lunes, noviembre 01, 2010

Desde el 84

From: charito76@hotmail.com.ar
To: lucas-carrasco@hotmail.com
Subject: Un país
Date: Mon, 1 Nov 2010 00:52:01 -0300



Lucas, este es el mail que le mandé esta noche a mi viejo, que vive en España. Y retomando la idea de que no estamos solos y no nos tenemos que callar, quise compartirla con quienes sé que van a entender. 


"Hola pa! Acá otra vez. Hay tantas cosas que quisiera contarte, pero si hablamos no voy a poder, porque me lleno de angustia. Entonces pensé en escribirte y contarte algunas cosas, para compartir algo de estos últimos días. La última vez que te escribí, el mismo miércoles, estaba repleta de angustia y todavía no entendía nada de lo que estaba pasando. Ahora sigo angustiada y me cuesta entender que esto haya tenido que pasar, pero los días que siguieron me fueron, y nos fueron, recomponiendo un poco. Y me hicieron dar cuenta de muchas cosas y sentir otras que nunca había sentido. 

El jueves, viajando en colectivo al trabajo, estaba decidida a ir a la Plaza antes de ir a la oficina, para ver qué estaba pasando, con ansias y con temor, sobre todo, de comprobar que era cierto lo que había visto en la tele durante todo el día anterior. Ya en la 9 de julio el 86 se desviaba, así que me bajé y fui caminando por Avda de Mayo, a las 9 de la mañana, hacia la Plaza. La mañana era soleada y fresca, todavía, y había gente, aunque no tanta, caminando en la misma dirección. Caminaba por el centro de la avenida, y cada 50 metros había un pasacalles que la atravesaba: "Néstor con Perón, el pueblo con Cristina". Y sí, parecía que era cierto. Y lloraba, sin dejar de avanzar, con el pecho cargado de angustia y sin aire. A dos cuadras de la plaza comenzaba la cola de gente que esperaba por entrar a la Casa Rosada, mientras las puertas aun no se habían abierto. La fila era ordenada, y a la altura de Florida ingresaba a un cordón de vallas que la llevaba frente al Cabildo, sobre Hipólito Yrigoyen, hasta Defensa, donde una muralla dividía la plaza al medio y recibía en todo su ancho las flores y los carteles que la gente iba acercando. Me metí en la Plaza, la gente caminaba despacio, no se oía ningún motor, no había bocinas. Un silencio ensordecedor. Los móviles de los medios estaban esparcidos por todas partes, en guardia permanente. Algunas personas llevaban banderas, otras flameaban sobre la pirámide de la plaza. A su lado, todavía estaban pegados en el piso gran parte de los carteles que la gente había pegado la noche anterior. No sabía bien qué hacer, caminé alrededor de la pirámide, mirando a la gente que se acercaba, un poco perdida, como yo. Algunas personas se notaba que habían pasado la noche allí. Me quedé un rato, tomé aire y fui a la oficina, donde no pensaba quedarme más que lo absolutamente indispensable. Porque ahí no había pasado nada. Era un día como cualquier otro. Mi jefa me preguntó "¿Cómo estás?" y lo único que pude responderle, de todo lo que tenía para decirle, fue "Triste". Miré, y no encontré a nadie con quien pudiera intercambiar siquiera una mirada. Me hice un te, tomé una cafiaspirina para sacarme el dolor que me partía la cabeza desde que me había despertado, y me ocupé de algunas cosas del trabajo. Hablé con mamá x TE para contarle lo que había visto en la plaza, y para asegurarle que iba a volver, que ahora sí sabía que iba a entrar a la Casa Rosada a despedirlo, porque no podía estar en ningún otro lugar. Y lloramos juntas, a la distancia. A las 10:30, me fui para la plaza. Y lo que encontré me impresionó. La gente que había llegado en esa hora llenaba el lugar de bullicio, y de cánticos, y de gritos. Y la cola no se terminaba nunca. Avancé rápido, ansiosa por llegar al final, por Avenida de Mayo hasta Esmeralda, Suipacha, Pellegrini ... y daba la vuelta, y por Rivadavia aún había más gente, Suipacha otra vez, Esmeralda y Maipú!! Y encontré el final. La gente esperaba ordenada, algunos con chicos en los hombros, en grupos, otros solos, gente con flores en las manos, banderas, mirándonos a nosotros, que avanzábamos y los mirábamos a ellos. Y ahí sí, encontré tanta gente con quien intercambiar una mirada que no me alcanzaban los ojos. Ni bien me detuve al final de la fila tenía más y más gente a mis espaldas. Un grupo de muchachos comentaban que venían de Mar del Plata, adelante mío había un tipo solo, adelante tres chicos más chicos que yo, estudiantes, seguramente, discutiendo de política, y justo atrás mío, un señor que debía tener 75 años, solo.  Hablé un par de veces x TE a la oficina, le conté a mi jefa a qué altura llegaba la cola y no lo podía creer. Me dijo que se había cancelado una reunión del trabajo, para que me quedara tranquila. Me sonreí. Nada me podía dejar tranquila. La cola avanzaba, y nadie se preguntaba cuánto tardaríamos. Nadie se quejaba. Todos estábamos donde queríamos estar. Y de a ratos surgía un aplauso, y todos aplaudíamos, y cada tanto alguien gritaba "Viva Néstor!", y todos gritábamos. A medida que el tiempo y la cola avanzaban, empezábamos a conversar entre nosotros, cómo nos habíamos enterado, qué iba a pasar, y por celular nos iban informando qué pasaba en la Casa Rosada. "Llegó Cristina", dijo uno, y todos aplaudíamos. Al doblar por la 9 de Julio, y luego por Avda de Mayo nos encontramos con que había un montón de gente que estaba llegando, con banderas de distintas agrupaciones, gente de los sindicatos, y todo se iba animando. La cola para entrar se iba mezclando con la de quienes acompañaban, y seguíamos avanzando. Al llegar a Esmeralda ya era una multitud y nos íbamos dando cuenta de que ingresar al vallado de la cola que antes tenía un ancho de 2 personas no iba a ser tarea fácil. Pero estábamos entusiasmados. Y "cuidábamos nuestro lugar" entre nosotros. Pero claro, éramos tantos, y todos queríamos entrar, y la valla ya no era la de dos horas atrás. Mucho forcejeo, estruje, aplastamiento, como una marea, íbamos a un lado y a otro. Ya hacía calor y el sol no nos daba tregua. Pero "entramos en el vallado", que era nuestra primera meta. Y ahí cambiaba un poco el ambiente, porque a los "sueltos" que veníamos de la fila se habían sumado un montón de personas que venían con sus agrupaciones, y todos cantábamos, y nos sonreíamos de las bromas que asomaban entre el murmullo. Nuestra música: "Andate Cobos la puta que te parió, andate Cobos la puta que te parió", "Che gorila, che gorila, no te lo decimos más, si la tocan a Cristina, qué kilombo se va a armar", "Néstor no se murió, Néstor no se murió, Néstor vive en el pueblo, la puta madre que lo parió". Y la espera la fuimos matizando con nuestras historias, ante algún micrófono que se acercaba, y a veces entre nosotros. Así, un señor contaba que él había crecido en una cárcel, que nunca había tenido una oportunidad y que con el gobierno de Kirchner había conseguido trabajo por primera vez en su vida. Y otra señora contaba que gracias a su gobierno y al de Cristina comía todos los días y tenía la jubilación que nunca pensó que iba a tener. Y charlabas con uno y con otro y lo que había parecido una pesadilla se convertía en un sueño hermoso, que era encontrar no sólo a gente que pensaba más o menos como uno, sino a gente en quien las ideas de Kirchner se habían hecho carne, trabajo, alimento, educación, salud, respeto, dignidad. Era darse cuenta de que uno no estaba equivocado, si alguna duda hubiera cabido. En la espera me encontré con un compañero de trabajo, del otro lado de la valla, que me dio ánimo para aguantar, me preguntó si quería algo de comer. Luego pasó una amiga, y charlamos a través de las vallas, cuando todavía me faltaba mucho para entrar. "Llegó Evo", comentaba alguien. "Llegó Correa", otro. El sol ya caía y estábamos cada vez más cerca. Y la algarabía, casi imperceptiblemente, iba mermando. Atravesamos la muralla que dividía la plaza, y como cuando esperás para entrar en el campo de un estadio cuando vas a un recital, teníamos tanto espacio por delante que te sobraba el aire. Pero delante nuestro no había un escenario. Estaba la casa rosada, en su rosa brillante bajo los últimos rayos de sol, y las banderas, los carteles, las flores que desde el día anterior la gente había ido colocando en la reja que la rodea. La fila se iba haciendo finita, y finalmente entramos. Un mar de flores alfombraba los jardines secos delante de la Casa Rosada, y el pecho se me estrujó. Mientras avanzábamos, en silencio, nos escoltaban las coronas de otros países, de sindicatos, de partidos políticos. El Salón de los Patriotas Latinoamericanos me pareció tan chico, lleno de gente, no pude ni mirar los cuadros que lo vestían. Me di cuenta entonces de que aquello no había sido una pesadilla. Era un golpe al cuerpo. Pero llorar delante de ella se me hizo caprichoso y egoísta y me contuve, pero cuando le di la espalda y escuché a los que entraban cantar la marcha peronista no aguanté más. Salí de la Casa Rosada a las 7 de la tarde. Había entrado cansada, pero salí sin sentir el cuerpo. Solo sentía el alma. Se escuchaba el rugir de la gente del otro lado del vallado y de a poco recuperabas el aliento. 

El viernes volví a ir temprano a la plaza. El día era gris, gris plomizo, como panza de burro, y la plaza había cambiado. Aún había gente esperando para entrar a la Rosada. Me acerqué a la valla y otra vez era la misma sensación. No había consuelo, era volver a vivir todo una y otra vez y lo único que quería era estar en esa plaza. Me quedé viendo las imágenes que se proyectaban en una gran pantalla, a un costado de la Plaza, sobre Rivadavia, con un montón de gente. Eran las 9 de la mañana. Ese lugar, esa plaza, que veo todos los días desde hace 10 años y donde tantas veces había marchado - por las Pascuas, por la memoria y por la 125 - era de pronto un lugar que no conocía. Un lugar de pertenencia, pensé. En la pantalla se veía cómo seguía entrando la gente, saludaban - en ese momento a Alicia - lloraban, cantaban. Y lo mismo sucedía en la plaza, frente a esa pantalla, y del otro lado de la plaza, entre quienes esperaban para entrar, sobre Yrigoyen, y del otro lado de la valla, entre quienes salían de la Casa Rosada. Unos aplaudían, otros cantaban, otros entonaba el himno. Y al rato de estar ahí, la vimos a Cristina volver al Salón. Y volvíamos a cantar. Algunos, "somos de la gloriosa juventud peronista, somos los herederos de Perón y de Evita, a pesar de las bombas, de los fusilamientos, los compañeros muertos, los desaparecidos, no nos han vencido ... ". Algunos tenían 20 años, otros 60. Había gente con traje, gente con sus ropas de trabajo. Fui rápido a la oficina para avisar que volvía a irme y encontré tan poca gente que me alegró. No era un día más en la oficina, por lo que fuera, era un día distinto. Luego de unos mates, volví a la plaza, esta vez con dos compañeras de la oficina. Y volví a sorprenderme. Eran dos compañeras con las que nunca habíamos hablado de política ni de nada cercano, y nos encontramos que compartíamos un montón de ideas, no ideas profundas, de la militancia ni de la dogmática, sino ideas sobre el país en el que habíamos vivido hasta 2003 y el país en el que vivíamos ahora. Estuvimos un rato en la plaza. Nos enteramos de que se habían cerrado las puertas de la Casa Rosada, y lo único que restaba era esperar el cortejo fúnebre. Nos fuimos caminando por Alem, hasta Viamonte. Llovía. Por momentos mucho, por momentos aflojaba. Esperamos charlando, viendo cómo se iba acercando gente, alguna que venía de la plaza, otra de las oficinas. Algunos venían a curiosear, otros se veían en el lugar en el que querían estar, otros, consternados. "Ya salieron de la Casa Rosada, están tocando la Marcha Fúnebre", me avisó mamá por teléfono. Luego era la de San Lorenzo. A  la altura de Viamonte predominaba el murmullo, pero desde la Casa Rosada provenía un rugir que a último momento hizo que me separara de mis compañeras para acercarme al lugar donde podía gritar con los demás. "Es un lío, la gente se amontona sobre el coche, no pueden avanzar, tené cuidado". Y lo que se venía era algo increíble. Se sentía la sirena del coche de bomberos, delante del cortejo, las bocinas de las motos, los gritos de la gente, las banderas que avanzaban, a todo lo ancho de la avenida, y un montón de pibes que corrían a los costados del cortejo, gritando, cantando, aplaudiendo, acompañando. Y sin pensarlo, sin haberlo decidido, creo, estaba corriendo con ellos. "Me voy para allá", alcancé a gritarle a una de mis compañeras. Y supe, a los pocos metros, que no iba a parar hasta Aeroparque, porque no iba a encontrar un solo momento en el que pudiera decir "hasta acá llegué". Me asusté un poco, porque no sabía si iba a llegar, pero no estaba sola, y con un optimismo en mí que hasta entonces no conocía, "sentí" que si lo íbamos a hacer, era porque podíamos. Corrimos por Alem hasta Córdoba, y la gente estaba en todas partes, aplaudiendo, saludando, haciendo la "V", con flores, banderas, asomados a las ventanas. Seguíamos por Córdoba, arriba, hasta 9 de Julio, y no dejaba de haber gente nunca. Gritar en los recoletos bares de Córdoba y Florida "Che gorila ché gorila" fue de las experiencias más catárticas que viví estos días. Las calles eran nuestras. Y de pronto, al frenar el trote para recuperar la respiración, me daba cuenta de lo que estaba haciendo, de por qué estaba ahí con tanta gente igual de enfervorizada, y otra vez estallaba el llanto. Pero había que seguir, y corrí tanto como no recordaba haberlo hecho en mi vida. En la 9 de julio éramos un montón corriendo, no ya a la par del cortejo, sino adelante, con banderas y pancartas y el cortejo rugiendo a nuestras espaldas, llevándonos por delante la lluvia, como si quisiéramos cortar el viento y abrir paso a este hombre que se nos estaba yendo. Finalmente los coches nos sobrepasaron y seguimos a pie, por Avenida Libertador. Llovía, y llovió toda la tarde. Caminamos esparcidos, pasando por la Facultad de Derecho, Canal Siete, hasta Salguero, y finalmente llegamos a aeroparque. Algunos volvían. "Ya se fue", nos avisaron. Todo había terminado. Me senté donde pude. Charlé con un pibe, solo, que había corrido conmigo en el Centro, con su mochila a cuestas. Nos lamentamos por haberlo perdido y mirando el cielo inclemente emprendí la vuelta. Volví sola. Todos parecían haberse esfumado. Otra vez sola. Habíamos sido tantos. Pero viajando en el 67 pensé que muchos de los que habíamos estado en la plaza, de los que se habían asomado x las ventanas o habían corrido conmigo, habíamos estado callados, porque pensábamos que estábamos solos. Y permaneciendo callados, permanecimos solos. Pensar que en ese colectivo tal vez habría varios "callados", me reconfortó. Pero luego, en el 34, me encontré con el pibe de aeroparque, y dejamos de estar solos otra vez. Charlamos todo el viaje, y volvíamos a coincidir. "Ellos no se callan porque son soberbios, creen que son dueños de la verdad y que todos piensan como ellos. Y nosotros nos callamos y nos llenamos de bronca". No nos tenemos que callar más.

Es domingo a la noche, todavía me duelen las piernas, de tanto estar parada, correr y caminar. Y los brazos, de aplaudir en alto y alentar. Pero me siento mejor. Estando en la plaza y corriendo por las calles del microcentro que tantas veces caminé, tragando lluvia y lágrimas hasta Aeroparque, terminé de darme cuenta de que no estaba sola. Eso me ayuda a dormir. Y me di cuenta, también, de que, como nunca, durante estos días pude dejar de lado mi eterno cinismo y esa maldita costumbre de encontrarle siempre el pelo al huevo, y me rendí ante un sentimiento compartido en lo que imagino es lo más cercano a la fe que me va a pasar nunca en la vida. Nunca, desde que volvimos en el 84 - yo con 8 años -, me había sentido parte: parte de un montón de gente que comparte sueños y parte de algo hermoso, y que no conocía, que es un país en el que quiero vivir.


Te acordás cuando viniste y charlamos la última vez, en Agosto, y discutíamos sobre quién nos gustaba más de los dos? Será Cristina 2011 nomás. Como tiene que ser"

1 comentario:

  1. hermoso, pensé que ya había aflojado un poco un dolor desde el viernes, pero al leer esto volvieron el nudo en la garganta y las lágrimas.
    Muchas gracias por este texto.

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