“Yo tengo la convicción profunda de que nuestra ley falla si no llegamos a suprimir el cáncer social que representan 12 a 15 mil niños abandonados moral y materialmente, que no conocen familia, porque es necesario saber que hay muchísimos padres que vienen como inmigrantes y abandonan a los niños a la entrada porque les incomodan; los dejan en los terrenos del puerto donde se alimentan con toda clase de inmundicias y con lo que su mayor o menor habilidad les permite obtener. Otras veces la familia los abandona porque no los pueden proteger. Esos mismos niños, terminan vendiendo diarios y realizando toda clase de oficios callejeros, que no son más que una simulación; porque de los niños que venden diarios sólo el diez por ciento lo son en realidad y los restantes son vagos a quienes adultos explotan de una manera inicua. Las etapas de esta carrera de vagancia y el crimen son las siguientes: los padres mandan a los niños a vender diarios, y el primero, segundo y tercer día reciben el producto obtenido de la venta. Pero en seguida los niños juegan el dinero o se lo gastan en golosinas, y cuando llegan a sus casas, el producto de la venta se halla muy disminuido. Entonces los padres los castigan, y después de dos o tres correcciones, generalmente un poco fuertes, resuelve el niño no volver más a su casa y vive robando en los mercados, en los mataderos, durmiento en las puertas de las casas, y finalmente cae en la vagancia y después en el crimen”Agosto de 1919, discurso pronunciado en la Cámara de Diputados por el médico Luis Agote, impulsor de la ley de Patronato
(en Paraná, en su honor, el principal club de fútbol, formado por la iglesia católica para competir contra otro club formado por anarquistas, se llama justamente Patronato y hoy juega en la B)
Esta crónica terrorífica de Horacio Verbitsky, uno de los mejores periodistas del país, desnuda cómo y porqué el sistema de tribunales y la policía son parte del problema de la violencia social y la inseguridad más que parte de su solución.
Hay, además, otra arista -quizás menos importante en la coyuntura, pero de efectos devastadores al mediano plazo-: las cárceles para supuestos adictos, llamadas como se llamen. Tener una cárcel para supuestos adictos es un negocio muy lucrativo que generalmente explotan personas vinculadas con la iglesia católica y en comunión con funcionarios corruptos de tribunales. Funciona así: un juez promedio firma una serie de papeles que no lee por los cuales se secuestra un adolescente de clase obrera y se lo encarcela para trabajos forzados sin remuneración, se lo droga para que sea más dócil y eventualmente se lo castiga físicamente, además de obligarlos al delirio místico que digan profesar los dueños de la cárcel. Mientras tanto, el estado, por la firma de esos papeles que hizo el juez, destina una gran cantidad de dinero para el secuestro del adolescente, que bien valdría una estadía en un hotel de 3 estrellas. Ese dinero, por supuesto, es repartido entre el puñado de dueños de la cárcel -generalmente bajo la forma jurídica de una fundación u Ongs vinculada, obvio, con el ala empresarial de la iglesia católica- y a través de amables presentes para el cumpleaños, fin de año, día de la secretaria, ágapes, etc, se coimea a los empleados de tribunales para que apuren los trámites y, básicamente, hagan la vista gorda.
Obviamente, en los momentos donde los adolescentes secuestrados comienzan a acostumbrarse a la drogadicción forzada -un lindo negocio para psiquiatras y empresarios farmacológicos- y obtener algo de lucidez, van aprendiendo las técnicas del robo callejero, el sadismo del encierro y el resentimiento que genera la imposición forzada a profesar fe en alguna secta.
El sistema funciona de manera aceitada.
Conseguir una licencia para este rubro de empresas, no es nada fácil. No se trata de un mercado abierto a la competencia.
El reiterado fracaso y más aún, los reiterados problemas de violencia e inseguridad que generan estas cárceles privadas para quienes nunca cometieron un delito o ni siquiera se lo probaron con las debidas garantías constitucionales, no altera en nada la moral corrompida de un sistema de secuestro de adolescentes pobres muy lucrativo para ese lumpenaje empresarial que cruza a la iglesia católica con los jueces y tribunales.
Por el contrario, es muy frecuente que un tutor desesperado por los problemas de adicción de un menor a su cargo no encuentre refugio en el sistema público de salud y los jueces -ni que hablar estas fundaciones truchas- hagan la vista gorda: no es negocio cuando hay detrás un tutor verdaderamente responsable, verdaderamente preocupado y verdaderamente demandante. Aún en el caso de contar con los recursos económicos para financiar un tratamiento que sólo brinda el negocio privado de la medicina, se trata de una estafa. Que atrasa unos 100 años el saber académico en torno a la psiquiatría, la psicología, la medicina, la criminalística y los derechos humanos.
Cuando Enrique Medina escribió su novela (¿autobiográfica?) Las Tumbas, que transcurre durante los años 50 bajo el segundo gobierno peronista, y desnudó la contracara de la obra social de Evita y el General en los orfanatos, que aún en transición -luego interrumpida por los muy democráticos golpes de estados y dictaduras- entre el sistema de caridad y religiosidad forzada que trataba de manera salvaje y despiadada a los huérfanos y la emergente pastoral social foucaultiana de Evita (muy avanzada para esos tiempos) sufrió la paradoja de verse prohibido el libro durante las dictaduras y permitido recién en democracia, incluso bajo gobiernos peronistas.
Hoy falta -o yo desconozco- esa novela que narre el sofisticado sistema de las comunidades terapéuticas que nutre al lumpenaje empresarial de jueces, empleados de tribunales y el ala empresarial de la iglesia católica, porque hay muchas gentes bien intencionadas que, si una tía devota y solterona, les contara que colabora económicamente con estas universidades de la adicción, la violencia y el delito, las felicitarían. Lástima que están engañando a la tía: los resultados son los contrarios a los pregonados; y sus responsables lo saben perfectamente.
La marginalidad es, no sólo con las panaderías en cooperativa, la iglesia en portuñol, las botellas de reciclaje, las nenas y adolescentes prostituídas, Facundo Pastor y el paco, la marginalidad es un buen negocio en el rubro Salvación.
Las semanas pasadas tuve la oportunidad de pasar unos días en Gualeguaychu y pude hablar con un pibe, rehén en uno de esos centros que mencionas. Pude verlo a los ojos, estabamos a un metro de distancia, en su mirada ví la mirada de dios. Sus ojos estaban vacíos.
ResponderBorrarpelículas tenés "el polaquito"(muy buena) ó la más reciente "paco" ...
ResponderBorrarde todos modos este post me hizo mierda; se me ocurren veinte mil cosas, pero destacan dos: hipocresía y prohibición. Ya se sabe que la ley crea el delito y que la hipocresía es,según Noam Chomsky, definida como la negativa a "...aplicar en nosotros mismos los mismos valores que aplicamos en otros",es uno de los males centrales de nuestra sociedad, que promueve injusticias como la guerra y las desigualdades sociales en un marco de autoengaño, que incluye la noción de que la hipocresía por sí misma es una parte necesaria o benéfica del comportamiento humano y la sociedad.(wikipedia, hipocresía)
Para mí usar a los chicos para el trabajo y el consumo sucios es propio de cobardes sin pelotas y una soberana hijaputez: esto incluye a las autoridades, los legisladores, la prensa mentirosa, la fe mafiosa, los padres descuidados y a los que "pagan sus impuestos"
Hermosamente musicalizado. Lucas, cada día escribís mejor, cada día te quiero más.
ResponderBorrarEuge