jueves, junio 16, 2011

Zamba de mi Esperanza





A fines de los años 90 en las academias de comunicación estaban de moda las teorías comunicacionales que acentuaban extremismos semióticos. El pésimo estudiante que yo era estaba bajo una parra de Córdoba, horas antes de un encuentro sobre Literatura y Cultura (esos nombres pomposos...) debatiendo con una docente, algo baqueteada, que me quería, creo, enganchar, sensualmente. Pero vaya uno a andar confiando en los sextos sentidos de quien carece, siendo amables, de humildad. Como mi caso. Me quedó, esa nochecita, la sensación de que las cosas eran así, sobretodo cuando me dio la razón en algo. No importa en qué. Pero ciertas personas sólo te dan la razón -con mueca costosa de conceder- cuando la trama se torna sexual. De todos modos, la señora se enojó, sin mayores motivos, conmigo. Posteriormente. Supongo que haberme curtido la hija que estaba finalizando la secundaria tuvo algo que ver. Qué se yo. El caso es que antes, discutíamos, desde su postura, donde llegaba a considerar que la realidad, o lo real, no existía. Y que lo que quedaba entonces era "la necesidad de la presencia de lo real" que se sustituía por una cosntrucción basada, esencialmente (je, perdón por la palabra) en el lenguaje. Y dale con el lenguaje.
Mi precaria formación marxista me alejaba de esos extremos. En el campo de la literatura. No en el campo de la política, donde el marxismo loco y frágil bien podía cotizar si uno quería escapar de la avalancha tonta del Frepaso. Que años, de mierda. Como esto sucedió en Cosquin, le puse el ejemplo de Jorge Cafrune y Zamba de mi Esperanza, la canción con la que aprendí a tocar la guitarra. En siestas amargas donde dejaba al equipo de fútbol de mi barrio en la deriva del estadio de las veredas grises y los paraísos, con flores lilas, los dejaba sin que nadie note la ausencia de este 5 petisito pero aguerrido y discutidor, para concurrir, desganado, a las clases de guitarra porque, según mi madre, tanto jodí con que quería una guitarra que si el Niño Dios, ese histérico que entendía mal todos los mensajes, me traía una guitarra, bue, algo había que hacer. Entonces iba, calle Misiones, de Paraná, y tocaba Zamba de mi Esperanza. Compuesta -no lo sabía siendo un gurisito, más tarde, sí- por un empresario mendocino, de apellido Profili, y la popularizó Cafrune.
Aunque la letra no tiene un contenido, digamos, subversivo, igual integró la lista de canciones prohibidas (quizás porque se la asociaba con Cafrune) y durante un concierto, creo que del año 78, en el festival de Cosquín, se la pidieron y Cafrune, aunque estaba prohibida, la cantó. Pocos días después murió en un raro accidente automovilístico y hasta el día de hoy no se sabe si fue asesinado. Hubo otros asesinados de este modo -el Obispo riojano, no me sale ahora el apellido, por ejemplo- así que la suspicacia. En fin. De todos modos, la construcción alfonsinista -relato cultural de la teoría de los dos demonios- le daba potencia a estos relatos porque entonces, los milicos, asesinaban sin racionalidad, incluso a "inocentes". La verdad del posterior descubrimiento -construcción social contra la impunidad- fue que el terrorismo de estado tenía una oscura pero instrumental racionalidad. No había inocentes, ni culpables, sino un modelo de sociedad a instalar. Angelelli, se llamaba, el obispo riojano.
El asunto es que Zamba de mi Esperanza, fue entonces una letra obviamente resignificada -las palabras valen en relación al contexto y su significación en sí es todas las que no son, de acuerdo, pero- pero a partir del cuerpo de Cafrune, cuerpo, luego, mutilado por un accidente o un asesinato, pero decodificado como un asesinato. Con lo cual, sin el cuerpo de Cafrune, se potenciaron ciertas significaciones en torno a esa Zamba. La más famosa del conservador folklore argentino. Que, como decía Borges, si siguen insistiendo en la radio, con el folklore, quizás hasta lo escuchen en el campo. Puede ser. Con el tango ha funcionado. Los porteños escuchan tango, y hasta creen que es genuino. Tanto insistir en las radios y las secretarías de cultura, da resultado, corazón. Yo también te quiero.
    Recién me senté en la parada del colectivo. Un viejo tocaba la guitarra. Le dejé unas monedas. Tocó Zamba de mi Esperanza.
Cuando iba mirando por la ventana, del colectivo que se iba, sentí que me quedaba. Sentado en la parada. Y el que viajaba era el chico que fui. El que, desganado, tocaba la guitarra. Zamba de mi Esperanza. Con el torpe verso de "amanecida como un querer". Que nunca entendí, de chico. Ahora, podría hacerlo. Pero sería como comprender la inutilidad del tiempo.

5 comentarios:

  1. tomasbarbeira@gmail.com17 de junio de 2011, 2:35 a.m.

    Esto, corazón, aunque divague, es muy bueno.
    Sobre todo donde se le dice a Borges: disculpe maestre, con todo respeto, si usted sacara la cara (sacaralacara) de su biblioteca y dejara de mirar para abajo, quizas (quizas, corazón ) no diria lo del folklore en el campo.
    Ah, no dice eso? buen, me parecio.
    saludos teniente carrasco

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  2. Una cosita: el folklore es necesariamente conservador, todos los folklores lo son, creo. El problema es que acá es el único país donde a la música popular del interior la llamamos "Folklore". Así las cosas, llegamos a la conclusión que la forma correcta de referirse al asunto sería que "nuestra música popular del interior es conservadora" lo que es bastante cierto.
    Ah, y respecto a Borges, parece que además de ciego era sordo.

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  3. Claro que lo de Borges fue uno de sus dardos venenosos (pero ingenioso ¿eh?). Algo de razón tenía, o mucho. Nuestro "folklore" tiene autor, y el folklore de verdad es anónimo. Cuando me enteré de que Atahualpa Yupanki no había sido carrero de una carreta con bueyes, sino un burgués educado y refinado, me vino cierta decepción. "Zamba de mi esperanza" fue a mis 15 años, el descubrimiento de que el folklore no era algo que te enseñaban en la escuela, sino algo que podíamos cantar los jóvenes de entonces en guitarreadas, en las que el que tocaba la guitarra se llevaba todos los suspiros de las chicas. Y también era el nacimiento del "patriotismo" nacionalista generalizado, que presagiaba a los Montoneros, que señaló al "campo" como su ícono inspirador de ideología latente. El momento histórico "inventó" al folklore ese, para hacernos a los jóvenes creer que así mirábamos para adentro del país profundo, y prepararnos para lo que se venía después. Mucha Zamba de mi esperanza, y luego, mucha muerte atroz. De lo que el viento se llevó, quedó un tipo con agallas, que se llamó Néstor Kirchner, y generaciones después pudo dar una revancha concreta llegando al poder. Y curiosamente fue el mentado "campo" lo que puso una zancadilla. Ahí termina la vuelta del folklore aquel, desmitificando el valor de lo campestre como ícono nacional, y mostrando al "campo" con su cara antinacional y antipopular.

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  4. Hay que separar paja del trigo.
    Cuando hablamos de "campo" como antinacional y antipopular lo hacemos mal, a mi modesto entender. Ofendemos a la gente del campo, al peón rural, al habitante rural, etc. Tendriamos que dejar de expresarnos en esos términos y volver a las fuentes.
    Antes se los llamaba simplemente oligarcas, terratenientes apátridas. Hoy podemos sumarle también transnacionales de mierda; monopolios del orto para adjetivarlos de alguna manera. Esos sí son los verdaderos antinacionales y antipopulares.
    El paisa no, es bien de tierra adentro y un sentimiento mucho más profundo por nuestra tierra que más de uno de nosotros posee.

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