martes, diciembre 22, 2009

Un gobierno de Cobos


Por Raúl Degrossi


Macri, Binner y el gobierno de Cobos II

Intenté dejar planteadas en otras líneas algunas ideas sobre las experiencias de gestión opositoras más relevantes de la política argentina actual: la de Mauricio Macri y el PRO en la ciudad de Buenos Aires, y la de Hermes Binner y el Frente Progresista (hegemonizado en buena medida por el socialismo) en la provincia de Santa Fe.

Señalé lo que advertía como diferencias y (sobre todo) semejanzas en sus estilos de construcción y gestión política, y mencioné en líneas generales las dificultades que ambos atraviesan al tener que gestionar, aspecto éste sobre el que particularmente se podría abundar, y otros con mayor conocimiento de causa podrían hacerlo, sin dudas.

Pero haciendo hincapié en las semejanzas apuntadas, resulta interesante pensar en que medida esos métodos de construcción política -y su traslación a la gestión de gobierno- pueden ser útiles para analizar el fenómeno del posicionamiento de Cobos como presidenciable en el 2011 con nítida ventaja en las encuestas, y las dificultades que un eventual gobierno suyo podría afrontar

Tanto Binner como Macri tienen responsabilidades institucionales concretas en un nivel inferior a la administración del Estado nacional, y con diferencias de complejidad entre sí, partiendo de los escasos 200 kilómetros cuadrados en los que el hombre del PRO debe gestionar, a una provincia extensa con diversidades regionales, como la que le toca administrar al socialista.

Sin embargo en ambos casos hay un “salto” hacia niveles mayores de exigencia en el cumplimiento de responsabilidades (de las empresas familiares y el club de fútbol a la ciudad en un caso, de la ciudad a la provincia en el otro), y su desempeño en ese trance, a mitad del mandato que ganaron en las urnas, abre cuanto menos interrogantes sobre la consistencia de sus aspiraciones presidenciales (más admitidas en público en el caso de Macri), aun sin necesidad de arrojarles al rostro (sobre todo a Binner) el estigma de De la Rúa.

Máxima cuando en la gestión del Estado nacional, son también infinitamente mayores en tamaño y complejidad los factores de poder que hay que enfrentar, y los obstáculos políticos que esa gestión debe vencer para desarrollarse.

La constatación parte de estos dos ejemplos concretos porque son los que hay a mano, pero tengo la presunción que no hubiera variado mucho si se la aplicase -en igualdad de circunstancias- a otras estrellas del firmamento opositor como Elisa Carrió o Pino Solanas; y ni que decir que en buena medida son trasladables a Cobos, cuya última experiencia de gobierno en Mendoza no le permitió influir en el electorado para evitar la derrota de su candidato a gobernador, a manos de un candidato peronista, y no de los mejores.

Y es que a falta de ejemplos concretos de gestión (por eso los de Binner y Macri son sumamente útiles e interesantes para el análisis), lo que prevalece es la lectura de la lógica de construcción política de la oposición al kirchnerismo (con alguna honrosa excepción como Sabbatella), que se impone más allá de las diferencias de matices que puedan existir en el discurso, diferencias que por otra parte sería necio desconocer.

Esa lógica de construcción abreva en una especie de realismo mágico que asigna virtudes milagrosas al diálogo y el consenso disipadores de la crispación, y en la ambigüedad discursiva de “los tres o cuatro grandes temas en los que todos nos tenemos que poner de acuerdo”, con la probable excepción de Pino Solanas y su preocupación por los recursos naturales estratégicos de Palermo y Recoleta.

Ese discurso negador de la política (que es por esencia y definición, conflicto) es absolutamente funcional al poder real y concreto en la Argentina, pero además augura previsibles problemas a la hora de pretender replicarlo en la gestión de gobierno.

Que lo digan sino Binner y Macri, que han debido dejar de lado con frecuencia exquisiteces institucionales que reclaman al kirchnerismo (y que pertenecen a sus convicciones íntimas más en el primer caso que en el segundo), ante necesidades concretas de la gestión, que son a su vez fruto de la misma precariedad institucional que padecemos y que ha permitido desarrollar lógicas de poder (económico y mediático) trastocadas, desarrolladas por poderes fácticos que gozan de la enorme ventaja de no estar sometidos en su vigencia, a la ,mutante voluntad del electorado.

Poderes que además se han beneficiado históricamente de esas precariedades mientras reclaman el fortalecimiento de las instituciones; y -para no remontarse a tantos ejemplos de nuestra historia que vienen a la memoria- ver el cásting de jueces disponibles de que están echando mano por estos días el grupo Clarín y su ¿competidor? Vila-Manzano para obstruir la aplicación de la ley de medios.

En el caso de Binner por ejemplo, el fracaso de sus intentos por imponer una tibia reforma impositiva en Santa Fe (menos audaz incluso que la encarada por Scioli en Buenos Aires), ante la oposición frontal de todas las expresiones corporativas del capital y buena parte del peronismo (centralmente, la conducida por Reutemann), no es sino la consecuencia previsible de un discurso y una práctica previos, que no supieron preservar para la política un lugar de autonomía, y si no recordar su rol durante los momentos más álgidos del conflicto agropecuario de 2008.

El intento cerril de preservación de ese lugar de autonomía de la política, incluso con hosquedades y torpezas comunicativas y de gestión, ha sido el sello de fábrica del kirchnerismo desde el 2003, y es justamente el origen de la “crispación” de la que habla a diario el complejo mediático para descalificarlo, y disciplinar por carácter transitivo -con bastante éxito hasta ahora, habrá que decir- al conjunto de la clase política.

En módico ejemplo, le sucedió a Macri con el sermón personalizado de Bergoglio ante su posición sobre el matrimonio gay (rápidamente asimilado, como lo demuestra la designación de Posse) y al propio Binner, cuando el socialismo decidió apoyar en el Congreso la ley de medios: ni siquiera los matices de su posición en ese entonces le ahorraron palazos editoriales.

Esa lógica política entraña no solo el riesgo de la pérdida de autonomía de la política ante las corporaciones, sino que, aplicada a la gestión, consagra el poder de agenda y -sobre todo- de veto de éstas, con lo cual empobrece los contornos de la democracia y, en una perspectiva de futuro, no disuelve los conflictos para tranquilidad de los lectores de Clarín o La Nación, sino entraña el riesgo cierto de exacerbarlos.

¿Y qué pasa con Cobos en tanto?

Pasa que expresa como nadie esa lógica de construcción política, y exhibe como proyecto político la vuelta a la gobernabilidad tradicional que conoció la Argentina antes del advenimiento del kirchnerismo, reclutando para eso con obsesión y constancia los apoyos -públicos y privados- de los que detentan el poder real, aun al precio de sobreactuar su adopción de la agenda corporativa como programa propio.

Conocedor de los límites de ese dispositivo, ha obtenido en la empresa el inestimable apoyo de Duhalde, quien propone el prospecto poco atrayente para el peronismo y su natural apetito de poder, de aceptar un inevitable triunfo radical en las elecciones del 2011 para apoyar desde el llano, sobre la base de los famosos “tres o cuatro puntos”, que a su vez no es menester ser demasiado perspicaz para advertir que encierran en sí el germen de la discordia social futura.

Ese discurso “balbinista”·del bañero de Lomas enaltece su figura en la consideración mediática (cuyos dueños agradecen además generosos favores pasados), en la misma medida que le dificulta hacer pie en la interna peronista; en espejo con la convicción de Kirchner de dar pelea a la estrella en ascenso de Cleto (aun ante la perspectiva cierta de una derrota), probablemente con más esperanza de evitar un mayor deterioro del gobierno de Cristina en el tramo final de su mandato, que de lograr un triunfo que hoy parece improbable; pero claro, es política, y todo es posible.

Lo que no queda del todo claro es si Cobos (y los adherentes que las encuestas demostrarían que hoy tiene su candidatura), alcanzan a percibir que, lo que hoy es causa de su éxito, mañana puede serlo de su caída, y no me refiero al cumplimiento íntegro de un eventual mandato presidencial suyo.

Y es que sucede que quien gobierne la Argentina a partir del 2011, deberá lidiar con la nueva gobernabilidad instaurada por el kirchnerismo, que implica no solo las presiones de los factores tradicionales de poder por recuperar posiciones perdidas o mantener las conquistadas, sino todo un conjunto de realizaciones que configuran (por decirlo en palabras de Sabbatella) un nuevo “piso” de derechos, cuyo desconocimiento o retaceo en el futuro, será sin dudas el origen de nuevas conflictividades protagonizadas por actores bien concretos.

Pensar si no en los movimientos sociales, cuyo rol estos años ha oscilado entre la participación en la estructura del gobierno y la protesta sistemática tolerada sin ejercer la represión estatal como repuesta, así como en los beneficiarios de las jubilaciones extendidas, y de todos los jubilados que gozan de movilidad por ley en sus haberes.

Ni que hablar de los grupos sociales beneficiados por la asignación universal a la niñez, o los trabajadores formales -y las organizaciones que los representan, sin distingos en este plano entre la CGT y la CTA-, que pudieron conocer los beneficios concretos de la dinámica de negociación colectiva, y otros colectivos menos numerosos, pero no menos activos, como los organismos de derechos humanos y los que bregaron durante años por una nueva ley de medios; sectores todos que vieron concretados en este período político, aspiraciones de larga data.

Esos sectores expresan hoy -en buena medida por la escasa voluntad del propio kirchnerismo de organizarlos y movilizarlos políticamente- un nivel de adhesión más o menos pasiva al proceso iniciado en el 2003, que puede perfectamente transformarse mañana en resistencia activa a todo intento de avanzar sobre lo logrado desde entonces.

En la medida en que esos colectivos preceden y trascienden al kirchnerismo y su metodología de construcción política -quizás volver sobre ella sea la opción que medite Kirchner para enfrentar la vuelta al llano-, no es ni siquiera una condición necesaria que depongan los recelos que entre sí tienen y actúen en conjunto, para dificultar la plena aplicación del programa de las corporaciones, aun legitimado por el poder del Estado y el voto popular.
Y frente a eso, la represión -que excita las imaginaciones de algunos ávidos lectores de las columnas de Posse- es una respuesta sólo viable a muy corto plazo, que encierra el riesgo cierto de retroalimentar el proceso de conflictividad social, con imprevisibles (o no tanto) consecuencias.

Y entonces sí será válido traer a la memoria el ejemplo de De La Rúa, sólo que será tarde, y seguramente más doloroso.

1 comentario:

  1. El análisis es bueno, aunque descarta de plano al justicialismo... yo no lo vería taaan así, no sólo Néstor, hay que ver que pasa con otros candidatos como Solá o De Narváez. Coincido con el final, y creo que Cobos va a tener muchos problemas de gobernabilidad porque todos van a querer cobrar su parte, y se hicieron muchas promesas implícitas que van a implicar necesariamente perjuicios sobre el tipo de a pie. Eso, sumado a que Cobos pertenece a un partido que está... partido, justamente, en mil pedazos y que carece de militancia y de una base política seria, es mas bien un candidato del establishment y los medios que cambian de criado con suma facilidad.
    Saludos.

    ResponderBorrar