sábado, enero 29, 2011

Estar enamorado



Nunca fui abanderado. Sacaba buenas notas. Caía en plástica, en educación física. Alzaba la bandera en el otoño, porque iba por apellido. Pero formábamos, la fila, frente a la bandera, cantando Aurora, y la fila se formaba por estatura. Siempre fui primero. No, perdón, hubo un grado en que había uno adelante mío. Yo sabía -no sólo porque ellos le cambiaban la letra a Aurora, no sólo por los murmullos, no sólo porque la señorita se quejaba desde el frente de la fila, a un paso de mí- yo sabía que allá en el fondo de la fila la pasaban mejor. Yo no tenía que "tomar distancia". ¿Se seguirá haciendo, eso de estirar la mano derecha -la izquierda pegada al torso- y tocar con la punta de los dedos el hombro del que estaba adelante en la fila? Ojalá que no. Pero en aquellos años, salíamos de la dictadura. Tomen distancia. Descansen. Cantar Aurora. Uno que pasa a izar la bandera (izar se dice, antes dije alzar) después la directora, buen día alumnos, y un coro de pendejitos asustados -todos hombrecitos, no se permitía la entrada de nenas en esa escuela- respondiendo, buenos días señorita. Pura mierda. Y sin embargo, era feliz. Marchando, en fila, entrando a las aulas, pasando debajo de la campana, de un crucificado con una vincha de espinas, haciendo la señal de la cruz, parándonos al lado del pupitre, padrenuestro que estás en los cielos santificado sea tu nombre, fin del rezo, con un amén, pueden sentarse, decía la maestra, parada estoica al lado del escritorio, saquen el cuaderno, los lápices de la cartuchera, dictado. Alguno se copiaba, lo mandaban a dirección. Sonaba el timbre. Con el guardapolvo al viento, a jugar a las bolitas, al yupi, con las figuritas de Fama o del Papa Juan Pablo Segundo, se había puesto de moda, cuando fue a Paraná, a besar el asfalto de la pista de aterrizaje de los milicos, de donde también salían vuelos de la muerte, el handball, los golazos, las bolitas, y cantar credos, tocar la guitarra, ir a la iglesia, tomar la comunión. Volver con mis hermanos, caminando, avenida Pancho Ramírez, calle Perón, calle Urquiza, pateando piedritas, a tomar, rápido, la leche, y tirar la mochila por ahí, mi abuela gritando, foooo, bueno, acomodar la mochila, colgar el guardapolvo y salir corriendo a jugar con los del barrio a la escondida. A treparnos por los techos. A robar limas, a juntar paltas para tirársela por la cabeza a los rivales, formamos un club de fútbol, nos metieron en cana -precoces- a los 7 años, unos años después, me enamoré perdidamente de vos, Julia. Rubiecita erguida y orgullosa. Y vos, creo, también te enamoraste. Éramos tan pendejos. Vos tenías 11 años y yo 13. Te lo juro por lo que más quieras, el amor me pegó mal, intenso, genial, volaba entre los cables, con las golondrinas esas que -¿será verdad?- venían desde Canadá. Eras un poquito más baja que yo, tenías tetas. A los 11 años. De eso me acuerdo.Yo me planteaba que quizás, una diferencia de edad tan grande -imaginate, te llevaba dos! años- no sería un escollo. Nunca tuve paciencia. Pero, sabía, que tendríamos que esperar. Mi madre me dejaba bastante en libertad, no sé la tuya, pero más o menos suponía -nunca se lo pregunté- que si le decía a mi vieja que me iba a ir con vos unos tres años a andar en una góndola por Venecia, que treparíamos lianas en Africa y tomaríamos un café -así, re adultos, con esmoquin- en un bar de centroamérica, mientras planificábamos cómo robar un banco para distribuir la plata entre los pobres, no sé, capaz que -no sé a vos- a mi no me daban permiso, o bien, si le decía: mami, me voy con una chica a dar la vuelta al mundo; me respondía, bueno, pero volvé antes de las 6 e la tarde para hacer la tarea, así que nunca se lo dije. Pero vos tenías esa mirada tan pícara. Yo era un pibito tímido, ni te hablaba, más que por teléfono, pero en el club, me ponía allá arriba donde estaban los árboles con sombra para espiarte en la pileta. Y cuando fuimos, de común acuerdo -fue mi primer cita- a la fiesta en la escuela Sarmiento, que empezaba a las 8 (yo estaba 8 menos cuarto en la puerta, con Nahuel, mi amigo y vecino, creo que vos, Julia,  todavía vivías en Córdoba cuando él en Córdoba, justamente, se tiró de cabeza a la muerte, en fin: lo que te perdiste, boludo) y terminaba a las 12, estuve todo el día, mirá, esto nunca te lo conté, Julia, y me da algo de verguenza, pero el asunto fue así: me levanté, ese sábado, temprano, ordené (como nunca) mi habitación, le pregunté a mi mamá si necesitaba un mandado, agarré la bici y fui volando a todos los lugares donde me pidió, cociné, lavé todo, barrí el patio, me senté a hacer la tarea, adelanté estudio, no hice ruido a la siesta, y nervioso, a la tardecita, me acuerdo, fui a encararla a mi madre: ¿mami, me dejás ir a....? Mi vieja, me dio permiso. Suspiré. Salté de alegría. Crucé la calle, toda rociada de las flores lilas de los paraísos, corriendo, le dije a Nahuel, y también lo dejaron. Me fui a bañar. Cuando íbamos caminando me empecé a poner nervioso. Bailábamos rap, vos no aparecías. Hija de puta. Yo tenía un pantalón nuevo, un jopo con gel, un discurso dicho frente al espejo, una carta en el bolsillo de atrás, Julia. Y vos no aparecías.
Rato después.
Abrazada a una amiga te vi.
Di una vuelta.
No me animaba.
Estaba todo charlado por teléfono, pero igual. Te amaba. Profundamente. Y no me animaba a saludarte. Cuando, con tu amiga, te acercabas, yo salía corriendo, compraba un vaso de gaseosa, bailaba, ridículo y febril. Qué noche rara. Y hermosa. En la cancha de basquet. El baile. Las profesoras, dando vueltas, los padres, los viejos chotos de la cooperadora, los lentos, el querés bailar. Y vos, no sé, eras, supongo, más adulta que yo, andá a saber. Abrazada con tu amiga, te me viniste directo. Ya no te podía esquivar. Y me dijiste, maravillosa, decidida, flotando en el viento, un sueño mágico, tan tierno, un mundo entero envuelto para regalo, me dijiste, vos, tan mujer:
-Hola
Y yo, siempre voy a acordarme, cómo olvidarme, ay, amor, yo te respondí:
-Hola.
Y luego, como me quedé callado, diste media vuelta y te fuiste.
Qué pelotudo.
Ay, Anabel, volvé a Bs As, salvame. Que me siento un ridículo.
Con el viento que entra en la ventana, las ojeras, la voz baqueteada. Decime, Julia, si alguien nos hubiera dicho, a tus once años, que ibas a ser cantante de punk rock, más kirchnerista que yo, un poco menos cínica pero mirá que mi nivel es muy elevado, así, todos adultos, los pibes se fueron quedando, haciendo vidas un poco, perdón pero, aburridas, o no sé, normales, si querés. Capaz que hasta mejores, pero a quién le importa. Si la patria son los juegos de la infancia, y la vida esta manera de olvidarse lo que duele. Capaz que me hago la cabeza, pero en tu mirada pícara capaz ya estaba escrito el destino, capaz que el pibe peinado en gel tenía las huellas de esto que iba a suceder, que sucede, que recién, bah, siempre parece así, siempre parece que recién empieza.
A veces yo también tengo días que pido a gritos INTERNACIÓN, pero entiendo que es como moneda de cambio, no sé si de esta sensibilidad rara, pero sí, seguro, de habernos cagado de risa todos estos años.

5 comentarios:

  1. Del 1er amor nadie se olvida. Queda en nuestro corazón marcado a fuego, por más que hoy la encuentre en el face, mire las fotos de ella y la flia que formó y note que aquella jóven que tanto amé hoy es una vieja matrona, gorda y con muchas más canas que yo.
    Era porteña y había venido a Salta en el '78 por un intercambio cultural que duraba un bimestre. ¡Cuánto la quise a esa mina!

    Me encantó tu texto, salvo la parte en la que se tiraban paltas. Eso no se hace. Son riquísimas y carísimas hoy.
    Un abrazo hermano.
    Con afecto.
    @enridesalta

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  2. Muy linda historia, Lucas, con la calidez digna de Mendieta.

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  3. Hola Lucas, sos un GENIO, te quiero desde hace mucho....(puedo ser tu abuelita)

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