sábado, marzo 05, 2011
Y bueno.
Estoy en la cola del banco. Hay bastante gente y calculo que tengo para rato, pero necesito cobrar un cheque. Llega atrás mío, un hombre joven, delgado, atlético, bronceado, de un traje bien cortado y una corbata sin discreción. Los zapatos le brillan. Lleva portafolios, obvio, lo abre, mira papeles, mira la hora, está preocupado, le suena el celular, lo apaga. No es un teléfono cualquiera, claro. Antes le dice, al teléfono, estoy en el banco, te llamo al celu en 20, y a esa voz la conozco, desde hace mucho. Te llamo al celu.
Y nos contamos de nuestras vidas, sí, ahora es abogado, está casado, de vez en cuando una trampa, le va muy bien, se le nota, ya no se ríe como antes, me pregunta por otra gente que él dejó de ver. Yo también. Mi remera y mis bermudas y mis zapatillas, capaz también las ojeras, le llevan a preguntarme, como si igual podríamos conversar casi de igual a igual, casi, lo llevan a preguntarme que tal me va, a mí, ¿a mí?bieeeen, le digo. Sin entusiasmo y levantando los hombros. Me enteré de no sé que cosa de vos, me dice, y yo le digo, ah. Este hombre, que tiene mi edad, está hecho un boludo. Posiblemente, cuando fue uno de mis mejores amigos en la adolescencia, debía haberlo proyectado: terminaría así. Porque difícilmente tenga ganas de comenzar algo, alguna vez, está terminado. Este hombre -tiene mi edad, pero es así: este hombre- está definitivamente terminado. Me está contando cuántos años faltan para que tengan un hijo con no se quién, pero ya no quiero escucharlo y busco con la mirada alguna chica que me entretenga. Las faldas nunca fallan para no mirar más a un boludo. Aunque. Todos sabemos que eso no es posible en los bancos, en ningún banco, no hay que hablar en plural: todos son iguales. La fila avanza y el corralito me deja frente a una rubia de lentes de contacto menos creíbles que su rubio, abrazado, leyendo unos apuntes de facultad. Los dos son falsos. Los dos son estúpidos. Me estiro un poco, contabilidad, lee, el rubio. Corroborado, es un estúpido. Ni siquiera por ahí. Ahora me cuenta, El Hombre Boludo, que alguna vez, cómo pudo ser, fue mi amigo, ay, la adolescencia, qué cosa horrible, me cuenta los problemas para los papeles del auto, porque hay que comprarlo en tal mes y no en tal otro y no se qué impuesto, ni un celular tengo para que me suene, dónde mierda lo dejé anoche, los cajeros van lentos, son cuarentones acabados, pelados, sin ganas de estar ahí pero con la columna derecha. Viejas que van a cobrar y pagar facturas. Nadie en la cola de los plazos fijos, pocas abogadas con sus carpetas. Una que, sí, le digo, me acuerdo, fue con nosotros a la escuela. No ha perdido todas las formas, pero también está grande, adulta, de ella nunca esperé que sea otra cosa y está como siempre la había pensado. Pasable físicamente, anti sensual, haciendo un poco -un poco- de guita, vulgrizándose con los años, crecidita pero a la vez quedada en Franja Morada, tiene, también, mi edad, pero el tiempo no le hace estragos porque, se ve, nada le hace estragos. Detesto a la gente sin estragos. Sin úlceras en el alma. La cola del banco. Te pone así de cursi. Jamás podría pensar en "úlceras" del alma, dios, la cola del banco, te deja estos pensamientos, bancarios, poesía bancaria, voy a quedar pelado, con corbata roja y camisa blanca, la espalda derecha, los ojos marchitos, muertos siglos atrás, contando billetes de otros, odiando a mi esposa, incapaz de amar, empleado bancario, una mugre así, una porquería, un imbécil más esperando que llegue el fin de semana.¿Qué es robar un banco comparado con ser empleado?
Como algunas veces la había pensado, ella, altivita apenas, pocas mentiras, vulgarcita, medianamente inteligente, medianamente todo, hasta las tetas, medianas y medianamente caídas, y la cadera, medianamente ensanchada a su mediana edad, quee s mi mediana edad, por cierto, algunas veces la pensé de otra manera: ahora, por ejemplo, está vestida. Son filas diferentes, la de los abogados y sus carpetas y sus vidas aburridas es una cola con menos gente, la nuestra, da vueltas y vueltas en un cuadrado de señales en tela que le llaman corralito y el Hombre Boludo mira la hora y me dice no sé si me quedo, ah, le digo, sabiendo que va a quedarse. Un hombre boludo es un hombre ocupado. Un hombre boludo es un hombre superado. Un hombre boludo jamás tiene urgencias entre los cheques, no le tiemblan las manos, no le duran las resacas. Un hombre boludo es esencialmente feliz, a su manera, superficial y boluda. Un hombre boludo es un hombre admirable. Un hombre boludo es lo que yo quiero ser, de 11 a 15 pasado el meridiano. Mira para atrás, nadie más todavía se sumó a la cola. Pero un hombre boludo no nació para ser último. Amaga, mira para otro lado, qué hombre ocupado. Yo odio los bancos, pero su apuro me tranquiliza, hasta me estoy empezando a sentir bien. Un hombre boludo, con portafolios, éxitos en las paritarias, uno de esos tipos que nunca se olvidan de cambiar las ilas del reloj, ni de correjirse las patillas, un tipo así, en la cola del banco, me hace feliz. La Abogada ordena sus expedientes, sale de la ventanilla, se agacha a juntar un portafolio: sigue conservando sus mejores atributos. Fuimos, con ella, simpáticos compañeros y algunos intereses en común en algún tiempo nos hicieron pararnos a conversar. Siempre lo odió al pendejo rebelde y quilombero, marginal del fondo, de bromas pesadas que ahora se convirtió en el Hombre Boludo y mientras viene con sus tacos se para y lo saluda. Amablemente, con la misma simpatía profundamente falsa de aquellos años. Me ve a mí también, un poco menos de simpatía, algo de nostalgia y de qué es de tu vida. Además de tus zapatillas, tus bermudas, y que en el barrio se cuenta que estás en contra de la patria y de De Angelli, me mira extraviada: ¿vos no eras rubios, no tuviste los ojos claros? ¿Cómo fue, no me pregunta, que te hiciste comunista?
No ser abogado es quedar afuera de un mundo de portafolios y apuros, una secta secreta, parece, un trampolín de promesas. Me doy cuenta. Hablan un rato y ahora me ignoran, como hago yo, sólo que si cualquiera de ellos no tuviese un cómplice insistiría en hablar conmigo. Debe quedar feo para los abogados estar haciendo cola y que el tiempo pase sin que uno lo invierta en el futuro. Así sea para hacer una excursión a los indios ranqueles. Como el amigo judío que te da crédito en la tarjeta del antisemitismo, un perito mercantil te acerca al pueblo. Te da la coartada para alzar la naríz en los reencuentros anuales de egresados. Donde ya no me invitan.
Los lentes de contacto, a ver, ponete optimista, tiene buen culo, ya me parecen menos falsos los lentes y el teñido, bueno, ponele onda: acordate de esa amante que tuviste y se teñía y aunque no se le parezca ni en los talones, con un poco de esfuerzo, buena voluntad y predisposición que, vamos, vos sos un tipo imaginativo, aunque sea de mañana, sonreí, fijate que tratan, misericordiosos, de hacer caridad e integrarte a la conversación. Y la Abogada se va y que te vaya bien y duda y vuelve y nos pide los teléfonos. El Hombre Boludo saca su celular y le da el número. No sé para qué necesita sacar el teléfono, cualquier Boludo lo puede saber de memoria. Yo le doy mi número, de un teléfono que se de memoria dónde lo perdí y en qué noche y porqué. Que total el contestador no se tomará la molestia de escuccharte: jamás vas a llamarme, doctora.
La estudiante de contabilidad ya está en una caja y el Hombre Boludo vuelve a hablarme y a decirme te acordás. Sí, me acuerdo. Tantas cosas me acuerdo. Preferiría, sino te molesta, no acordarme, ni reírme a carcajadas porque pintaste una pija en el pizarrón durante el recreo. Mirá, banana, tus travesuritas me parecen tan idiotas como tu saco cortado a medida, tu sonrisa autosuficiente, la vida arreglada que llevás. Serás candidato a algo. Seguro que nunca delegado de fábrica ni al frente de la comisión vecinal. A vos e van a concesionar una autopista, vas a matar una viejita para robarle la herencia, vas a colaborar con la cooperadora deun jardín privado, sos de los que les muestran fotos a los que visitan tu casa, con jardín, helechos y jazmines, al frente. Sos el Hombre Boludo. No lo olvides. N te agaches ara conversar conmigo. No trates de congraciarte, de hacerme sentir un igual. Me hacés sentir mal, en serio, mejor hablá por celular y que el guardia de seguridad, aburrido, se te acerque al oído, discreto -la gente con vos es discreta, sos un hombre con portafolio- para ordenarte que lo apagues.
Llego a la caja, mientras el cajero, pelado, derrotado, aburrido pero con la espalda firme cuenta los billetes yo voy pensando en mis deudas y sacando números. Nunca cierran. Las deudas, los bancos cierran, en las provincias, a la una del mediodía y todos van a dormir la siesta. Los bancarios también. Después sacan la reposera a la vereda y miran a la hija adolescente de la vecina. En algo tienen que pensar mientras se cogen a la misma esposa de hace 35 años.
Le doy amablemente la mano al Hombre Boludo. No me pide el teléfono. Está apurado. Afuera, a pesar del ruido del tránsito, la gente que se choca en la peatonal, el calor, la policía, los vendedores ambulantes, los repartidores de volantes, hay aire puro, un sol berreta. Me tomo un trago a fondo blanco de ese aire y busco un bar con poca gente. No hay, aunque encuentro una mesa y una ventana y pienso en todo lo que nos separó del Hombre Boludo, de la Abogada, de la estudiante de contabilidad y del cajero.
Los hospitales, las drogas, el whisqui, las comisarías, los micros, el desempleo, las miserias, los libros, la tristeza, los tríos, las discusiones políticas, la superficialidad del periodismo, el hastío, el asado con amigos, las calles sombreadas, la mina que, una vez, en una terminal de Puerto Madryn me dio un beso y me dijo quedate
Quizás debí haberme quedado.
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http://www.onetti.net/es/cuentos/bienvenido_bob
ResponderBorrarespectacular.
ResponderBorrarel concepto "hombre terminado" es genial.
es excelente!!Creo que es una elección de vida; algunos no advierten que quedan entrampados en el consumismo y el aburguesamiento, que así ya dejan de ser librespero tampoco son son ellos mismos sino otros, carentes de una personalidad que los proteja, se someten al modelo que el capitalismo propugna e impone. Pienso que todo pasa por algo, nunca hay que mirar atrás, no es fácil pero eso es la vida y las gratificaciones vienen, te lo aseguro. Abrazo
ResponderBorrarComo siempre, escribis de puta madre. Pero te voy a hacer la contra Lucas. Tengo un amigo q, con estilo menos pulido, juega a lo mismo. A mirar a otros y a juzgarlos. Companieros, conocidos, ex-amigos. Los examina, los evalua y los condena a diferentes etiquetas que al final son siempre una: son boludo/a(s) que no saben vivir. Que eligieron una vida de mierda porque su mediocridad no les permitio tener la vida espectacular que nosotros tenemos. Y me divierte porque siempre me incluye en ese conjunto de los que tienen una vida q vale la pena ser vivida. Me divierte porque me imagino que me incluira hasta el dia que no seamos mas amigos...y a partir de ese dia empezare a ser un boludo con una vida mediocre. Me divierte porque siente que para que su vida valga tiene que haber boludos con vidas que no valgan dos mangos, con quienes compararse...
ResponderBorrarUn abrazo,
Sara Hustizia