A las tres de la mañana llegué al despacho de mi contador. La secretaria
no me hizo esperar. Cierre del año impositivo, siempre lo mismo. El impuesto
provincial, las tasas municipales, imuestos nacionales, hay cambios en el monotributo y te
pasaste acá y eso.
Además, mirá. Miro los papeles. Mierda.
A fin de año.
Una
boleta impaga con intereses. Acumula madrugadas. Y parece que el
cuerpo, también, me pasa factura. Firmé un pagaré, ni me acordaba, a
nombre del cansancio. Y un año más y pasan cada vez más rápidos y
densos. No cumplí, tampoco este año, las previsiones. Un montón de
sueños están ahí: ¿los paso para el año que viene?, me pregunta el
Contador, mientras saca del cajón la botella de whisky, no, le digo,
dejalos. Estoy podrido de acumular deudas.
Y me sirve a mí también un vaso y se queda callado. Parece que lo peor está por venir.
-¿Vas a hacer un balance?
-No.
La
secretaria abre la puerta, se despide del contador. Quedamos solos. Hay un porcentaje
de vida como impuesto al consumo. No se paga, me explica, en todos los
productos. En algunos, nomás, me dice, señalando el vaso. Ajá, miro la
ventana, me saco el sombrero y lo tiro sobre el sofá. Me gustaría ser un
tipo duro. No acariciarme el labio, por ejemplo.
-¿Puedo desgravar algo con la culpa?
-No- me contesta, seco. Y ahora también lleva los ojos a la ventana, como evitando mirarme.
-¿Llegó la factura?
-Sí. ¿Querés verla?
-Mmm, no sé. ¿Cuánto me queda?
-No te lo dicen. Es en cuotas, pero no te dicen cuándo termina.
-¿Se puede eludir?
-Boludo, no. Lo único que no se puede eludir es la muerte.
Y deja el vaso. Y se levanta. Hay algo afuera, porque cambia la mirada. Y la luz de la calle le da en la frente.
-¿Este año vas a blanquear la…
-No.
Asiente. Es un contador raro: no le importa conservar clientes. Ni aconsejar nada. Me estoy cansando, dejo también el vaso.
-¿Hay alguna moratoria?
-Nadie te perdona nada, siempre preguntás lo mismo. Si no querés, no pagues. Pero las cosas se acumulan.
-Mierda,
digo, a nadie, y cierro la puerta. Un segundo me dura el intento de
reflexionar. Hay luces en la esquina, camino hasta ahí. Mañana se verá.
Hoy no te fíes, mañana sí.
Al doblar la esquina me cruza un gato negro, ni se asusta. Una prospituta, ni me habla. Un ratero, ni me juna. Un taxi libre, casi me pisa el pie. Tomo un callejón más oscuro, un pasaje que lleva el nombre de un concejal muerto hace ochenta años. Está oscuro. Nadie me ve. Me prendo un pucho.
No voy pagar ningún impuesto en el pulmón por este pucho. Estoy podrido de vivir en blanco.
Y el callejón se ilumina, con las luces rojas y celestes de un patrullero.
Me pide documentos.
Le muestro los documentos.
Creo que está por caer una llovizna.
Brillante, Chandler, digo, Carrasco. La realidad, la vida, son negras. Uno solo lo refleja en los textos. Algunos, como usted, lo hacen mejor.
ResponderBorrar