Por Maxi Ahumada (*)
El fallo dictado por la Sala Cuarta de la Cámara de Apelaciones, donde se anula la sentencia condenatoria contra Edgardo Gabriel Storni, es un hecho absolutamente previsible y, aunque suene antipático, probablemente ajustado a derecho.Sin embargo, sólo basta con recorrer la historia de este expediente para llegar a la conclusión de que en causas de relevancia social o política la justicia santafesina le teme al poder, o en todo caso le retribuye de manera tergiversada el rol asignado.
No se trata de una contradicción, sino de analizar lo que los jueces y fiscales debieron haber hecho a los fines de que la impunidad no se instalara cómodamente, como pareciera que va a ocurrir.
En definitiva y aunque suene descabellado todos estos años que pasaron, los magistrados se tomaron el tiempo para analizar si el ex arzobispo santafesino había besado en el cuello al por entonces seminarista Rubén Descalzo.
En diciembre de 2002 la víctima relata en el libro “Monseñor” lo ocurrido con el ex jefe del clero santafesino. Su testimonio, tanto en el libro como en la Justicia resulta verosímil, pero choca contra un iceberg probatorio imprescindible: la falta de testigos.
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