palabra “progresismo” que remite a Chacho Alvarez o a Terragno conversando con Paolo Rocca. Na, eso no.
Creo que siempre el problema hay que enfocarlo desde el lado del sujeto. Pero esto es complicado: no porque de este modo es difícil ubicar conceptualmente a Rucci o a Vandor en la derecha, o a Barrionuevo, sino porque también, algunos nacionalismos autoritarios europeos tuvieron, por lo menos en su génesis, un fuerte componente obrero. El facismo italiano, en este aspecto, se destacó. Tanto el facismo como el nazismo tuvieron, originariamente, un ala izquierda. Me viene a la mente el libro Mi Lucha, de Hitler, cuando cuenta su dura vida como obrero. No quiero complicarla tanto, pero en síntesis, y como provocación de un tema complejísimo, hubo más obreros en el ascenso del Duce que en el de Mao y, en cierto sentido, en los soviets leninistas.
Así que enfocar el problema desde el sujeto no siempre soluciona el problema. O sí, pero entonces hay que considerar que en determinados momentos históricos, digamos en la primacía conceptual de la dictadura del proletariado, la izquierda tuvo un componente autoritario central, de lo que deriva que a mayor radicalidad mayor autoritarismo interno. Y las nociones de vanguardia, de revolucionario profesional, de conciencia, han llevado también a estas pequeñísimas formaciones que, según los casos, pueden estar en veredas contrarias con las mismas consignas. Qué se yo.
Hay un viejo libro, previo al gobierno de la Alianza, lleno de ese optimismo revolucionario que generaba el entonces Jefe de Gobierno Fernando De La Rúa, que se llama “La Izquierda en la Argentina”. Entrevista a distintos intelectuales (la asesora de Graciela Meijide, la patética Beatríz Sarlo, muy de moda en esos años, dice algo patético: “yo no conozco ningún trabajador”. Divina total, chiqui; esta califica para un almuerzo con Mirta) y ahí, Martín Caparrós dice algo que cito más o menos como me acuerdo: “no me gusta decir que soy de izquierda por todos los errores y horrores que a lo largo de la historia ha cometido la izquierda, pero me gusta decirme de izquierda ante todos los tibios y los adversarios de la izquierda”. Siempre me acuerdo de esa frase, a mí que me da vergüenza, decir, que me siento de izquierda. Y no por las carteras de Cristina, la minería en San Juan y otras contradicciones de primer orden, sino precisamente por quienes jamás aceptarían que yo me diga de izquierda. Y me gusta decirme de izquierda por todos esos que están convencidos que yo estoy a la izquierda, y también las carteras de Cristina, el gobernador Gioja y la solapa de Polémico Moreno.
Entonces me niego a llamarlo de izquierda, Lucas Carrasco, para que no se haga el zurdito.
ResponderBorrarMuy bueno, Carrasco. Muy bueno.
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