jueves, febrero 17, 2011

Prólogos

Cuando tenía 15 años faltaba bastante a la escuela. Después arreglaba la situación con la preceptora -que me quería, pobre- o de cualquier otra manera. Tenía, entonces, la mitad de la mañana libre y me iba hasta la biblioteca pública en Paraná para leer y descubrir. Mientras tanto, me llevaba casi todas las materias -tengo un recuerdo horrible de casi todos mis profesores: siempre me parecieron (con esta inmensa soberbia, claro está) un puñado de idiotas, ocupados en resignificar su vida vacía jodiendo a unos adolescentes a los que les bullían las hormonas y las ganas de vivir en esos espacios mal pintados, oscuros, húmedos que eran las aulas, tan asexuadas, las aulas de casi todas las escuelas a las que fui. El libro de las obras completas de Oliverio Girondo traía un prólogo, larguísimo y escrito en verso, de Enrique Molina. Entonces conocí a Molina que me llevó, por otro prólogo -los caminos raros a los que conducen los prólogos, no?- a Olga Orozco. El prólogo de Enrique Symns se comía, me acuerdo, las obras completas en prosa de Charles Bukowski y el prólogo, ya célebre, de Jean Paul Sartre se comía todo Los Condenados de la Tierra de Franz Fanon.




LUZ DE PATÍBULO

¡No quiero morir! me digo a menudo como un imbécil
descorriendo los paños agrios del amanecer sobre mi
máscara de mono
sobre mi corazón sin principios
¡entre la avaricia de la tierra confusa y ardiente como el
camarín de una loca!

No quiero morir sin conocer a fondo una piedra una mano
la rueda de hormigas y vino que mueve la noche la amistad
de los pájaros en esas regiones baldías donde se muele la harina
sin fin en el calendario
con mi alma de encrucijada y de caricia girando en el viento
de la frustración
excitante como el horizonte
¡como un sexo insatisfecho hasta los últimos óvulos de la
costa que se pierde de vista!

¡No quiero morir! me digo aullando con la apuesta perdida
de otro día en plena sangre
yo que insultaba a esos cargadores de inmundicias y a esos
otros devoradores de migajas benditas por amor a la muerte
exijo una piel de orquídeas bajo la demencia de las estrellas
una injuria de prisionero secuestrado por las olas
esas mujeres fanáticas insomnes en sus pobres hospitales de
besos entre los fuegos nocturnos.

Yo hijo de labores incompletas y regiones extrañas
hijo de sementeras errantes y de matrices ansiosas
hijo de corrientes de uñas hambrientas
hijo de hembra fosforescente
no quiero morir bajo mi piel
bajo mi voz
para vociferar en la sombra tras esos ventanales inmensos
y empañados
donde apoyan la frente criaturas de muralla y de lluvia...



Enrique Molina, hay más acá. 

1 comentario:

  1. yo lo unico que le puedo decir, Carrasco, es que si ud. fuera docente (yo lo soy) los alumnos pensarian que ud. es un idiota. Es la ley de la vida.
    Asexuadas las aulas? nop, no es mi recuerdo de la secundaria... si pusieran un aparato de medir deseo en mi quinto año, el aparato hubiera explotado y la leche hubiera manado de aqui para alla. Pero hace tantos años que por ahi falseo informacion. Hay gente que se saltea los prologos. No sabe lo que se pierde.

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