jueves, marzo 04, 2010

Cómo que no, eh, cómo que no.


Mientras llovía, estaba en un bar que encontré por ahí, acá en Santa Fe. ¿Conocés, camarada, Santa Fe y los bares?
Hace un tiempo, algunos años, me acuerdo de haber estado en el bar Británico, en San Telmo, pensando lo mismo que pensaba hoy. Y hubo otra tarde, hace más años, en Paraná, frente a la terminal de ómnibus, el bar ese ya no existe, que también me paré a pensar eso, esto mismo.
Volvió la luz a mi departamento, tras la tormenta. Ya te mando, Patucho (pasa que lo leí y me pareció una porquería, lo reescribo).
De los dos viejos que tengo enfrente, hablando de obras de teatro de la época de la prohibición del peronismo, pienso, yo puedo hacer una historia, con este bar y esos dos viejos. No una gran historia. Casi ninguna historia a secas es una gran historia. Las buenas historias son como los secretos: no importan los hechos, importa la trama. Cómo se viven -los secretos-, cómo se cuentan, las historias. Hay un puñadito de personas que creen que sé contar una historia, y hay otro puñado, algo más grande,  que cree que no. Las grandes mayorías, por cierto, son, con justicia, indiferentes. Y no soy el centro del mundo pero cuando me da la melancolía, nadie me convence de lo contrario. Por lo menos no durante esa madrugada.
Pero yo quería saber cómo contar una buena historia, siempre, desde chiquito, quise eso. Antes de ir a la escuela, quería eso. Y a los 20 años, me fui entrenando, no en talleres literarios ni, menos, en la facultad de comunicación, donde fui un pésimo alumno, sino en la fina dramaturgia de intentar levantarme cuanta mujer se me cruzara. Así que fui, verbalmente, afinando la puntería en el arte de contar historias. Una buena historia. Convincente, graciosa, emotiva, una historia que haga que las chicas en los bancos de la plaza se bajen la bombacha, que lloren las suegras, que se diviertan las meseras de los bares universitarios, que añoren las abogadas y sueñen las empleadas públicas.Apenas eso quería: comerme el mundo con la punta de la lengua.

Así que me senté. Quilmes? Quilmes no tiene?, tá, me estoy resignando a tomar cerveza Santa Fe. Si esto sigue así termino en Alcohólicos Anónimos diciendo que renuncio, odio la cerveza Santa Fe, basta, cuando los otros digan que perdieron su trabajo y su familia y sus amigos, yo diré, perdí la Quilmes, no sé si entablar un juicio millonario o abandonar la batalla, y sentarme con ustedes, a decir que, bueno, una cosa, convengamos: lo bueno de tomar una responsabilidad -como, de hecho, beber descaradamente- es que uno sabe de entrada que tiene el noble y sensual derecho a renunciar. Y yo renuncio, carajo.
Cómo me gusta renunciar, eh.

Aunque he renunciado a cosas, con dramatismo y vanidad, de las que al otro día me arrepiento, he querido renunciar a otras -los vicios, por caso- sin suerte. Es rara y arbitraria la renuncia.
Así que me senté y pensé, con mi cerveza, otra vez, solo. Otra vez. Adolescentemente solo. Alegremente solo. Tardíamente solo. Y pensé, por dios, cuántas cosas tristes se me ocurren, a quién se las cuento: necesito una promotora, bella y muy bella, que pase regalando alguna porquería entre las mesas -ponele una promotora de Quilmes- y entonces yo le diga, señorita, ¿sería tan amable de sentarse dado que se me están ocurriendo un montón de cosas poéticamente tristes, y posiblemente la haga llorar y sentirse una basura para luego, con cariño y cinismo, levantarle el ánimo y terminar mañana comiendo tallarines en la casa de su mamá?

Mmm, no funcionaría.

Pero, digo, por decir, si yo le dijera, por caso, señorita, disculpe, ¿querría sentarse? ¿tiene ganas de que le cuente un montón de mentiras? ¿sabe, acaso, que estuve cazando tigres y un león quiso comerle la cabeza a una mujer de minifaldas allá en Nigeria y yo la salvé; le conté, señorita,  de la vez que en un submarino chocamos contra una ballena y tembló todo y cómo naufragamos en el océano acampando en un iceberg; sabe usted de cuando hice la colimba y escribí bajo la luz de una linterna 20 canciones de amor y un poema desesperado, no me diga que no se enteró, le paso mi tarjeta;  ni que hablar de la droga secreta que tomé con una tribu del amazonas y me hizo volar, pero volar de verdad con los brazos abiertos por sobre la selva qué noche esa me quedé conversando con un cóndor y eso que yo conocía los cóndors de cuando crucé a pie las montañas camino a Chile o cuando en Mongolia tomé el tren que se descompuso y estuvimos sobre el Everest 10 días de sobreviviencia, eh?

Señorita, dígame cualquier cosa, pero me resulta intolerable que me diga que no le importa. Si tiene tiempo le cambio la historia. Siéntese, señorita, soy un boludo inofensivo.

Así que me senté y miré la pared. Tomé un trago. Prendí un cigarrillo. Pensé en escribir algo genial, algo que se lea en las escuelas, algo que se entere mi vieja por medio de sus amigas, algo de verdad. Un testimonio, un alegato, una sentencia inapelable, algo que, ponele, me  trascienda. Y se me pasó ese rato de egocentrismo y fantasía. Y me reí. A las carcajadas, en voz alta, como se ríe un loco. Así me reí.
Los viejos que hablaban del tren se dieron vuelta, me miraron, terminaron con asombro su Amargo Obrero. El mozo, canoso y rengueando, se acercó.
Mis carcajadas rebotaban en la pared, protestaban los vecinos, escupía saliva con nicotina. Y una encía.
Querían una explicación o mi carnet de epiléptico.
Nunca van a entender que ya tengo una buena historia para contarle a Josefina.
Una historia de esas buenas de verdad. Una historia donde no pasa nada, pero nada, eh.
Cómo no me voy a matar de risa.
 




8 comentarios:

  1. te quiero mucho Luquitas!!!!!

    mañana comento, por que hoy, no me cuesta nada decir la verdad.

    se que me entendés..........

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  2. Luquitas, me hacés reír y a la vez me hacés emocionar. Siempre me pregunto si sos así de verdad, no sé.
    De todos modos, compañero, dejá de marearnos con nombres de enamoradas: todas las semanas tenemos una nueva, y nadie hace nada!!!!
    No hay políticas de estado para el largo plazo ahí me parece.
    Es como que vos encontraste las "tres o cuatro con las que estamos todos de acuerdo".

    Y ya no hablemos del Tema de la Lechería porque ahí sería pornográfico.

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  3. Batile lo que quieras a Josefina pero acá, todos sabemos que te gustan los tallarines con tuco de receta familiar, además de la Quilmes, claro.

    y también que le robás helado a la gente!!!

    no renuncies, digo

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  4. volvió Carrasco!!!!

    Ha vuelto el Matadorrrr!!!!!!
    Revienta la bailanta!!!!!!!!

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  5. Sos el Cacho Castaña de la blogósfera.
    Viste el nuevo puterío? Grondona (el mafioso de AFA) dijo que Nestor es un cagón.
    Negri.
    PD: la Quilmes es un asco, y dicen que a la Santa Fe le están echando soja ...

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  6. Probá con Budweiser. No es gran cosa pero zafa, y en Santa Feestá casi al mismo precio que la Quilmes

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